'El país del futuro' ve cada vez más lejos el final del túnel

Son más de ocho millones de kilómetros cuadrados, y más de 130 millones de habitantes. Económicamente es la octava potencia del mundo occidental, pero ocupa el cuarto puesto entre los países de mayor índice de mortalidad infantil. Las generaciones se suceden bajo un mismo lema: Este es el país del futuro. Este país se llama Brasil, adonde mañana llega el presidente del Gobierno de España, Felipe González.

Hace tres semanas, en la ciudad de Pocos de Caldas, Estado de Minas Gerais, un órgano público abrió un concurso para la contratación de funcionarios subalternos. Había 23 plazas y...

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Son más de ocho millones de kilómetros cuadrados, y más de 130 millones de habitantes. Económicamente es la octava potencia del mundo occidental, pero ocupa el cuarto puesto entre los países de mayor índice de mortalidad infantil. Las generaciones se suceden bajo un mismo lema: Este es el país del futuro. Este país se llama Brasil, adonde mañana llega el presidente del Gobierno de España, Felipe González.

Hace tres semanas, en la ciudad de Pocos de Caldas, Estado de Minas Gerais, un órgano público abrió un concurso para la contratación de funcionarios subalternos. Había 23 plazas y la única exigencia era que los aprobados supieran leer y escribir. El salario ofrecido, 80 dólares (unas 10.000 pesetas). Aparecieron más de 1.000 candidatos. El 26% de ellos eran poseedores de diplomas de curso universitario: había abogados, arquitectos, ingenieros y un solitario dentista. Todos jóvenes y ninguno de ellos había conseguido encontrar un trabajo acorde con su profesión.En un solo mes -mayo- la industria de Sáo Paulo, principal centro económico del país, despidió un número de obreros que superaba la cifra de contratados en todo el año pasado, cuando el país vivió la euforia del Plan Cruzado. La inflación de mayo todavía no ha sido divulgada oficialmente, pero todos los estudios independientes, al igual que los elaborados por los sindicatos, señalan cifras que van del 25% al 28,6%. Las previsiones para junio suben a casi el 30%. No hay un solo día en que no sean anunciados aumentos de precios en productos y servicios. En lo que va del año, la inflación acumulada ya supera el 128%.

Desde el pasado mes de marzo, la pérdida de poder adquisitivo de un trabajador brasileño, pese a los reajustes mensuales, es superior al 15%.

Brasil no paga desde el pasado mes de febrero un solo dólar de su deuda externa, calculada en 110.000 millones de dólares (muy por encima de los 12 billones de pesetas).

Por lo menos, el 64% de los brasileños, según recientes encuestas de opinión públicas, creen que las elecciones presidenciales deberían realizarse, lo más tardar, en noviembre de 1988; pero el presidente José Sarney, quien llegó al poder por una decisión del destino y sin contar con un solo voto popular, no piensa retirarse antes de marzo de 1989. En cuanto a la situación del país, un 78% de la población cree que es grave o muy grave, y menos de un 26%. tiene esperanzas en una mejora a corto plazo.

En los grandes centros urbanos, como Río y Sâo Paulo, la violencia policial volvió a atemorizar a la población más pobre. En Río, los escuadrones de la muerte, desactivados durante la gestión del gobernador socialista Lionel Brizola, volvieron a la carga. En menos de tres meses, más de 1.000 personas fueron asesinadas por esos exterminadores, que permanecen impunes.

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En el noreste brasileño, víctimas de la sequía y del abandono, decenas de miles de personas saquean almacenes en busca de comida. El Gobierno federal no ha cumplido, ninguno de los proyectos anunciados en los últimos ocho años. Las promesas de hace un año, y que pretendían devolver la esperanza y la dignidad al pueblo miserable del Noreste, siguen existiendo sólo sobre el papel. Gruesas columnas de flagelados recorren el mapa brasileño en un intento trágico de escaparse del hambre y de la muerte.

La reforma agraria, anunciada con gran pompa hace menos de dos años por el presidente Sarney, ha acabado con tres ministros sin que ninguno de ellos haya relanzado nada en concreto. Los grandes terratenientes, que hace un año llegaron a armar un ejército privado para oponerse a lo que parecía ser el inicio de la reforma, empiezan a desmovilizar sus bandas. Saben, al igual que los campesinos miserables, que la reforma no se hará.

Las exportaciones brasileñas tuvieron un descenso considerable en el primer semestre del año. Los saldos planeados no fueron alcanzados. Peor aún: ya se sabe que las cuentas referentes a 1986 han sido manipuladas y falseadas. Brasil importó casi 1.800 millones de dólares (unos 225.000 millones de pesetas) más de lo que fue anunciado.

Nadie tiene una idea clara del tamaño del déficit público y de la deuda interna del Gobierno. Se anuncia un nuevo plan macroeconómico para dentro de pocos días. Nadie sabe lo que el plan contiene. Nadie espera demasiado de él.

La peor crisis del siglo

La crisis es la peor del siglo. Pero tanto la opinión pública como los políticos no ven una salida a corto plazo. La izquierda anuncia para comienzos de julio el lanzamiento de un nuevo movimiento popular en favor de unas elecciones presidenciales directas. Los militares no se pronuncian de manera abierta, pero empieza a crecer el temor a un golpe.Brasil, que ha decretado una moratoria para el pago de su deuda externa y vive el mayor índice de quiebras y suspensiones de pagos de pequeñas y medianas empresas, ve cómo sube amenazadoramente el índice de desempleo, observa cómo crece el vacío de poder, mientras el presidente insiste en afirmar que gobierna. Pese a los números rotundos que reflejan esa quiebra nacional, el presidente anuncia un proyecto prioritario: la construcción de una línea ferroviaria entre Brasilia y su Estado natal, Maranhâo, que tiene un nulo sentido económico, pero un elevado coste: por lo menos, 3.500 millones de dólares (unos 87.500 millones de pesetas). El tren saldrá de un punto que no significa nada y llegará a un Estado cuyo significado económico y social es igualmente nada.

Las denuncias de corrupción y favoritismo político alcanzan niveles de escándalo.

Es este país en crisis absoluta el que recibirá al presidente del Gobierno español.

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