Crítica:PINTURA

La estilización contra el estilo

Con una exposición de aproximadamente 200 obras de Francisco Pradilla Ortiz (Villanueva de Gállego, Zaragoza, 1848Madrid, 1921), el Museo Municipal de Madrid se suma a la actual campaña reivindicativa de un pintor estimadísimo en vida, pero luego, tras su muerte, paulatina e implacablemente arrinconado; en realidad, como la mayoría de los artistas españoles del XIX desvinculados de las formaciones vanguardistas.En esta visión más reposada de nuestro pasado artístico, que no ha hecho más que empezar, le ha tocado el turno ahora a Francisco Pradilla, y como antes se apuntaba, desde hace un tiemp...

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Con una exposición de aproximadamente 200 obras de Francisco Pradilla Ortiz (Villanueva de Gállego, Zaragoza, 1848Madrid, 1921), el Museo Municipal de Madrid se suma a la actual campaña reivindicativa de un pintor estimadísimo en vida, pero luego, tras su muerte, paulatina e implacablemente arrinconado; en realidad, como la mayoría de los artistas españoles del XIX desvinculados de las formaciones vanguardistas.En esta visión más reposada de nuestro pasado artístico, que no ha hecho más que empezar, le ha tocado el turno ahora a Francisco Pradilla, y como antes se apuntaba, desde hace un tiempo viene concediéndosele una mayor atención, que culmina con las exposiciones monográficas que se han montado sucesivamente en la Lonja de Zaragoza y en el Museo Municipal de Madrid, sin olvidarnos de la aparición casi simultánea, durante este mismo año, de dos amplios estudios de su vida y de su obra: los que han escrito, por un lado, A. García Loranca y J. R. García-Rama (Caja de Ahorros de Zaragoza) y, por otro, W. Rincón García (Ed. Antiquaria, Madrid), este último, además, comisario de la actual muestra madrileña.

Francisco Pradilla (1848-1921)

Sala de exposiciones del Museo Municipal. Fuencarral, 78. Madrid. Desde el 26 de noviembre de 1987.

Seguramente, para la mayor parte del público no especialista la figura de F. Pradilla está asociada al monumental cuadro de historia de Doña Juana la Loca (1877), expuesto durante muchos años en el salón central del Casón del Buen Retiro. Menos accesible al público, pero igualmente popular, en este caso por ser una de las reproducciones obligadas en así todos los libros de historia de bachillerato, La rendición de Granada (1882), perteneciente a la colección del palacio del Senado, es otro de los cuadros de Pradilla, de espectacular formato, que resulta familiar a cualquier español.

Ese par de grandes máquinas históricas bastaban para percatarse del preciosismo técnico de Pradilla, muy próximo a la fórmula eficaz que en España puso de moda Fortuny, a base del más exagerado virtuosismo pictórico: chispeante en la captación realista del pormenor, teatral en la creación de atmósferas de efecto y refinado en el gusto por la reconstrucción arqueologista. Salvando las distancias, en realidad la misma moda que en el último tercio del pasado siglo triunfaba internacionalmente gracias a pintores como Meissonier (1815-1891), aptos por igual para la pintura de género, el retrato, el paisaje, el cuadro de historia superpanorámico y el más diminuto tablotín, sobre el que se despositaba un gracioso arpegio de maestría como el desgaire.

Hábiles y versátiles

Casi todos estos pintores, hábiles, versátiles e ideológicamente acomodados, alcanzaron, salvo muerte prematura, cotas de prestigio social y de reconocimiento oficial que hoy nos es difícil imaginar, e incluso aceptar, cuando los identificamos como rigurosamente contemporáneos de los mejores impresionistas, ignorados sin excepción hasta la tumba. Nuestro Pradilla, sin ir más lejos, necesita una página apretada si queremos hacer la relación completa de condecoraciones nacionales e internacionales que obtuvo, a las que hay que añadir los nombramientos como director de la Academia Española en Roma (1881) y del Museo del Prado (1896).Mas no estamos aquí para hacer ajustes de cuentas históricos, sino, todo lo contrario, una vez que éstos han sido saldados con creces, para contemplar y disfrutar, con perspectiva y verdadero conocimiento de causa, la obra de Pradilla. Una obra que gracias a las generosa acumulación de piezas de la más variada índole que nos presenta ahora el Museo Municipal, donde hay literalmente de todo -cuadros, acuarelas, dibujos, grabados, fotos, libros, revistas, trofeos, etcétera-, se nos muestra en toda su riqueza de posibilidades y de limitaciones. Se trata de una exposición de didactismo horaciano, de amena instrucción. Una auténtica radiografía del mejor espíritu académico del XIX, cuando ello no producía mala conciencia, sino un clamoroso despliegue de facultades: la estilización frente al estilo. Una brillantez a raudales al servicio de odaliscas rampantes, campesinos pintorescos, escenas costumbristas, amenos fragmentos de paisaje y melodramáticas composiciones históricas, todo ello pintado requetebién. Verlo hoy sin acritud es un gozo.

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