Tribuna:

Los espacios estratégicos y el eje Baleares Estrecho-Canarias

En el debate público sobre la política de defensa con frecuencia se habla de estraegia con gran imprecisión. El autor de este artículo analiza, en concreto, la teoría del eje Baleares-Estrecho-Canarias y se muestra partidario de las opciones de defensa que tiendan a hacer cumplir el mandato de la Constitución española de garantizar la defensa y la integridad del territorio.

De, estrategia habla hoy todo el mundo (en política, fútbol, etcétera) sin que nadie (incluidos militares) sepa exactamente lo que es Ocurre con ella como con la filosofía: algunos piensan que les viste cultur...

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En el debate público sobre la política de defensa con frecuencia se habla de estraegia con gran imprecisión. El autor de este artículo analiza, en concreto, la teoría del eje Baleares-Estrecho-Canarias y se muestra partidario de las opciones de defensa que tiendan a hacer cumplir el mandato de la Constitución española de garantizar la defensa y la integridad del territorio.

De, estrategia habla hoy todo el mundo (en política, fútbol, etcétera) sin que nadie (incluidos militares) sepa exactamente lo que es Ocurre con ella como con la filosofía: algunos piensan que les viste culturalmente el empleo de la palabra. Estos días, en los que el ataque norteamericano a Libia ha puesto de manifiesto algunos de los problemas de nuestra estrategia defensiva, me parece que no vienen mal unos comentarios.El autor de este artículo no pretende ser una excepción. Después de haber dedicado algunos años al estudio de la estrategia, no me atrevería a definirla con precisión. Sí creo haber adquirido una idea de lo que no es, lo que permite hacer crítica estratégica por vía negativa. Me refiero a la crítica que me interesa, no a la nominalista. Porque no encuentro nada que oponer al uso de la palabra estrategia fuera de su acepción más pura. El lenguaje humano es analógico y metafórico. Háblese, pues, de estrategia, en sentido más o menos figurado, siempre que al hacerlo no se intente dar gato por liebre, es decir, hacer pasar por ciencia o sabiduría lo que no lo es.

Las armas tienen un espacio de posible actuación inmediata, pero ni toda actuación suya es estratégica ni la estrategia nace sólo de las armas. La que toma como elemento único de especulación los radios de acción (estrategia estática) olvida que la más característica de las acciones estratégicas es. dinámica, operativa, y se llama maniobra; que la maniobra se compone de fuego y movimiento, y que su campo de acción posible varía con la movilidad de las bases.

Ciertamente, las modernas armas ofensivas permiten hablar a las dos superpotencias de una especie de estrategia de radios de acción. No me voy a detener hoy en esta cuestión para no crear equívocos respecto al problema español. Sí llamaré la atención del lector sobre un hecho: esas superpotencias están empeñadas en una competencia a escala mundial para mejorar sus posiciones estratégicas. Quiere eso decir que ni para ellas la guerra se ha reducido a un intercambio de fuegos en el que sólo hay que considerar los alcances y capacidad de las armas.

Creo interesantes consideraciones como las que he expuesto, porque una de las enfermedades político-estratégicas de los españoles es el irrealismo, que desde nuestros planteamientos previos a la guerra de la Independencia, pasando por las catástrofes coloniales, está continuamente presente en la historia militar de la España moderna. Esa falta de sentido era visible en algunas especulaciones seudoestratégicas que estuvieron de moda en el régimen anterior y aún sobreviven, especulaciones que se repetían machaconamente a un aliado sin producirle la impresión deseada. No la producían por dos razones fundamentales: una, porque la situación de España en el globo terráqueo no es nada que haga falta descubrir a los demás; otra, porque el aliado sabía perfectamente que para pasar de las situaciones geográficas a las valoraciones estratégicas hay que introducir un factor esencial: la fuerza militar. Cuando se trata de resolver problemas por la fuerza, el que carece de ésta no tiene muchas posibilidades de hacer valer su situación. La tensión entre Libia y Estados Unidos ha puesto bien claro la diferencia de valor entre fuerza y situación en el Mediterráneo, como para nosotros lo puso la II Guerra Mundial, durante la que nuestras comunicaciones navales entre la Península y Ceuta y Melilla eran controladas e inspeccionadas a placer por los buques de guerra británicos, que detenían a los nuestros en medio del Estrecho.

La falta de sentido de la realidad se manifiesta hoy en ciertas argumentaciones periodísticas sobre el eje Baleares-Estrecho-Canarias, argumentaciones que pueden confundir sobre los problemas defensivos fundamentales de nuestro país, que voy a dividir en dos clases: problemas de defensa de nuestra soberanía, independencia e integridad territorial, que en lo militar son absolutamente prioritarios y problemas nacidos de nuestra integración en la Alianza.

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Está claro que las dos clases de problemas se repercuten mutuamente pero su distinción es vitalmente insoslayable. Una diferencia entre. ellas es que en los problemas pertenecientes a la segunda el adversario está potencialmente definido, y en los de la primera puede estar falto de definición. Esto, porque la defensa de la soberanía, independencia e integridad de España se refiere, por principio, a cualquier adversario posible. El diferente grado de. definición del enemigo potencial en los distintos casos se traduce en que en unos es posible una planificación estratégico-militar concreta y en otros no. Pues bien, si el dominio del eje Baleares-Estrecho-Canarias se considera problema de la Alianza, no puede ser estudiado y resuelto en términos estrictamente españoles. Si es problema exclusivamente nacional, antes de entrar en planificaciones sin rumbo estratégico hay que preguntarse contra quién pretende España asegurar el dominio del área marítima a que se refiere. Porque no está a nuestro alcance conseguir ese dominio contra un notable número de países interesados en la zona y más fuertes aeronavalmente.

De lo expuesto se deduce que el dominio del eje aparece estratégicamente inteligible sólo ante una hipótesis única y con determinados condicionamientos. ¿No era, quizá, más realista la finalidad estratégica española de los años cincuenta, al proponerse asegurar al máximo las comunicaciones entre la Península y las Baleares, Canarias y plazas africanas? Es ésta una aspiración a la que no es posible renunciar sin poner en cuestión nuestra integridad territorial y que, aunque modesta, es ya difícil de lograr en grado relativamente satisfactorio. Además de más realista, está más en consonancia con el espíritu actual de la nación española, que no parece albergar ansias imperiales, hegemónicas o de dominios regionales, sino más bien el deseo de poder defenderse si es atacada. Por otra parte, si examinamos bien esta aspiración más modesta, los medios necesarios para cumplirla en cierto grado no son distintos de los que se preconizan en función del problemático dominio del famoso eje. Lo que varía es el realismo de los planteamientos.

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