Crítica:XII FESTIVAL DE JAZZ DE VITORIA

Un triunfador

ENVIADO ESPECIALDe George Benson sorprende tanto su inmensa disciplina como su capacidad de desatino en las opciones. Puede tocar y cantar durante horas, acabar la noche en jam-session (lugar de encuentro verdaderamente fuera del negocio) y optar exacta mente por el punto más bajo de cuanto pudiera hacer. Cada vez es más capaz de sonar como sus discípulos (Earl Klugh, por poner un verdadero caso) y menos como sus maestros (Wes Montgomery, por poner un verdadero maestro). Su obsesión musical es la difusión, y su orgullo parece el del pintor que obtiene la popularidad por su reproducción en las ...

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ENVIADO ESPECIALDe George Benson sorprende tanto su inmensa disciplina como su capacidad de desatino en las opciones. Puede tocar y cantar durante horas, acabar la noche en jam-session (lugar de encuentro verdaderamente fuera del negocio) y optar exacta mente por el punto más bajo de cuanto pudiera hacer. Cada vez es más capaz de sonar como sus discípulos (Earl Klugh, por poner un verdadero caso) y menos como sus maestros (Wes Montgomery, por poner un verdadero maestro). Su obsesión musical es la difusión, y su orgullo parece el del pintor que obtiene la popularidad por su reproducción en las latas del dulce de membrillo. El público le despidió en pie, y él debió sentirse estupendamente.

George Benson

Invitados: Clark Terry y James Moody, Jeff Watts (batería), Dave Garfield (piano). Vitoria, 13 de julio.

Sigmund Freud escribió en su autobiografía que la diferencia entre el loco y el genio es que éste no olvida el camino de vuelta. Tal vez es esto lo que precisamente ha perdido el genio de George Benson: el camino de vuelta, agostado en la autocomplacencia del ejercicio del talento. Su concierto en Vitoria, con Clark Terry y James Moody como invitados, pudo explicitar cómo hay opciones sin posibilidad de retorno.

Benson compareció con su última banda, con el muy sensato ajuste de Jeff Watts, baterista de la última formación de Wynton Marsalis. En seguida saltó uno de sus temas emblema, On Broadway, y Benson pudo volver a manifestarse como médium de Wes Montgomery.

La banda sonaba sin fisuras, y de repente el cultivo de la paradoja permitía que dos músicos de jazz resultaran verdaderos invitados en un festival de jazz. Introducir en el repertorio temas como Billie's bounce, de Charlie Parker, o So what, de Miles Davis, parecía algo tan destellante como la conjura de los sabios. James Moody está sonando mejor que nunca en los últimos años, y desde su entrada pudo ser escuchado como un grito de afirmación del jazz como arte de lo no presumible. La banda daba un sonido paralelo a las sesiones Newport in New York, y en su tercer solo, Clark Terry volvió a enunciar todo lo que Miles Davis pudo aprender de él. La gran música de hace 40 años puede estar más viva que éxitos populares de hace 15, y Moody y Terry supieron ensanchar el espacio musical: hasta el territorio del jazz, precisamente. Benson seguía disciplinadamente, Dave Garfield se entusiasmó frente al piano como no le sucede cuando asiste al líder en los teclados y Jeff Watts pudo demostrar en qué lado está realmente.

Aquello podía tener todo el interés del mundo, y ya se despedían los invitados y Benson volvía a cantar con su impecable estilo de cantante suplente. Música de baile, que de ponerla en un baile casi seguro que no volvía nadie. Pero George Benson es un triunfador, y seguramente también casi un símbolo del drama, de una personalidad abierta al vacío.

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