Crítica:CINE

Vulgaridad encumbrada

Candidata a varios oscars y, peor aún, premiada inexplicablemente con un Oso de Plata en el reciente festival de Berlín, la película norteamericana Hijos de un dios menor pone de manifiesto, aunque sólo sea por esto, hasta qué punto en la industria del cine hay que desconfiar de los criterios que se siguen actualmente para selecionar las obras que optan a los premios tradicionales e incluso lo dudosos que resultan estos premios una vez que han sido concedidos.La obra de Randa Haines es un vulgar filme de consumo, una de esas películas sentimentales y de relleno de programación qu...

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Candidata a varios oscars y, peor aún, premiada inexplicablemente con un Oso de Plata en el reciente festival de Berlín, la película norteamericana Hijos de un dios menor pone de manifiesto, aunque sólo sea por esto, hasta qué punto en la industria del cine hay que desconfiar de los criterios que se siguen actualmente para selecionar las obras que optan a los premios tradicionales e incluso lo dudosos que resultan estos premios una vez que han sido concedidos.La obra de Randa Haines es un vulgar filme de consumo, una de esas películas sentimentales y de relleno de programación que, una vez vistas, se olvidan por completo por su completa y hasta un poco rebuscada insustancialidad: pretenden hacer pasar el rato de manera superficialísima durante hora y media, lo consiguen mejor o peor en quienes acuden a verlas con el ánimo propicio, y nada más.

Hijos de un dios menor

Dirección: Randa Haines. Guión: Hesper Anderson y Mark Medoff, basado en la obra teatral del mismo título de este último. Música: Michael Convertino. Fotografía: John Seale. Producción: Estados Unidos, 1986. Intérpretes: William Hurt, Marlee Matlin, Piper Laurie, Philip Bosco, Allison Gompf. Estreno en Madrid: cines Coliseum, La Vaguada y (en versión original subtitulada) El Españoleto.

Gato por liebre

Hijos de un dios menor es una obra vacía, ternurista y descaradamente sensiblera, que pretende conmover fibras sentimentales muy epidérmicas con el uso -encubierto con tono de comedia- de viejos esquemas y trucos de la peor escuela del peor melodrama. Para dar gato por liebre y producir la impresión de una falsa puesta al día de la antigualla que lleva dentro, la película se cubre, como los malos regalos, con papel dorado, el habitual envoltorio de lujo destinado a recubrir, con una piel brillante, el almacén de los tópicos.El envoltorio, aparte de la buena factura técnica -¿y qué película producida con algo de esmero no la tiene hoy?-, está sobre todo en la cabecera del reparto, donde William Hurt, un actor con excelente preparación técnica y talento probado -recuérdese su actuación en El beso de la mujer araña- degrada sus buenos recursos en una composición tramposa, hábil y amanerada, indigna de su valía.

Película de muy fácil digestión, lo que llaman resultona, Hijos de un dios menor les resultará a quienes se dejen envolver en su mentira y resbalará en quienes busquen en ella algo de buen cine, que no encontrarán por ningún lado. Lo único que merece la pena debatir, desde un punto de vista cinematográfico, en Hijos de un dios menor es su encumbramiento, la razón de que a una película tan pobre se le otorguen desde su lanzamiento publicitario ambiciones de obra mayor e incluso cierto tono de ejemplaridad, de guía o modelo para el cine que hay que hacer en el futuro inmediato.

Hollywood, una vez agotadas por empacho otras canteras de éxito seguro y cinematográficamente estéril (Rambos, Rockys, Galaxias y aventuras exóticas) busca ahora otros modelos aparentemente contrarios, pero en realidad complementarios, para su relevo. El que propone Hijos de un dios menor, el melo sensiblero y diluido en un tono de comedia es uno de ellos. De ahí su lanzamiento por todo lo alto. El grifo de las lágrimas lo abrió Spielberg con una buena película, El color púrpura, y ahora comienzan a llegar a las pantallas sus escurriduras en forma de epidemia de subproductos o de películas parásitas de la inercia creada por aquélla.

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