Crítica:'POP'

'Overbooking'

Cuando alguien paga 1.800 pesetas por la entrada a un concierto, debe tener la garantía de que, además de escuchar, va a poder ver, para así al menos confirmar que está asistiendo a un espectáculo en directo. El público heavy que abarrotaba la sala Canciller durante el concierto de los norteamericanos Manowar, una banda que se caracteriza por su vibrante imagen y su puesta en escena, no pedía asientos numerados ni acomodadores; se conformaba con un espacio mínimo por persona y la posibilidad de ver el escenario sin necesidad de recurrir a trucos de contorsionista.Manowar l...

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Cuando alguien paga 1.800 pesetas por la entrada a un concierto, debe tener la garantía de que, además de escuchar, va a poder ver, para así al menos confirmar que está asistiendo a un espectáculo en directo. El público heavy que abarrotaba la sala Canciller durante el concierto de los norteamericanos Manowar, una banda que se caracteriza por su vibrante imagen y su puesta en escena, no pedía asientos numerados ni acomodadores; se conformaba con un espacio mínimo por persona y la posibilidad de ver el escenario sin necesidad de recurrir a trucos de contorsionista.Manowar llegaba a Madrid con fama de ser el grupo de rock duro más ruidoso del mundo, curioso récord que quedó plenamente confirmado tras los primeros acordes. Pero, afortunadamente, el atractivo del cuarteto no acaba con ese derroche de decibelios: buenos músicos, demostraron poder interpretar cualquier subgénero del amplio abanico heavy, desde la dureza de los británicos Iron Mayden o Judas Priest al clasicismo seudosinfónico de Led Zeppelin o Rainbow. Un eclecticismo agradable, enriquecedor, que tiene su lado negativo, puesto que resta ritmo al conjunto global de su actuación.

Manowar

Joey de Maio (bajo), Eric Adanis (voz solista), Scott Columbus (batería) y David Shankle (guitarra). Sala Canciller. Madrid. 1 de mayo.

El público coreó todos y cada uno de los temas que interpretó el grupo de Joey de Maio, manteniendo un comportamiento intachable y una entrega total a lo largo de toda la actuación. Al final, aturdidos por la clase y el volumen de Manowar, nadie pareció recordar que parte del público había tenido que pagar 1.800 pesetas y posteriormente arrancar las butacas de la discoteca para formar alrededor de la pista un improvisado anfiteatro-barricada sobre el que tratar de vislumbrar al grupo.

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