Tribuna:LOS INTERESES DE EEUU EN ASIA

Japón, imperio militar naciente

Mientras Washington se preocupaba del asunto de Irán y la contra, en Asia tuvo lugar un acontecimiento que tendrá un efecto mucho más profundo sobre el futuro: la decisión de Japón de romper el techo del 1 % de su producto nacional bruto (PNB) para el presupuesto de sus gastos de defensa. La supresión de esta tácita barrera presupuestaria, unido al aumento de los gastos de defensa producido por el aumento del PNB japonés, hace inevitable que Japón emerja en un futuro no muy lejano como una de las grandes potencias militares. Mientras tanto, la modernización económica de China sigue su c...

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Mientras Washington se preocupaba del asunto de Irán y la contra, en Asia tuvo lugar un acontecimiento que tendrá un efecto mucho más profundo sobre el futuro: la decisión de Japón de romper el techo del 1 % de su producto nacional bruto (PNB) para el presupuesto de sus gastos de defensa. La supresión de esta tácita barrera presupuestaria, unido al aumento de los gastos de defensa producido por el aumento del PNB japonés, hace inevitable que Japón emerja en un futuro no muy lejano como una de las grandes potencias militares. Mientras tanto, la modernización económica de China sigue su curso, aunque sea espasmódicamente. Todo ello obliga a Estados Unidos a una revisión, largamente aplazada, de sus intereses estratégicos en Asia.Durante más de una generación, los estadounidenses han intentado contraponerse al poder soviético en Europa, aceptando, al mismo tiempo, un progresivo deterioro del equilibrio regional en Asia. El despliegue soviético en Asia se está extendiendo a lo largo de las costas de Indochina y hacia el Pacífico sur, mientras que las fuerzas norteamericanas han evacuado el sureste asiático y se han visto reducidas, incluso en Corea y Japón. Que Estados Unidos no puede estar militarmente involucrado en el continente asiático, se ha convertido en el axioma de la política exterior norteamericana desde la guerra de Vietnam.

Realidades asiáticas

Se trata de un extraño concepto. Cualquier razonamiento lógico muestra que los intereses de Estados Unidos en Asia son tan vitales como los que tiene en Europa. Una hegemonía hostil en Asia tendría consecuencias, por lo menos, tan graves para Norteamérica como la ocupación de Europa Occidental. Hay algo seguro: las realidades de Asia difieren de las de Europa.

En Europa, la seguridad se estructura sobre dos sistemas de alianzas opuestos. La Unión Soviética es vista como el agresor potencial. Una numerosa presencia militar norteamericana, un mando militar integrado y el consejo de embajadores de la OTAN subrayan la determinación de Estados Unidos de ayudar a sus aliados.

Por contra, las naciones de Asia no reconocen una amenaza común a todas ellas. Algunos países, por ejemplo, Japón y China, temen a la Unión Soviética. Otros, como Indonesia y Malaisia, están preocupados por China, mientras otros, como Corea y China, sienten especial preocupación por el resurgimiento de Japón. Algunas naciones del sureste asiático consideran a Vietnam como la principal amenaza. India y Pakistán están obsesionadas la una con la otra.

Las alianzas que existen son muy diferentes de la OTAN. La alianza de Estados Unidos con Japón, que no se apoya en mecanismos formales, es una garantía de naturaleza unilateral. Las bases militares norteamericanas en Filipinas no han impedido a este país formar parte del grupo de no alineados. Tan sólo en Corea del Sur las cosas funcionan como en Europa, si bien con un aporte mucho mayor de las fuerzas convencionales indígenas.

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Desde el punto de vista de la seguridad, las naciones de Asia viven en dos mundos diferentes. Con respecto al equilibrio global de poder, viven en la era nuclear, y en nombre de los no alineados, confían en el equilibrio que mantienen Estados Unidos y la Unión Soviética.

En asuntos regionales, sin embargo, son más proclives a usar la fuerza que las naciones de Europa que han sido castigadas por dos guerras mundiales. Consiguientemente, cualquier incremento en el poderío de una nación produce, casi automáticamente, ajustes por parte de todas las otras naciones con posibilidad de cuidarse de su propia seguridad.

En lo que respecta a Japón, los líderes norteamericanos parecen creer que un aumento de su fuerza militar facilitará las tareas defensivas de Estados Unidos. Mantienen también que un mayor esfuerzo japonés en defensa ablandará la competitividad comercial japonesa.

Pero el entusiasmo por los arreglos rápidos es un mal consejero en política internacional. Japón, con una historia de autogobierno casi tan larga como la de China, se rearmará para sus propios propósitos.

Un importante rearme podría poner en marcha acontecimientos y tentaciones que no se pueden deducir de los pronunciamientos contemporáneos y, lejos de ser la causa de un retroceso económico, podría, por el contrario, impulsar nuevas tecnologías y propiciar presiones para proteger los mercados, en base a la seguridad nacional. Como mínimo, podría causar compensaciones desestabilizadoras por parte de otras naciones asiáticas.

El aumento de la contribución militar de Japón es claramente innecesario para mantener el equilibrio global. Una modesta fuerza de autodefensa puede, por sí sola, hacer extremadamente costoso un ataque soviético en territorio japonés, y dicho ataque pondría en juego la alianza con Estados Unidos. Japón puede hacer una contribución mucho más significativa a la paz global aumentando la ayuda a los países en vías de desarrollo que con un gran programa militar. El rearme japonés planteará Inevitablemente consideraciones acerca del papel de Japón en Asia. Cuando las modernizaciones de China e India estén bien avanzadas, Japón insistirá, con propiedad, enjugar por lo menos un papel regional con sus propias fuerzas militares.

Marcará una gran diferencia el hecho de si Japón aumenta su esfuerzo en defensa gradualmente o de golpe, si insiste en su defensa como un brote de un nuevo nacionalismo político y mercantilista o como contribución a un orden mundial en cooperación. Por consiguiente, un objetivo clave de la política exterior norteamericana debería ser el establecer mayores relaciones políticas con Japón antes de que sus militares puedan desarrollar su propio criterio.

China, alerta

En ningún lugar como en China la evolución del poder japonés será observada más intensamente. Durante la mayor parte de su historia, este país era el equilibrio asiático. Sería temerario olvidar que en un importante sentido la II Guerra Mundial empezó con la invasión japonesa de Manchuria en 1932. Hoy día, una vez más, la subyugación de China, o incluso su humillación, tendría consecuencias para el equilibrio global difíciles de distinguir del colapso de Europa.

Los orgullosos líderes chinos proclaman a menudo que este peligro no existe. Pero los planes a largo plazo deben considerar posibilidades, no certezas, y una de estas contingencias es, a buen seguro, la reacción soviética cuando la modernización de China sea autosuficiente e irreversible. El Kremlin puede llegar entonces a la conclusión de que no puede permitir la emergencia de un gran poder a lo largo de una disputada frontera en la que 40 millones de soviéticos se enfrentan a 1.000 millones de chinos.

El hecho de que sea más o menos probable que un. ataque en Europa, es una cuestión de criterios. Pero aquí, el riesgo, aunque mínimo, de un ataque soviético ha provocado el despliegue de ejércitos sustanciales. ¿Es demasiado pedir a los políticos occidentales que reflexionen sobre su actitud en caso de amenazas a la integridad territorial de China y su libertad política de acción? Los analistas norteamericanos deben entender que, en tal caso, EE UU no puede de ninguna forma mantenerse al margen.

Una sabia política de Estados Unidos entenderá que China ha conseguido la más larga historia ininterrumpida de autogobierno de todas las naciones, sobre todo por el sofisticado conocimiento de sus intereses nacionales. Los líderes chinos no necesitan que se les aconseje de que un cambio de atmósfera, o incluso acuerdos limitados con Moscú, no acortará su frontera común con la Unión Soviética. No arriesgarán a la ligera su red de seguridad norteamericana jugándose enteramente la supervivencia de China en una continuada buena voluntad soviética.

Mientras que Pekín y Washington entiendan los límites objetivos de cada una de sus relaciones con Moscú, ambos pueden beneficiarse de un relajamiento de las tensiones.

Si ambos países se permiten lanzarse en una carrera para conseguir los favores de Moscú, todos los frenos de la otra parte desaparecerían y la seguridad de China y de Estados Unidos estaría en peligro.

Conclusiones

Se siguen dos conclusiones:

1. Con respecto a una agresión que amenace el equilibrio global, la mayoría de las naciones asiáticas cuenta con el apoyo norteamericano. Asumen, sin embargo, que la ayuda estadounidense surgiría de una imposición de intereses comunes, no de acuerdos formales o despliegue de tropas. Por esta razón, la continuidad y el acuerdo entre los partidos en la elaboración de la política exterior norteamericana es esencial. Los cambios constantes de posición son ya suficientemente peligrosos en el área del Atlántico, donde existe una red de seguridad de instituciones elaboradas a lo largo de décadas. Son mucho más desmoralizantes en Asia, donde sólo existen unos pocos compromisos formales y las naciones deben ajustar su política a la capacidad de Estados Unidos de definir sus intereses permanentes.

2. Estados Unidos, en busca del equilibrio global, debe ser extremadamente sensible a cómo cada una de las naciones asiáticas percibe el equilibrio local de fuerzas y su propio papel en ello. No puede ser el interés de Norteamérica el tener un poder asiático, o un grupo de poderes tan fuerte que pudiera dominar al resto. El peso de Estados Unidos debe estar en la parte más débil, especialmente con respecto a temas que con el tiempo pueden afectar al equilibrio global.

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