Tribuna:

San Sebastián

Sentada en la terraza del Guría, bajo un cielo de algodón sucio, una tiene la ocasión de contemplar el transcurrir de la existencia. El Guría es el café equidistante entre el hotel María Cristina y el teatro Victoria Eugenia, eje medular del Festival de Cine de San Sebastián; y su terraza es, por lo tanto, el corazón del mundo conocido. Desde este centro matemático puede una contemplar, por ejemplo, la procesión de estrellas. Se les ve pasar camino de la proyección de su película, solemnes comitivas de famosos con ropajes de seda y los calzones limpios, y en sus rostros una sonrisa tan temblor...

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Sentada en la terraza del Guría, bajo un cielo de algodón sucio, una tiene la ocasión de contemplar el transcurrir de la existencia. El Guría es el café equidistante entre el hotel María Cristina y el teatro Victoria Eugenia, eje medular del Festival de Cine de San Sebastián; y su terraza es, por lo tanto, el corazón del mundo conocido. Desde este centro matemático puede una contemplar, por ejemplo, la procesión de estrellas. Se les ve pasar camino de la proyección de su película, solemnes comitivas de famosos con ropajes de seda y los calzones limpios, y en sus rostros una sonrisa tan temblorosa como si se tratara del reflejo de una risa sobre el agua. Y luego, dependiendo de cómo haya funcionado el filme, se les ve salir con un braceo de toreros triunfadores, o bien, calamidad total, con la cerviz alicaída, los fru-frús a media asta y un suspiro fatal arrugando la pechera del esmoquin. No somos nadie.Otrosí, desde el Guría, puede una beber los vientos de la época, porque el festival siempre ha sido un reflejo certero de su mundo. Y así, en los años pretéritos, cuando el Azor fondeaba en el puerto donostiarra cual ballenato orondo, la única presencia de lo vasco consistía en una tropilla de Coros y Danzas dando brincos en las escaleras del teatro. Y el que una starlette enseñara sus carnes secretas era un hecho tan revolucionario y tan prohibido como hacer una huelga. Después los tiempos cambiaron; desde el Guría se pudo asistir al ameno espectáculo de diversas manifestaciones y apedreamientos, al desenterramiento del euskera. Y las starlettes desaparecieron ahogadas en la última marea democrática, porque los ciudadanos hemos descubierto al fin las nalgas propias. El festival, en suma, ya no enseña dermis, sino ideas.

Pero aún hay más. Desde el Guría se puede contemplar a los antiguos novios, aquellos con los que una coqueteó hace un milenio. Hoy tripones y marchitos, inquietante reflejo de lo que una quizá sea. Más que un festival de cine, San Sebastián es una sustanciosa lección de historia pública y privada.

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