Buenos tiempos para la tonadilla

Rosita Ferrer, una de las mejores tonadilleras de la década de los sesenta, ha vuelto a los escenaríos tras 15 años de ausencia. Y para que nadie interprete su vuelta como un acto de nostalgia, se ha presentado en la sala Elígeine, templo de la modernidad sincretista madrileña.La Ferrer maneja la risa y el llanto con maestría, y consigue mantener al público con el alma en un puño durante todo el espectáculo. Los años no han pasado por esta voz cuajada de matices y de poderío. Junto con algunos temas nuevos de su reciente disco, Flor de invernadero, interpreita una serie de canciones con...

Rosita Ferrer, una de las mejores tonadilleras de la década de los sesenta, ha vuelto a los escenaríos tras 15 años de ausencia. Y para que nadie interprete su vuelta como un acto de nostalgia, se ha presentado en la sala Elígeine, templo de la modernidad sincretista madrileña.La Ferrer maneja la risa y el llanto con maestría, y consigue mantener al público con el alma en un puño durante todo el espectáculo. Los años no han pasado por esta voz cuajada de matices y de poderío. Junto con algunos temas nuevos de su reciente disco, Flor de invernadero, interpreita una serie de canciones con las que triunfó en otro tiempo y que siguen emocionando por su patética belleza, como Cinco farolas, del maestro Solano, o Tú eres mi marido, estremecedor y apasionado grito de amor.

Entre los temas nuevos destaca por su inoportunidad una desafórtunada canción que ronda los límites de la chabacanería, Tronco, viva el divorcio, en la que utiliza términos pretendidamente actuales y heavies que ya no pronuncian ni los rockeros más arrastrados. Y otro lunarón: el empleo del play back orquestal en todas las canciones. El play back en un café cantante es como una fábrica de suspiros enlatados.