Editorial:

Sofía, Praga, Berlín

DESPUÉS DEL 27º Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), en el que Mijail Gorbachov obtuvo un respaldo completo para su línea reformadora, los partidos gobernantes en tres de los países del Pacto de Varsovia, Bulgaria, Checoslovaquia y República Democrática Alemana, han celebrado sus congresos respectivos. Una visión simplista dio lugar a especulaciones en el sentido de que los líderes más veteranos, en Bulgaria y Checoslovaquia, serían sustituidos por nuevos cuadros de la generación de Gorbachov. No ha ocurrido así. Después de los tres congresos, los tres secretarios gener...

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DESPUÉS DEL 27º Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), en el que Mijail Gorbachov obtuvo un respaldo completo para su línea reformadora, los partidos gobernantes en tres de los países del Pacto de Varsovia, Bulgaria, Checoslovaquia y República Democrática Alemana, han celebrado sus congresos respectivos. Una visión simplista dio lugar a especulaciones en el sentido de que los líderes más veteranos, en Bulgaria y Checoslovaquia, serían sustituidos por nuevos cuadros de la generación de Gorbachov. No ha ocurrido así. Después de los tres congresos, los tres secretarios generales siguen siendo los mismos que antes: Todor Yvkov en Sofía, con sus 74 años de edad y sus 32 años de poder; Gustav Husak en Praga, también septuagenario y en el mando supremo desde la intervención militar soviética en 1968, y Erich Honecker en Berlín Este. Muchos comentarios buscaron semejanzas entre el empuje renovador del XX Congreso del PCUS, en 1956, y el que tuvo lugar este año. Pero era una comparación arriesgada y la continuidad ha prevalecido.Ello se debe a diversas causas, pero conviene destacar una que ayuda a medir mejor el cambio representado por Gorbachov. Entre las ideas de reforma que éste ha expuesto en diversas ocasiones, en ningún caso se ha referido a la conveniencia de una mayor flexibilidad de las relaciones de la URSS con los países satélites o de aumentar la autonomía de éstos en la elaboración de sus políticas. Gorbachov parece guiarse por el criterio básico de que las reformas se hacen en Moscú.

Sentado lo anterior, no cabe tampoco menospreciar una serie de rasgos diferenciales que se han dado en los tres congresos citados, y en la actitud de la URSS ante cada uno de ellos. Esos rasgos permiten discernir cuáles son los cambios, incluso las reformas, que se están preparando, tanto en Bulgaria como en la RDA, e incluso, en cierta medida, en Checoslovaquia, aunque en este caso, por la debilidad intrínseca de unos dirigentes impuestos desde fuera, es mayor la obsesión por la fidelidad marxista-leninista.

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Lo sucedido en Bulgaria es interesante: si en el congreso los cambios de personas fueron ínfimos, dos meses antes la jefatura del Gobierno había pasado a un hombre relativamente nuevo, Atanasov, de 52 años; y los siete ministerios económicos fueron reestructurados con la meta de elevar la calidad de la producción. Pero el hecho más significativo es que Gorbachov asistió personalmente al congreso de Berlín Este, mientras en Sofía y Praga las delegaciones soviéticas fueron de inferior rango. Aparte de otras razones de política exterior, el primer dirigente soviético quería destacar los éxitos económicos de la RDA, que es, con diferencia, el país del Este que ha logrado un nivel de vida más alto.

Cabe, finalmente, decir que lo más novedoso en las relaciones de Moscú con sus aliados estriba en que cada vez cuenta más la eficacia económica; el valor fidelidad ideológica está en baja, mientras sube el valor competencia y eficacia. Es decir, ideas que ya estuvieron en el centro del informe de Gorbachov ante el 27º Congreso. La llegada a puestos de gobierno en el Este de equipos en los que la eficacia y el pragmatismo pesen más que la ideología, aunque sea un proceso lento, y con probables vaivenes, puede abrir perspectivas que incrementen las formas de comunicación entre las dos Europas.

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