Crítica

Capítulo de ausencias

El asunto es tan viejo como el Oscar, que en su primera edición, allá por el año 1928, premió a la interesante Alas de William Welleman, pero a costa de la genial Amanecer de Wilhelm Murnau, que es, sin discusión posible, una de las más hermosas películas de la historia.Desde entonces, y con precedentes (sólo para entendernos, pues los hay por docenas de similar estruendo) de la envergadura de Luces de la ciudad o Ciudadano Kane, cuya no selección para competir por un Oscar es algo que roza el chiste, muchas de las más grandes obras y cineastas de Hollywood ni siqui...

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El asunto es tan viejo como el Oscar, que en su primera edición, allá por el año 1928, premió a la interesante Alas de William Welleman, pero a costa de la genial Amanecer de Wilhelm Murnau, que es, sin discusión posible, una de las más hermosas películas de la historia.Desde entonces, y con precedentes (sólo para entendernos, pues los hay por docenas de similar estruendo) de la envergadura de Luces de la ciudad o Ciudadano Kane, cuya no selección para competir por un Oscar es algo que roza el chiste, muchas de las más grandes obras y cineastas de Hollywood ni siquiera entraron en la liza de los oscars. Pura y simplemente no se les tuvo en cuenta, ni se les seleccionó para que optaran a ellos.

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Este año, como de costumbre, hay nuevos nombres que añadir a este interminable capítulo (o chiste) de ausencias que se comen crudas a las presencias. En primer lugar nos encontramos con una tan disparatada como es la del británico Stephen Frears para optar el premio a la mejor dirección por su trabajo (realmente memorable) en Las amistades peligrosas.

Tiempo al tiempo: la muy correcta y solvente dirección del triunfador Barry Levinson en El hombre de la lluvia será engullida por el olvido en unos pocos meses. Pero la de Stephen Frears quedará. Como quedará (aunque éste fue seleccionado y no premiado) la del viejo cineasta, también británico, Richard Chrichton por su dirección de Un pez llamado Wanda. Insistimos: tiempo al tiempo.

Y siguiendo con Las amistades peligrosas, si discutible es la preferencia a Jodie Foster en vez de Glenn Close, en cambio lo que no tiene justificación posible es la ausencia de la selección, para optar al premio a la mejor interpretación, del joven actor John Malkovitch. Se trata de una ausencia literalmente aberrante, pues este casi desconocido rostro, formado en las escuelas del teatro neoyorquino, realiza un trabajo de auténtica filigrana, mucho más meritorio y sobre todo dificultoso que el -eso sí, excelente, intachable- de Dustin Hoffman en El hombre de la lluvia.

Y el despropósito aumenta con la ausencia del popular actor William Hurt, que en El turista accidental realiza su mejor, más contenida e inspirada interpretación, lo que le hizo merecedor, como mínimo, de estar allí, aunque sólo fuese en funciones de derrotado, pero jamás de no seleccionado.

Otro tanto ocurre con Francis Ford Coppola y Tucker. Esta película, relegada a las cunetas por los gremios seleccionadores de los candidatos, mereció competir y no le dejaron. Pero si el filme es digno de tenerse en cuenta, el trabajo de dirección de Francis Coppola es más que eso, sobre todo si se tiene en cuenta que, mientas él era un ausente forzoso, ocuparon un puesto en las candidaturas el tosco Mike Nichols -que da una lección de como se desaprovecha un gran guión en Armas de mujer- y el campanudo Alan Parker -que volvió una vez más a engañar con su, reaccionaria disfrazada de lo contrario, Arde Mississippi- cuyos trabajos no le llegan al de Coppola, aun siendo este de trámite, a la altura del zapato. Y otro ausente más que añadir en el apartado de directores: Lawrence Kasdam por ese mismo Turista accidental antes citado a propósito de William Hurt.

El pájaro voló

Pero lo que, a nuestro parecer, resulta irrisorio, y más humillante para los ofensores que para el ofendido, es que el filme Bird, que es uno de los experimentos más arriesgados y densos de la última producción de Hollywood, haya tenido que contentarse con un protocolario premio técnico al mejor sonido, cuando dentro de esta película hay, pese a sus muchos desequilibrios e irregularidades, verdadero cine, sobre todo en el rostro de la actriz Diane Venora y en la mano del director Clint Eastwood, que en esta ocasión, lejos de contemporizar con usos y costumbres establecidos, se la jugó con enorme valor profesional y su trabajo está, en todos los terrenos, muy por encima (aunque en las taquillas esté por debajo) de los respectivos de Parker, Nichols y Scorsese, cuyas irregularidades en La última tentación de Cristo son mucho más pronunciadas que las de Eastwood en Bird.No es raro que tales cosas ocurran en un sistema de votación gremial, inevitablemente conservador y receloso de cuanto suponga riesgo e innovación. En estas y otras ausencias se esconde, bajo los focos del espectáculo, el dominio del negocio inmediato sobre los más largos plazos del arte.

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