La imagen de la Música en Europalia

Los últimos compases españoles danzados por el Ballet Nacional en el Palacio de las Bellas Artes de Bruselas los días 1 y 2 de diciembre (véase EL PAIS del 4 de diciembre) significaron el final de la presencia de nuestra música en el festival Europalia; una presencia rica y variada, que el esplendor de las grandes exposiciones, desde los beatos hasta Antonio López, pasando por Goya, Picasso, Dalí, Miró, Tàpies y Chillida, ha mantenido un poco en la sombra.

Sin embargo, también nuestros compositores e intérpretes han contribuido a los Esplendores de España, completando la imag...

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Los últimos compases españoles danzados por el Ballet Nacional en el Palacio de las Bellas Artes de Bruselas los días 1 y 2 de diciembre (véase EL PAIS del 4 de diciembre) significaron el final de la presencia de nuestra música en el festival Europalia; una presencia rica y variada, que el esplendor de las grandes exposiciones, desde los beatos hasta Antonio López, pasando por Goya, Picasso, Dalí, Miró, Tàpies y Chillida, ha mantenido un poco en la sombra.

Sin embargo, también nuestros compositores e intérpretes han contribuido a los Esplendores de España, completando la imagen de una cultura que no por ser emblemáticamente pictórica ha dejado de aportar valores significativos a la cultura musical de Occidente.Desde finales de septiembre se han celebrado en 60 ciudades belgas 160 conciertos, en los que han participado 40 orquestas y grupos de diversa especialización, 26 coros, 2.058 instrumentistas españoles y 1.500 belgas. Treinta obras constituían primera audición en Bélgica, y, entre ellas, siete respondían a encargos de Europalia.

Desde la música mozárabe hasta los compositores veinteañeros, desde las Cantigas de Alfonso X el Sabio hasta la música electroacústica, desde la polifonía de los siglos de oro hasta la guitarra, la zarzuela y la música popular; desde las viejas tonadas sefarditas hasta las partituras recién creadas en Madrid, Barcelona, Andalucía o el País Vasco; desde los tradicionales orfeones y las bandas más prestigiadas hasta el clave y el órgano; desde la juntura de la música goyesca de Granados y la granadina de Falla con las insólitas concepciones escénicas de Fernando Arrabal, la imagen del ser y el existir de la música en España ha quedado expuesta con trazos fuertes.

Entre los encargos ha destacado, por la importancia del autor y la de la obra, Viatges i flors, de Luis de Pablo, sobre textos de Mercé Rodoreda. La crítica internacional desplazada a Bruselas y Lieja ha escrito con máximo elogio acerca de unos pentagramas que vienen a subrayar los perfiles de una personalidad.

Insiste Luis de Pablo sobre puntos de vista trabajados y desarrollados al máximo en el hasta ahora último período de su evolución. Hombre y artista que no quiere otra fidelidad a la tradición que la de renovarla, alcanza en Viatges i flors una cima de expresividad poética al transferir al lenguaje sonoro no sólo el contenido y la estructura, sino también el sentido sonoro de las palabras. Poética plena de misterio la de Rodoreda-De Pablo, y al mismo tiempo iluminada por brillos mediterráneos. Desde el Preludio al viaje a la flor sombra, a través de ocho secuencias, el personalísimo y conmovedor narrativismo lírico de De Pablo mantiene la atención durante 40 minutos. Estamos ante un orden de amor y frente a un orden de transparente sentir. Sin duda, Viatges i flors contará siempre a la hora de historiar la creación musical de nuestro tiempo.

El viaje de las generaciones

Otros seis encargos situaron en primer plano a distintas generaciones de nuestra historia musical: Agustín Bertomeu (1931) y Gonzalo de Olavide (1934) pertenecen a la generación habitualmente denominada de 1950, esto es, la de Luis de Pablo, Cristóbal Halffter, Bernaola, Claudio Prieto y García Abril; el barcelonés David Padrás nació en 1942; Eduardo Pérez Maseda, madrileño, es de 1953; Seco de Arpe, de 1958, y Salvador Brotons, de 1959. Tenía 16 años el músico barcelonés cuando escribió su Elegía a Shostakovitch y a los 18 compuso sus Cuatro piezas para orquesta. El dominio artesanal que acusó desde el principio ha tenido posteriores confirmaciones, la última de las cuales ha sido, al decir del público y la crítica, Jam rara micant sidera, sobre texto de Séneca. Fue cantada por una reunión de 13 coros, y en el mismo programa Cristóbal Halffter dirigió su Dona nobis pacem. Este compositor había obtenido un doble triunfo -como compositor y como director- al interpretar, con la Orquesta Sinfónica de la Radiotelevisión belga, Celibidacheana, de Antón García Abril; con su Versus, tan triunfalmente presentada en Zurich hace unos meses, y con el Quijote, de Strauss, con Lluís Claret al violonchelo.Manuel de Falla, Joaquín Turina, los Halffter mayores, Joaquín Rodrigo, incluso Xavier Montsalvatge y los de su quinta forman ya entre los clásicos contemporáneos de nuestra música. Sus obras los representaron, y al mismo tiempo representaban a maestros igualmente significativos y no programados, pues una imagen nunca puede convertirse en una totalidad.

Lo importante fue el crecido número de autores de las últimas promociones que pudieron hacerse escuchar en Europalia. Benguerel, Mestres, Homs, Tomás Marco, Prieto, Alís, Villa Rojo, alternaron con Cruz de Castro, Francisco Guerrero, Juan José Falcón, Maristany, Navarrete, Palaudarias, Capdevila, Callejo, Lewin, Nuix, Berenguer, Alex Martínez, Eduardo Polonio, Graus, Aracil, Juan Alfonso García, Martín Lladó, Prieto, Cano y otros muchos. En total, un centenar de compositores de toda época, aunque el 60%. perteneciese a la nuestra.

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