Crítica:CINE / 'HUNTER'

Originalismo

Los diversos subgéneros, o el estilo terrorífico, al mismo tiempo que -debe estar en el signo de los tiempos- responde a una demanda creciente en el público de todos los países occidentales, padece una crisis por saturación de la inventiva.El cine de terror es hoy abundante, pero los registros que emplea son escasos. De ahí que por un lado surjan bastantes filmes repetitivos y, por otro, que se observe en los que encuentran algún enfoque original una tendencia. al originalismo, a extraer del invento argumental más de lo que éste da.

Hunter, producción independiente ...

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Los diversos subgéneros, o el estilo terrorífico, al mismo tiempo que -debe estar en el signo de los tiempos- responde a una demanda creciente en el público de todos los países occidentales, padece una crisis por saturación de la inventiva.El cine de terror es hoy abundante, pero los registros que emplea son escasos. De ahí que por un lado surjan bastantes filmes repetitivos y, por otro, que se observe en los que encuentran algún enfoque original una tendencia. al originalismo, a extraer del invento argumental más de lo que éste da.

Hunter, producción independiente norteamericana, es de las que va por este último lado: los guionistas han encontrado un acceso inédito al mito clásico de la licantropía, del hombre lobo, pero no han sabido ir más allá de ese enfoque original y todo el desarrollo del filme se queda en una pompa de jabón que se esfuma cuando más evidencia debiera tener: en la parte en que el hombre lobo hace de las suyas.

Hunter

Dirección: Michael Mann. Producción: Dino de Laurentiis. Estados Unidos, 1987. Intérpretes: William Petersen, Kim Greist, Joan Allen, Brian Cox, Dennis Farina. Estreno en Madrid: cines Azul y Multicine.

Contada mitad en forma, de thriller, con variantes de westem de caza, y mitad en forma de drama psicológico retorcido y algo esotérico, a lo Blue velvet, sobre el infierno privado de un psicópata asesino, Hunter comienza interesando y, casi sin transición, acaba aburriendo solemnemente.

La razón de este agotamiento tan rápido del buen asunto argumental que maneja el filme hay que buscaría, sobre todo, en la torpeza del director, Michael Mann, que ha sabido enfocar escenas, pero no otorgar continuidad a éstas en una totalidad estilística envolvente.

De ahí proviene su arritmia, que en una película de estas características es mortal para crear la atención e incluso la tensión sostenida y creciente que la acción debiera tener y no tiene. Es más, al final, cuando todo apunta hacia escenas de electricidad emotiva, ésta no surge y la mirada se pega a una pantalla que jamás íntimida o estremece. Y el aparato terrorífico buscado se convierte en nada.

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