Crítica:BALLET

Con tu blanca palidez

La vida de la compañía clásica española, coloreada por incidentes extradancísticos y algunos montajes llenos de despropósitos, comienza otra etapa bajo nueva tutela administrativa.Esta minitemporada del Monumental ha sido un error. Han pasado sólo unas semanas del cambio, y los bailarines, que son personas, se resienten de esas tensiones que muchas veces poco o nada tienen que ver con el baile. El programa, desequilibrado en sí mismo, se nota falto de ensayos. Para dar idea de dinámica, trabajo serio y estabilidad, bien se podía haber esperado unos meses, en que el entrenamiento y los nuevos a...

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La vida de la compañía clásica española, coloreada por incidentes extradancísticos y algunos montajes llenos de despropósitos, comienza otra etapa bajo nueva tutela administrativa.Esta minitemporada del Monumental ha sido un error. Han pasado sólo unas semanas del cambio, y los bailarines, que son personas, se resienten de esas tensiones que muchas veces poco o nada tienen que ver con el baile. El programa, desequilibrado en sí mismo, se nota falto de ensayos. Para dar idea de dinámica, trabajo serio y estabilidad, bien se podía haber esperado unos meses, en que el entrenamiento y los nuevos aires hicieran algún efecto sobre el conjunto. Todos lo hubieran agradecido, pues como es sabido (y esto es lo que pocos de los que mandan entienden) los logros en ballet son lentos, y para ir sobre seguro no se puede correr sobre arena tan movediza. Lo visto en el Monumental ratifica qué en la compañía hay personal humano valioso, aprovechable y con futuro, pero que necesita sistemática y adecuación de repertorio.

Ballet del Teatro Lírico Nacional

Tarde en la siesta: Méndez / Lecuoria; Don Quijote: Petipa / Minkus; Muñecos: Méndez / Egues; Percusión para seis hombres: Nebrada / Gurst; Cascanueces (acto segundo): Barra / Chaikovski. Teatro Monumental. Madrid, 10 de febrero.

Sabor latino

Tarde en la siesta es una excelente creación. Su idea merece atención especial, pero la versión española se nota falta de una repetición adecuada. No se ha captado el carácter verdadero de los personajes, muy importante en esta pieza. Los mentís llegan hasta la peluquería, pues el diseño original de Salvador Fernández marca exactamente cómo deben llevar el pelo las bailarinas en los diferentes papeles.La mímica es otra, y no se trata de sabor latino, sacando una cadera a destiempo con un resultado caricaturesco. Carmen Molina sí entendió el carácter dramático de su personaje y María Luisa Ramos, mejor dirigida, habría conseguido aún más. Con todo, ambas son las que mejor salen del aprieto. Además, falta el telón pintado con el jardín colonial, algo imprescindible para arropar estas danzas.

Arantxa Argüelles y Antonio Castilla en Don Quijote no tuvieron una noche especialmente feliz, aunque su nivel se mantuvo. El tutú nuevo, que le han puesto a esta bailarina es un horror de color y confección. ¿Por qué esta pareja no monta otros pasos a dos clásicos, que hay decenas que se adecuan a sus talentos?

María Luisa Ramos y Raúl Tino lucieron muy bien en Muñecos. Un paso a dos, que fue creado para destacar las cualidades técnicas de dos bailarines en un concurso, y la inventiva de Méndez hizo trascender al repertorio internacional.

María Luisa tiene unas puntas muy sólidas que emplea con soltura y seguridad. Este tipo de papeles le viene muy bien a su físico y técnica. Tino entra en una clave casi romántica para su soldadito de plomo, convenciendo rápidamente al auditorio. Les falta lo que a los demás: ensayo, algo de coordinación y ajuste de la mímica.

Federico Guerlache, con su obsesión por mantener la escena en sombras, poco dejó ver, y se limitó a poner un absurdo círculo de luz amarilla al fondo, tal como hace luego en Percusión para seis hombres. Guerlache consiguió que el conjunto se viera masivamente pálido.

Percusión sigue sin cuajar. Es un ballet diícil de ejecutar y las calidades en las variaciones oscilan demasiado. José Antonio Quiroga, que estuvo alejado de la compañía algo más de un año, hace la marimba con dignidad y arrojo, lo mismo que Ricardo Franco y Antonio Castilla. Santiago de la Quintana denota un esfuerzo de superación notable, dando un sutil acento lírico al solo de timbales. Pero vuelve a notarse la falta de repeticiones especializadas, pues Nebrada exige el contratiempo no sólo en la lectura de los pasos, sino en el tono del baile.

El programa se cerró con el segundo acto de Cascanueces en la versión de Ray Barra.

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