Crítica:

La verdad

Saltó la verdad en el Liceo. La otra noche se vivió allí un acontecimiento artístico de primera magnitud que, como todos los de su verdadera clase, apenas consiguen verse, porque no escenifican otra cosa que el descarnado, profundo compromiso con el género. A función terminada, Montserrat Caballé salió a saludar una primera vez algo enfurruñada: su propia verdad no había quedado satisfecha con el Liebestod, el aria final de la obra que mejor se adapta a sus características vocales. Acusó problemas de memoria, que siempre surgen en aquellos pasajes en que uno menos s...

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Saltó la verdad en el Liceo. La otra noche se vivió allí un acontecimiento artístico de primera magnitud que, como todos los de su verdadera clase, apenas consiguen verse, porque no escenifican otra cosa que el descarnado, profundo compromiso con el género. A función terminada, Montserrat Caballé salió a saludar una primera vez algo enfurruñada: su propia verdad no había quedado satisfecha con el Liebestod, el aria final de la obra que mejor se adapta a sus características vocales. Acusó problemas de memoria, que siempre surgen en aquellos pasajes en que uno menos se lo espera (a Rubinstein esto le ocurría frecuentemente).¿Es importante este hecho? Por supuesto, porque es la misma diva la que concede al fallo su magistral desprecio, síntoma del compromiso adquirido previamente y de un afán de superación no acallado por una ya histórica admiración internacional. Pero el espectador emocionado está moralmente obligado a superar ese nivel para evaluar el trabajo de conjunto. Haciéndolo, descubrirá un primer acto simplemente genial: esa línea de canto con la que la soprano resuelve el relato de su antigua relación con Tristán-Tantris o esa imparable vis dramática con la que reclama la presencia del héroe.

Tristán e Isolda

De Richard Wagner. Intérpretes: René Kollo, Montserrat Caballé, Brigitte Fassbaender, Matti Salminen, Franz Grandheber, Enric Serra, Antoni Comas, Claudio Otelli. Dirección escénica: Emilio Sagi. Decorados y vestuario: Toni Businger. Producción: Teatro Lírico Nacional La Zarzuela y Gran Teatro del Liceo. Dirección musical: Peter Schneider. liceo, Barcelona, 22 de febrero.

Esfuerzo de la orquesta

Peter Schneider, asiduo de Bayreuth, es uno de los mejores directores wagnerianos del momento; eso ya se sabía. Lo que quizá no se conocía tanto es su capacidad para sacar de la orquesta liceísta absolutamente lo mejor de sí misma. Una orquesta que, vale Ia pena recordarlo, desde diciembre lleva a sus espaldas Parsifal, Salomé, Kovanchina, Arabella y ahora Tristán e Isolda. Schneider sacó unos pianissimi, unos ligados de frase, unas suspensiones de compás disueltas en el continuum emotivo de la obra , absolutamente excepcionales.

René Kollo fue un Tristán de gran estilo: bien es cierto que no lo lució del todo hasta el tercer acto, que es cuando encuentra sus momentos más sublimes, y también que su registro agudo pasa por algún momento de incertidumbre. Aun así, en su interpretación hay verdad tristaniana: penetración del texto, perfecta comprensión del arrojo romántico del personaje.

Más: el Marke que construyó Matti Salminen es un privilegio que hay que degustar sin prisas. Excelente la Brangania de Brigitte Fassbaender: durante el primer acto ella y la Caballé fueron tejiendo unas relaciones psicológicas y musicales de bellísima factura.

En definitiva, un memorable Tristán, en el que la partitura y el deseo de servirla han mandado por encima de cualquier otro propósito. La Caballé no cayó al suelo, muerta, al final de la obra: porque la verdad del arte siempre permanece de pie.

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