Tribuna:MADRID RESUCITADO

Plaza del Dos de Mayo / y 2

En las primeras fiestas populares del posfranquismo, un pim-pam-pum exhibía monstruosos bloques de edificios que representaban el futuro del barrio según el plan Malasaña, un futuro que podía ser abolido con tres pelotas de trapo. Daoiz y Velarde fueron en aquellas fiestas coronados por la multitud y soportaron impávidos que sobre sus dignas cabezas una pareja de adolescentes se desvistiera, animada por los apocalípticos gritos de ánimo de una muchedumbre que nadie sabía de dónde había salido. "A follar, a follar, que el mundo se va a acabar", coreaban apocalípticamente las hordas. El 2...

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En las primeras fiestas populares del posfranquismo, un pim-pam-pum exhibía monstruosos bloques de edificios que representaban el futuro del barrio según el plan Malasaña, un futuro que podía ser abolido con tres pelotas de trapo. Daoiz y Velarde fueron en aquellas fiestas coronados por la multitud y soportaron impávidos que sobre sus dignas cabezas una pareja de adolescentes se desvistiera, animada por los apocalípticos gritos de ánimo de una muchedumbre que nadie sabía de dónde había salido. "A follar, a follar, que el mundo se va a acabar", coreaban apocalípticamente las hordas. El 20-N parecía una fecha lejana.El 2 de mayo de 1976 fue otro hito en la historia de Maravillas: los niños y los jóvenes atravesaron las verjas de hierro que rodean el monumento a los héroes y treparon sobre sus efigies e piedra. Fue un joven de barba rala y descuidada greña el que. inició el simbólico strip-tease despojándose, junto con sus ropas, de años de prejuicios, pero las masas exigían más y pedían a gritos una presencia femenina sobre el podio; minutos después, una quinceañera rubia escaló trabajosamente la cima para seguirla ceremonia. Tras la apoteosis, la chica sufrió una caída y dio con sus maltrechos huesos en la casa de socorro. Periódicos de todo el mundo reprodujeron la sorprendente instantánea. Algo estaba pasando en Madrid, y nadie sabía por dónde iban los tiros.

El 20-N no estaba tan lejos. Las revistas que reprodujeron aquí la fotografía incluían negros chafarrinones que tapaban el sexo de los bacantes y ennegrecían sus ojos para que no fueran reconocidos. La censura daba todavía sus coletazos, y la sensación de entusiasmo en libertad de aquella fecha pronto sería enturbiada por atentados de la ultraderecha, cargas y descargas de la policía, un pelotazo de goma en la nuca casi a quemarropa, detenciones, redadas. Malasaña, que no Maravillas, seguía su conflictivo discurso en el tiempo.

Daoiz y Velarde siguen siendo objeto de peculiares homenajes. Hace unos días amanecieron abrazados a unos maniquíes, torsos femeninos sin cabeza ni extremidades, extraídos de un cercano contenedor de basura por artistas anónimos e incomprendidos para posar para la posteridad, interpuestos en el eterno idilio en piedra de los héroes.

Las autoridades municipales han dejado de preocuparse por esta plaza libertaria y rebelde. Sus fiestas, coincidentes con las de la autonomía, han dejado de ofrecer conciertos de rock y atípicas verbenas. La suciedad y el polvo se enseñorean de este reducto de la marginalidad. Pero entre los detritus, espontáneos showmen, músicos ambulantes y alcohólicos en vena siguen ofreciendo a la concurrencia espectáculos gratuitos, que los fieles siguen, litrona en mano, sobre las improvisadas gradas, terraplenes que hace tiempo eran parterres.

De la esquina con Velarde desapareció, siendo sustituida inmediatamente por una cervecería, La Crema del Autor, librería nacida bajo- los auspicios de León Leal, lugar de tertulia y biblioteca marginal. Un rosario de pubs bordea la plaza, en un ángulo La Rosa, El Sol de Mayo y El Arco o Café de Mahón, dos pizzerías, el chiringuito, la cervecería del Dos D. El elegante Pepe Botella no acaba de eclipsar al veterano Maragató, rey de los menús económicos, y La Oriental, cafetería-pastelería, ofrece en sus escaparates bollería selecta para los que sienten necesidad de azúcar a fin de reponerse de las fatigas psicotrópicas.A finales de los años setenta naufragaron aquí los últimos movimientos de la extrema izquierda antifranquista, inundados por los nuevos modos. En una evolución imposible, los jóvenes guardias rojos pasaron de condenar las drogas sin excepciones a convocar manifestaciones pidiendo la legalización del Cannabis. En las primeras elecciones, los para dos del barrio pegaron carteles a diestra y siniestra, pero a veces, olvidando sus compromisos laborales, urdieron con la imagen de algún candidato frisos satíricos. Adolfo Suárez, maquillado de pirata, demonio, travestido o monstruo, estuvo presente en aquellos muros que siguen acogiendo los grafitos más atrevidos y las consignas más delirantes.

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