CINE

Una realidad opaca

Extraña sensación la que produce esta película, a la que tan pronto queremos reprocharle que no se decida a llamar las cosas por su nombre como le criticamos que sea demasiado explícita, con esos diálogos explicativos que incluyen amistades "a pesar de' nuestras diferencias ideológicas" o papeles en los que se manifiesta una "atracción irresistible por las cosas que no te convienen". Probablemente la sensación de estupor o desorientación es parecida a la que produce el laberi nto vasco en cualquier persona que circule o se aproxime a él sin tener un camino marcado, un hilo que seguir.El protag...

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Extraña sensación la que produce esta película, a la que tan pronto queremos reprocharle que no se decida a llamar las cosas por su nombre como le criticamos que sea demasiado explícita, con esos diálogos explicativos que incluyen amistades "a pesar de' nuestras diferencias ideológicas" o papeles en los que se manifiesta una "atracción irresistible por las cosas que no te convienen". Probablemente la sensación de estupor o desorientación es parecida a la que produce el laberi nto vasco en cualquier persona que circule o se aproxime a él sin tener un camino marcado, un hilo que seguir.El protagonista de la película, el periodista interpretado por Omero Antonutti, anda por Bilbao, Bermeo, Bayona o Portugalete tan desorientado como el espectador. Él no sabe más que nosotros, aunque recibe golpes y amenazas de la policía, la ultraderecha y el abertzalismo, sin que le sea posible distinguir unos de otros, encastillados todos en su fanatismo y suspicacia. De lo único que no dudamos es de su buena fe, aunque es más que posible que él haya servido de guía involuntario a presuntos GAL o presuntos etarras en su cotidiana labor de buscador de noticias.

Golfo de Vizcaya

Director: Javier Rebollo. Intérpretes: Omero Antonutti, Silvia Munt, Amaia Lasa, Patxi Bisquert, Juan Diego y Marío Pardo. Fotografía: Javier Aguirresarobe. Música: Ángel Biurrún. Española, 1985. Estreno en Minicine y Azul. Madrid.

Javier Rebollo insiste en una estructura argumental sacada del cine negro, entrecruzando personajes con pasado, mujeres de vida aventurera, comisarios amenazadores y peligrosamente aficionados al circunloquio; todo ello inserto en un contexto en el que no faltan pelotaris, pescadores y bares, en una muy lograda descripción de una geografía humana y urbana cuya exactitud y calidad también dependen del buen trabajo fotográfico de Javier Aguirresarobe.

En ese mundo de astilleros en crisis y de miedo universal no hay héroes positivos o truhanes malignos. Todo es mucho más opáco y confuso, incluidos los sentimientos amorosos, que no pueden expresarse al margen de las limitaciones que impone una situación política tan conflictiva. En este sentido, Golfo de Vizcaya se permite un único respiro cuando encierra a Antonutti y Silvia Munt en el balneario de Cestona. El tiempo se suspende y durante unas pocas horas podrán ser ellos mismos. Luego, un periódico evidenciará de nuevo que en Euskadiés tos son malos tiempos para la lírica y los fugaces amantes se despedirán en un pasadizo en cuyo techo se refleja el movimiento ondulante del agua de una piscina cercana.

Al margen de esa opacidad, impresiona que dos de los filmes vascos recientes cuya acción transcurre en los ochenta den tanta importancia al deterioro de la vida privada, corroída por obligaciones de representatividad política. En La muerte de Mikel las opciones sexuales eran juzgadas desde la óptica partidista, y tanto en el filme de Uribe como en éste, la muerte también, es objeto de instrumentalización hasta en sus más pequeños detalles, exigiéndose a los familiares que pongan su dolor al servicio de causas supuestamente patrióticas. Esa coincidencia en la manera de pintar una intimidad invadida por consignas es lo que acaba quedando de ambas ficciones, que si también tienen miedo de dar nombres porque no quieren sentirse cómplices de bando alguno, eso no las aleja de la confusión, antes al contrario, las convierte en víctimas de ese desastre organizado en nombre de grandes y vacías palabras, hasta el punto de montar una secuencia final a la que no se quiere dar fin, prefiriéndose congelar la imagen y proponer un anticlímax como conclusión.

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