Crítica:CABARÉ

La bella y la bestia

Norma Duval sale al escenario con evidentes deseos de agradar, cosa que consigue sólo a medias: es un recreo para la vista y un tormento para el oído. Un espectáculo, por tanto, ideal para sordos. Sin embargo, Norma Duval da muestras de una valentía temeraria, no se arredra por nada y lo canta todo con inefable osadía.Pero la Duval es propietaria de una belleza sin fronteras cuya sola presencia provoca de lirios de pasión, ensueños salaces e ilusiones vanas. Su espectáculo es tan fino, tan aséptico y tan descafeinado que si no fuera por los dislates musicales podría ser presenciado, sin peligr...

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Norma Duval sale al escenario con evidentes deseos de agradar, cosa que consigue sólo a medias: es un recreo para la vista y un tormento para el oído. Un espectáculo, por tanto, ideal para sordos. Sin embargo, Norma Duval da muestras de una valentía temeraria, no se arredra por nada y lo canta todo con inefable osadía.Pero la Duval es propietaria de una belleza sin fronteras cuya sola presencia provoca de lirios de pasión, ensueños salaces e ilusiones vanas. Su espectáculo es tan fino, tan aséptico y tan descafeinado que si no fuera por los dislates musicales podría ser presenciado, sin peligro para su castidad, por todos los públicos, incluidos menores y señoras de edad.

Pero el cabaré es otra cosa, como saben de sobra los aficionados al género. La prueba de fuego de una cabaretera es el paseíllo que ejecuta mezclada entre el público y diciendo procacidades a los señores bajo la inquieta mirada de sus respectivas esposas o circunstancias.

Loles León es maravilosa

Piano: Pepín Mora. Café de Maravillas. Madrid.El show de Norma Duval Con Alfonso Lussón, Augusto Algueró, hijo, y el ballet de Ricardo Ferrante. Cleofás-boîte. Madrid.

Este capítulo lo ejecuta Norma Duval con notable desdén, casi con desgana.

Loles León es el otro polo. Mientras que Norma Duval baila modosamente con algunos clientes, la Loles se revuelca con ellos por el suelo y les dice cosas capaces de sonrojar a un monolito. "Vaya por Dios, ya se me salió una teta", comenta con absoluta naturalidad llegado el caso.

Si Norma Duval es una bella, Loles León es una bestia, un animal de escenario, una artista asilvestrada que maneja el esperpento con maestría y que se desenvuelve sin complejos y sin pelos en la lengua. Y en cuanto baja del escenario y se mezcla con el respetable, las mujeres tiemblan y los hombres se esconden bajo la mesa con cara de estar sospechando: "¡Cielos, que viene a por mí!".

Su espectáculo, en el que, además de ella, sólo interviene un pianista, es un canto al falo sin contemplaciones, sin paños calientes: "¡Ay, el pito, ese chisme tan bonito!". Loles, además de exabruptos lúbricos, maneja sabiamente el humor y la ternura. Y además canta. El cabaré, si no es un poco bestia, queda convertido en una hamburguesa de plástico. Por el momento, Loles León es una artista de cabaré. Norma Duval es muy bella y muy lejana. Entre la bella y la bestia, uno se queda con la bestia.

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