Fresas en Montpazier

M. C. Hacia las dos de la tarde, Josep Guinovart y Joan Hernández Pijoan, dos de los artistas presentes en la exposición, comían fresas en la plaza porticada del pueblo de Montpazier. La fruta proporcionaba las vitaminas oportunas en el momento oportuno. Los artistas acababan de ver en qué quedaba su aportación al desafío catalán.

Hernández Pijoan había constatado cómo su óleo Set franges horitzontals (1977) quedaba desagradablemente integrado en el yeso de la sala del castillo que le había tocado en suerte. Guinovart, cuya obra debía competir con la nobleza de la piedra d...

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M. C. Hacia las dos de la tarde, Josep Guinovart y Joan Hernández Pijoan, dos de los artistas presentes en la exposición, comían fresas en la plaza porticada del pueblo de Montpazier. La fruta proporcionaba las vitaminas oportunas en el momento oportuno. Los artistas acababan de ver en qué quedaba su aportación al desafío catalán.

Hernández Pijoan había constatado cómo su óleo Set franges horitzontals (1977) quedaba desagradablemente integrado en el yeso de la sala del castillo que le había tocado en suerte. Guinovart, cuya obra debía competir con la nobleza de la piedra de muros desnudos, sufría porque, al quedar instalado en un salón aislado, eran muy pocos quienes entraban en él y contemplaban ese inquietante homenaje a la ciudad oculta que es Métrop (1988).

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Sergi Aguilar, por su parte, se quejaba del extraño respeto que había llevado a los organizadores a instalar sus Emergent y Silenci sobre una tarima de madera cuando ambas estaban pensadas para tocar el suelo.

Ráfols Casamada vio menguada su representación en una pieza en relación a las tres a las que tenían derecho sus colegas, sin mediar explicación.

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