Crítica:CINE

Robot mortífero

A poco de comenzar Arma letal, Mel Glbson, aquí más Mad que Max, mete el cañón del revólver en su boca y Richard Donner nos propone un primerísimo plano de su índice derecho dudando sobre el gatillo. Inútil suspense: sabemos que Mel no se va a volar la tapa de los sesos, entre otras cosas porque para eso se necesita del coraje de un Hemingway, y no es el caso de nuestro hombre. Mel Gibson es aquí ese héroe urbano que, como últimamente Charles Bronson en La ley de Murphi, o Jeff Bridges en Ocho millones de maneras de morir, tiene un pasado recie...

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A poco de comenzar Arma letal, Mel Glbson, aquí más Mad que Max, mete el cañón del revólver en su boca y Richard Donner nos propone un primerísimo plano de su índice derecho dudando sobre el gatillo. Inútil suspense: sabemos que Mel no se va a volar la tapa de los sesos, entre otras cosas porque para eso se necesita del coraje de un Hemingway, y no es el caso de nuestro hombre. Mel Gibson es aquí ese héroe urbano que, como últimamente Charles Bronson en La ley de Murphi, o Jeff Bridges en Ocho millones de maneras de morir, tiene un pasado reciente -la muerte de su chica en este caso- que le desequilibra la existencia y endurece todavía más sus prácticas con la pistola, con los puños y con la cabeza. Entiéndase en esto último que nada tiene que ver con facetas intelectuales: Mel Gibson derriba maleantes a cabezazo limpio, algo que suscita entusiasmo en las plateas; qué le vamos a hacer.

Arma letal

Director: Richard Donner. Intérpretes: Mel Gibson, Danny Glover, Gary Busey, Mitchell Ryan. Guión: Shane Black. Fotografia: Stephen Goldblatt. Música: Michael Kamen, Eric Clapton. Estadounidense, 1987. Estreno en Madrid en cines Aluche, Benlliure, California (en versión original), Cartago, Juan de Austria, Lope de Vega y Novedades 2.

Dejando bien claro desde el primer momento que lo único que mantiene en él las ansias de vivir es su deber de barrer delincuencia, toda duda sobre su posible originalidad se disipa y, satisfechos, dejamos de sudar, conscientes ya de que nos hallamos ante un nuevo Harry Callahan de perfectos convencionalismos.

Convención por partida doble: a Mel, además, le meten a trabajar con otro experimentado policía, y eso, en este tipo de películas, ya sabemos a qué conduce. Primero, hostilidad entre los dos. Después, una cierta comprensión mutua, y mientras al duro se le ablanda el corazón ante la familia irreprochablemente republicana de la pareja, al blando se le endurecen las arterias profesionales. Finalmente celebrarán juntos la Navidad, nacida ya una amistad digna de Claude Rains y Humphrey Bogart.

Asuntos liosos

Por el medio, asuntos liosos de narcotráfico con sádicos villanos y algunas demostraciones del arte peculiar de nuestro protagonista, como ese salvamento espectacular del suicida, escena similar a la del primer Callaban y único Callahan valorable: Harry el sucio. De la construcción, narración y cadencia de este thriller previblemente se responsabiliza Richard Donner, ofreciendo un trabajo limpio y seguro, como es habitual en él, de La profecía a Superman, pasando por Max Bar. Muchos, sin embargo, reprocharán al producto no ya su convencionalismo, que, como tal, no necesariamente ha de ser menospreciado, sino su falta de poesía o, tratándose de un filme urbano, nocturno, metálico, la carencia de una estilización -y ahí hay que pensar necesariamente en Walter Hill- que pulverice lo estándar.

Y muchos más, probablemente, repudiarán también de Arma letal su participación directa en ese cine norteamericano de hoy que, con el personaje paradigmático de Rambo en cabeza -nuestros dos policías son igualmente veteranos de Vietnam-, está creando un nuevo tipo de héroe, robot mortífero de ideología unidireccional, a cuyo lado John Wayne hubiera merecido el Nobel de la Paz.

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