Tribuna:LUCHA CONTRA EL TABACO

Ostracismo y persecución de los fumadores

El sultán Murad IV decretó la pena de muerte en Constantinopla en 1633 por fumar tabaco. Sin embargo, los horrores de aquella persecución no bastaron para acabar con la pasión por las hojas del tabaco.Sin llegar a tales extremos, en Estados Unidos el fumador ha sido simultáneamente objeto del ostracismo y de la persecución lanzados por las campañas de no fumar. La buena ciudadanía del fumador que por consideración a otros no llegaba a prender el cigarrillo, la pipa o el cigarro es hoy día un valor que pertenece a otra era. Las nuevas ordenanzas estadounidenses contra el tabaco han conseguido, ...

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El sultán Murad IV decretó la pena de muerte en Constantinopla en 1633 por fumar tabaco. Sin embargo, los horrores de aquella persecución no bastaron para acabar con la pasión por las hojas del tabaco.Sin llegar a tales extremos, en Estados Unidos el fumador ha sido simultáneamente objeto del ostracismo y de la persecución lanzados por las campañas de no fumar. La buena ciudadanía del fumador que por consideración a otros no llegaba a prender el cigarrillo, la pipa o el cigarro es hoy día un valor que pertenece a otra era. Las nuevas ordenanzas estadounidenses contra el tabaco han conseguido, por lo pronto, que se filtre una animosidad, a mi modo de ver innecesaria, entre la gente. La antigua cortesía ha dado paso a un acalorado debate por las nuevas medidas.

Las restricciones varían de Estado a Estado, y muchas ordenanzas locales se han dejado al arbitrio de los propietarios o administradores de los establecimientos, que seguirán llevando su negocio a su manera, alargando o no el cenicero al cliente. Globalmente, cerca de 40 Estados han restringido el fumar en establecimientos públicos y unos 35 lo han prohibido terminantemente en el transporte público. La mayoría de estas nuevas medidas entra en vigor entre marzo y mayo. A partir de entonces, encender un cigarrillo en un banco, ciertos restaurantes, una oficina, una tienda, un taxi, un aeropuerto u otro establecimiento público puede suponer una multa de hasta 300 dólares, dependiendo de si la ofensa tiene lugar en Massachusetts o en Misuri. Muchos Estados ni siquiera dan margen para la nostálgica solución de ir al baño a fumarse un cigarrillo: los baños también están proscritos.

Pragmáticos

El norteamericano ha agudizado su conciencia de que el tabaco es una droga verdaderamente adictiva. Como pueblo pragmático que es, ha asimilado perfectamente que el humo no es una cuestión de cortesía, sino de salud. Cada vez son menos los que siguen considerando el fumar como un vicio o una mala costumbre comparable a morderse las uñas o chuparse el dedo. La gran masa de no fumadores de este país -aproximadamente el 70%. de la población- ha tomado conciencia de ser mayoría. La hostilidad hacia la nicotina se manifiesta ahora en estas nuevas normas, que se han propuesto restituir toda su dimensión a la palabra adicción (dimensión que las campañas en contra del tabaco no supieron darle, reduciendo el problema de la adicción a tigres de papel). Las campañas en contra del tabaco, basadas en la abstinencia voluntaria, han reconocido oficialmente la gravedad de la adicción a la nicotina. Este cambio de actitud ha impuesto un cambio en la política de la salud pública.

La campaña de 1910 iba dirigida contra la costumbre de masticar tabaco y su inevitable compañero, propagador, de tuberculosis y otras enfermedades: la escupidera. Los que masticaban tabaco se pusieron a fumarlo. El cenicero sustituyó a la escupídera y el cáncer de pulmón sustituyó a la tuberculosis. La campaña de 1964 tuvo gran impacto en la actitud de la gente hacia el tabaco. El informe del surgeon general -ese señor barbudo que nos recuerda en los paquetes de cigarrillos que son perjudiciales consiguió convencer a los norteamericanos de los riesgos del tabaco para la salud. Muchos fumadores se pasaron a los cigarrillos con filtro; otros optaron por marcas bajas en nicotina y alquitrán. Por efecto compensatorio, acabaron aumentando su cuota diaria de cigarrillos para obtener la cantidad de nicotina que el cuerpo les exigía.

Éxito

El éxito de las campañas a la hora de concienciar al fumador ha tenido poco efecto sobre su hábito. Según el surgeon general, el doctor C. Everett Kopp, el 30% de la población norteamericana fuma: aproximadamente, 54 millones de ciudadanos. Y según la American Lung Association, 350.000 muertes anuales se deben al tabaco. Sin embargo, las campañas han servido para que el no fumador se haya percatado de que el humo pasivo o humo ambiental también puede perjudicarle. Como resultado, el sector de la población que no fuma ha conseguido que sus derechos tengan ahora precedencia sobre los de los fumadores.

El fumador se ve ahora avasallado por cruzadas que se apoyan en la condescendiente frase americana del "ít's good for,you" ("es bueno para tu salud"). Algunas empresas y clínicas se han empeñado en extirpar el hábito ofreciendo programas para vencer la adicción física y psicológica al cigarrillo. En esta dificil transición a una vida sin humo, un nuevo producto se ha puesto de moda: el chicle de nicotina. ¿Volveremos a las escupideras?

La cuestión que importa ahora al americano es si las nuevas regulaciones reducirán el consumo. Lo que no se plantea con la misma intensidad es si para ello es necesario recurrir a medidas legislativas. Dada la conciencia que tiene el americano de la naturaleza adictiva de la nicotina y de las devastadoras implicaciones de esta droga, ¿cuál es el verdadero alcance de esta resolución gubernamental? Quizá su mayor logro sea el de evitar que el cigarrillo reclute a millones de adolescentes, sobre todo si entra en vigor la de batida ley que prohibe la publicidad de los cigarrillos. Sin embargo, los que fuman o seguirán fumando o no dejarán nunca de dejar de fumar, en parte por su adicción a la nicotina. Recordemos a los súbditos del sultán de Constantinopla: ni siquiera el edicto de muerte pudo con los inveterados devotos del hábito.

Ana Rueda es profesora en la universidad de Misuri.

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