Crítica:CINE

Duro cuento de hadas

En pleno corazón es la primera película larga realizada por Doris Dörrie, una cineasta alemana de 30 años, que comenzó a realizar este filme cuando tenía 27. La condición primeriza de su filme se percibe en las facilidades que Dörrie se da a sí misma en la resolución de algunos aspectos técnicos del filme y sobre todo en que elige desarrollos argumentales y resuelve situaciones siempre desde la línea de menor resistencia.Estas facilidades son la parte menos sorprendente del filme, ya que al ser una primera obra es lógico que se incurra en ellas. Lo sorprendente de el hay que buscarl...

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En pleno corazón es la primera película larga realizada por Doris Dörrie, una cineasta alemana de 30 años, que comenzó a realizar este filme cuando tenía 27. La condición primeriza de su filme se percibe en las facilidades que Dörrie se da a sí misma en la resolución de algunos aspectos técnicos del filme y sobre todo en que elige desarrollos argumentales y resuelve situaciones siempre desde la línea de menor resistencia.Estas facilidades son la parte menos sorprendente del filme, ya que al ser una primera obra es lógico que se incurra en ellas. Lo sorprendente de el hay que buscarlo en la capacidad de Doris Dörrie para captar simultánemente la verdad genérica y la singularidad individual de los dos seres humanos -a los que hay que añadirla presencia fugaz pero poderosa de un tercero- que maneja, y en la combinación de ligereza y hondura que, bajo la carencia de oficio, compensa aquellas facilidades que la cineasta se da a sí misma.

En pleno corazón

Directora y guionista: Doris Dörrie. Fotografía: Michael Göbel. Música: Paul Sighihara. Producción de la República Federal de Alemania, 1983. Intérpretes: Beate Hensen, Josef Bierbichler, Gabrielle Litty, Nuran Filiz. Estreno en Madrid: cine Alphaville.

Vayamos por partes. La primera y primordial dificultad que ofrece un ejercicio de realización y puesta en escena cinematográfica está en el juego simultáneo de varios personajes.

Es éste un principio de abecedario en la lectura fílmica: cuando vemos en la pantalla cuatro, seis, ocho o más personajes actuantes y sus palabras, gestos y actos forman combinaciones de imágenes que se trenzan y suceden con la misma soltura y claridad que si se tratara de uno o de dos, estamos ante un realizador con oficio afinado y que domina las líneas de mayor resistencia.

Cuando, por el contrario, la realización discurre sobre monólogos visuales o escenas de dúo, estamos -salvo si ha demostrado antes que sabe desenvolverse en situaciones con mayor complejidad- ante un repliegue autodefensivo hacia las líneas de menor resistencia, ante un caso de instintiva tendencia a la abstracción por temor. Es el caso de Dörrie en En pleno corazón.

El filme es un juego de monólogos y dúos, que casi nunca atraviesan la frontera -de la simultaneidad con otros gestos y, cuando lo hacen -escena de la consulta del dentista o del robo del niño-, el ritmo del filme se quiebra con ese derivado de la torpeza que es la inexpresividad.

Señor y perro

Dicho que es un filme menor y primerizo, que se escurre de complejidades ante las que la realizadora no se siente segura, En pleno corazón, en el reducido espacio narrativo que se asigna, alcanza una envidiable penetración en los dibujos de los dos personajes centrales, más el de un tercero episódico con gran capacidad referencial, que revela con un par de brochazos algunas esquinas oscuras de lo que les ocurre a los otros dos.El filme propone, casi en forma idílica de cuento de hadas, una durísima historia de amor y, dentro de ella, de violento desamor. La extraña conjunción entre una muchacha a la deriva en una ciudad -que a los 20 años cree haber pasado por todo- y un hombre instalado que le dobla en edad y que contrata su simple presencia animal en casa, como si alquilara la indiferencia visceral de un perro, sin pedir nada a cambio, por nada, es el vehículo rectilíneo por el que Dörrie se permite un, en su angostura abstracta, ejemplar ejercicio de ir al grano, cosa poco frecuente en los cineastas europeos de hoy, y en especial los alemanes, proclives a irse por las ramas.

No hay en el filme ni un solo desperdicio. Cada plano, por poca fijeza que cause en el recuerdo, dice algo, de tal manera que cada imperceptible signo acumulado o cada leve gesto enriquecedor están allí porque ayudan sin retórica a decir lo que la cineasta dice: imágenes de revés durísimo bajo superficie ligera, alada, incluso delicada.

El filme conmueve, inquieta, divierte, es un sencillo, pero amargo y denso, juego parabólico sobre la vida sin rumbo de una muchacha libre y la muerte enmascarada e instalada en la turbia conciencia de un hombre amarrado a una sociedad mortífera, de la que nada espera y en la que nada busca, salvo tablas de náufrago.

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