Crítica:CINE

Sin vértebras

Sobre la vida y amores del músico romántico alemán Robert Schumann y su mujer, la famosa concertista Clara Wieck, el que fue llamado domador de estrellas de Hollywood, Clarence Brown, realizó en el año 1947 un melodramático y bastante remilgado filme cuyo título era Song of love, rebautizado en España como Melodía inmortal o algo parecido.Clara Wieck fue interpretada en esta película por Katharine Hepburn; Robert Schumann, por Paul Henreid; y, para romper un poquito el dúo con un secreto enamorado de la bella pianista, el departamento de guiones de la Metro-Goldwyn-Mayer s...

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Sobre la vida y amores del músico romántico alemán Robert Schumann y su mujer, la famosa concertista Clara Wieck, el que fue llamado domador de estrellas de Hollywood, Clarence Brown, realizó en el año 1947 un melodramático y bastante remilgado filme cuyo título era Song of love, rebautizado en España como Melodía inmortal o algo parecido.Clara Wieck fue interpretada en esta película por Katharine Hepburn; Robert Schumann, por Paul Henreid; y, para romper un poquito el dúo con un secreto enamorado de la bella pianista, el departamento de guiones de la Metro-Goldwyn-Mayer se sacó de su ancha manga a un chusco Johannes Brahms de opereta, a cargo de Robert Walker, para completar el menú.

Sinfonía de primavera

Director y guionista: Peter Schamoni. Producción de la República Federal de Alemania, 1984. Intérpretes: Nastassja Kinski, Herbert Gronemayer, Rolf Hoppe. Estreno en Madrid: cine Madrid, sala 1.

Tras de esta tarta californiana, ya rancia, era de esperar que el alemán Peter Schamoni sacara con su Sinfonía de primavera la espina con una réplica cargada de verdad contra aquella reconstrucción de guardarropía de tres grandes nombres de la música romántica de su país.

Y es probable que estas intenciones estén en el guión de Sinfonía de primavera, ya que hay síntomas en él de que ha sido cotejado con biografías solventes y, sobre todo, con documentos originales sobre la vida de la famosa pareja de músicos, y en especial con las actas del proceso que el maestro Wieck, padre y despótico administrador de la pianista, promovió contra Schumann por una supuesta seducción de éste a su hija.

Pero esta fidelidad biográfica en cine -que es un arte que tiene en su enorme almacén auténticas maravillas que, vistas desde el rigor histórico, resultarían ser puros disparates- significa bien poco, por no decir que nada, si no está incrustada en un relato con densidad, tensión y desarrollo fílmico válidos por sí mismos, con independencia de la exactitud de los datos biográficos manejados. En definitiva, los átomos de la erudición se disuelven en la pantalla como ilustres naderías, digan o no la verdad acerca de la historia contada, considerada como pretexto.

Un filme es un relato o un poema, no una sesión erudita de datos verificables en una biblioteca de especialistas. Pues bien, Sinfonía de primavera tal vez sea un reflejo biográfico veraz de la auténtica relación que existió entre Clara Wieck y Robert Schumann, pero como película de ficción -es decir, como sucesión de imágenes que intentan elaborar una metáfora narrativa o poemática- es mediocre y, bajo la sombra de esta mediocridad, su veracidad se hace un asunto estrictamente trivial.

Por otro lado, el filme está infestado de complicidades. Se da por supuesto que el espectador sabe a fondo quién es Schumann, lo que es mucho suponer. Y es que Schamoni, que sí parece saberse al dedillo la vida y milagros del compositor y de su mujer, se exime de contárnosla realmente, de lo que habría que deducir que ha hecho la película para sí mismo, en un asombroso ejercicio de didactismo masturbatorio.

La música, ausente

Hay en Sinfonía de primavera tal desorden narrativo, la ficción recreada está tan plagada de lagunas dramáticas, se dan en el filme tantas cosas por sabidas, que el conato de historia se deshilacha y no alcanza en ningún instante a componer otro estilo que el de un vulgar collage documental de aula sin vértebras, resumido en una interminable colección de citas para iniciados en la historia, por supuesto eludida, no realmente contada, de dos seres humanos de ficción, dos personajes dramáticos ignorados como tales.Lo salvable del filme son los actores y la bella iconografía ambiental, quizás porque aquí la buscada veracidad obtiene en ella resultados plásticos convincentes, sobre todo en la reconstrucción de las salas de conciertos, en las que, para mayor inri, siempre oímos los acordes finales de las obras interpretadas y los aplausos, pero casi nunca la música, que paradójicamente es otra gran ausente del filme, seguramente porque Schamoni la da también por sabida. Nastassja Kinski está bien y mejor flanqueada por los actores que interpretan a su marido y su padre, que, en la moraleja del filme, son sus sucesivos explotadores.

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