Editorial:

Gaddafi y el terrorismo

LAS DECLARACIONES que el coronel Muammar el Gaddafi ha hecho a principios de año son una respuesta, con frases apocalípticas, a las amenazas pronunciadas en Jerusalén y Washington; pero sin duda su rasgo más sor prendente es el descaro, o la inconsciencia con la que da la razón a sus acusadores y reconoce su apoyo a las operaciones terroristas del grupo de Abu Nidal. Pretende incluso justificar los recientes atentados de Roma y Viena como una respuesta legítima al bombardeo por la aviación israelí de las bases palestinas en Túnez. Ningún crimen contra inocentes puede ser respuesta a otro crim...

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LAS DECLARACIONES que el coronel Muammar el Gaddafi ha hecho a principios de año son una respuesta, con frases apocalípticas, a las amenazas pronunciadas en Jerusalén y Washington; pero sin duda su rasgo más sor prendente es el descaro, o la inconsciencia con la que da la razón a sus acusadores y reconoce su apoyo a las operaciones terroristas del grupo de Abu Nidal. Pretende incluso justificar los recientes atentados de Roma y Viena como una respuesta legítima al bombardeo por la aviación israelí de las bases palestinas en Túnez. Ningún crimen contra inocentes puede ser respuesta a otro crimen de esas características. Lo más significativo es que, al exaltar la figura de Abu Nidal, Gaddafi confirma que Libia está amparando y dando facilidades a ese grupo terrorista, culpable de muchos de los atentados más mortíferos cometidos en el último período en la cuenca mediterránea e incluso en otros países europeos,* como el asesinato en 1983 del dirigente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) Sartaui en Lisboa.Puede parecer que estas declaraciones de Gaddafi aportan una confirmación a las tesis de los Gobiernos de Israel y de EE UU, que siempre han achacado a los palestinos la culpabilidad de todos los atentados terroristas y que se han basado en ese argumento para rechazar cualquier contacto con Yasir Arafat y-la OLP, por mínimo que sea, encaminado a iniciar un proceso pacificador. Pero si se examinan los hechos en sus términos reales, la conclusión que se desprende es totalmente distinta: porque Abu Nidal es el enemigo más encarnizado de la OLP, de la que fue expulsado en 1972; no sólo considera a Arafat y a sus compañeros como "traidores", sino que dirige contra ellos una buena parte de sus golpes terroristas, concretamente el citado más arriba en la capital portuguesa en 1984. De hecho, la conclusión fundamental que dimana de los últimos acontecimientos es que no cabe infravalorar el significado de la diferencia radical, de la ruptura entre la posición demencial, sostenida por actos criminales, que encarna Abu Nidal, y la política actual de Yasir Arafat, favorable a las negociaciones de paz.Ante los atentados horribles de los aeropuertos de Roma y Viena, el primer ministro israelí, Simón Peres, ha pedido a los países europeos medidas de ruptura y de sanciones contra el coronel Gaddafi, presentando el aislamiento de Libia como la solución susceptible de acabar con el terrorismo; la actitud de EE UU es muy semejante. Conviene, a este respecto, distinguir dos cuestiones: por un lado, es evidente que los Gobiernos deben tener una actitud particularmente vigilante para impedir que los servicios diplomáticos libios puedan prestar apoyo a acciones terroristas, lo que no es algo nuevo, si bien el momento exige precauciones extremadas; y en ese orden ha tenido razón el Gobierno español al adoptar las medidas de expulsión de tres funcionarios de la embajada libia en Madrid. Sin embargo, sería absolutamente contraproducente constituir una especie de alineamiento contra Libia de Israel, EE UU y los países europeos occidentales; tal política podría servir incluso de cobertura para acciones militares de represalia, contrarias al derecho internacional, como las que Israel ha adoptado en otras ocasiones, y que Europa jamás ha aprobado.

La actitud preconizada por Israel y EE UU ante el fenómeno terrorista engendrado por la situación de Oriente Próximo tiene un vicio de origen, porque deja de lado la necesidad, absolutamente prioritaria de ofrecer una solución a los problemas gravísimos que están en la base de dicho terrorismo. Israel emprendió en 1982 la invasión de Líbano invocando la necesidad de poner fin al terrorismo en sus fronteras septentrionales; en 1985, Israel llevó a cabo el bombardeo de Túnez, asimismo con el propósito de acabar con las raíces del terrorismo palestino. Desgraciadamente, la Administración Rea gan ha apoyado esa política, a pesar de las reservas y críticas europeas. Hoy el resultado de esa política de re presalias militares está a la vista. Jamás el terrorismo ha alcanzado una extensión tan peligrosa como en los momentos actuales. Al mismo tiempo, Israel ha logrado bloquear cualquier avance hacia una solución pacífica que podía aventurarse gracias al rey Hussein, al presidente,Mubarak y a la evolución de la OLP, encabezada por Yasir Arafat, que ha abandonado muchas de sus anteriores posiciones para aceptar una solución preconiza da por los países árabes moderados. Cerrar la perspectiva de la paz es fomentar el terrorismo. No cabe olvidar lo si se quiere tomar en serio la realidad de Oriente Próximo.

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