Escepticismo ante la acción oficial

., En los medios científicos y en las organizaciones de defensa del medio ambiente hay plena conciencia de que se está frente a una catástrofe cuyo alcance no se puede prever. Revertir una situación creada a lo largo de decenios con la sistemática agresión del hombre llevará mucho tiempo, si es que ya no se ha llegado a un punto de no retorno, opinan muchos expertos. La clase política, responsable en última instancia de compatibilizar el desarrollo y el progreso con la conservación del equilibrio natural, empieza a dar indicios de sensibilidad ante las señales de alarma de la naturaleza.
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., En los medios científicos y en las organizaciones de defensa del medio ambiente hay plena conciencia de que se está frente a una catástrofe cuyo alcance no se puede prever. Revertir una situación creada a lo largo de decenios con la sistemática agresión del hombre llevará mucho tiempo, si es que ya no se ha llegado a un punto de no retorno, opinan muchos expertos. La clase política, responsable en última instancia de compatibilizar el desarrollo y el progreso con la conservación del equilibrio natural, empieza a dar indicios de sensibilidad ante las señales de alarma de la naturaleza.

En ese marco se inscribe la convocatoria del Gobierno sueco para la Conferencia sobre el Medio Ambiente, que comienza el próximo jueves en Estocolmo. Es significativo que dicha convocatoria se realizara inmediatamente después de la visita del primer ministro, Ingbar Carlsson, y de la ministra de Medio Ambiente, Birgita Dahl, a una estación de biología marina donde fueron debidamente informados por los responsables de ésta. De ahí el carácter de grave y urgente que esta convocatoria tiene, aun cuando no se diga así.

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La opinión pública de los países nórdicos, con una tradición de educación en el amor a la naturaleza -lo que ha determinado una especial sensibilidad frente a toda agresión al medio ambiente-, es un tanto escéptica respecto a las acciones de los Gobiernos. Desde la famosa Conferencia de Estocolmo en 1972, que patrocinaran las Naciones Unidas, la situación, lejos de mejorar, se ha agravado. Como si el mundo no fuera uno solo, cada Gobierno se abroga el derecho a permitir que las chimeneas de sus fábricas lleven la muerte a los bosques del vecino y los residuos venenosos a los mares que son comunes, sin hacer nada para evitarlo.

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