Los participantes invisibles de Ginebra

Cuando los grandes países se enfrentan con el problema del reparto de poder, como en la cumbre de Ginebra, el acontecimiento supera el tema exclusivo de los arsenales militares. En tomo a la mesa están en competencia sistemas de armas, pero también culturas diferentes. A este respecto, participantes invisibles están sentados en la mesa de la cumbre. Pienso en particular en dos aspectos de nuestra cultura que han transformado la ecuación de la superpotencia norteamericana: la innovación comercial y los cambios ocurridos en el escenario de la política interior. La Iniciativa de Def...

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Cuando los grandes países se enfrentan con el problema del reparto de poder, como en la cumbre de Ginebra, el acontecimiento supera el tema exclusivo de los arsenales militares. En tomo a la mesa están en competencia sistemas de armas, pero también culturas diferentes. A este respecto, participantes invisibles están sentados en la mesa de la cumbre. Pienso en particular en dos aspectos de nuestra cultura que han transformado la ecuación de la superpotencia norteamericana: la innovación comercial y los cambios ocurridos en el escenario de la política interior. La Iniciativa de Defensa Estratégica o guerra de las galaxias se halla en el corazón de las negociaciones de Ginebra. Este proyecto de defensa antimisiles ultrasofisticado tiene todo el aspecto de una gran apuesta gubernamental, militar y política; ¿acaso no es una propuesta de Ronald Reagan, que ha puesto en práctica el Departamento de Defensa y está financiado por el Congreso? Sin duda hay en ello parte de verdad. Pero una de las razones claves por las que la Iniciativa de Defensa Estratégica se ha hecho tan importante y explica por qué ha asustado tanto a los soviéticos y los ha llevado finalmente a la mesa de negociaciones es que en el origen de ese proyecto, más que la Administración, está nuestra cultura comercial. Al principio de los años setenta, y sobre todo después de la firma del tratado sobre limitación de las armas antimisiles de 1972, el Gobierno norteamericano Se desinteresó por la tecnología defensiva. Existía un centro de mando de defensa balística en Huntsville, en Alabama. Se proseguía la investigación sobre los láser de potencia, los rayos de energía dirigida y la microelectrónica, pero a un ritmo muy lento. La tecnología indispensable a un sistema defensivo de gran envergadura no existía.

Sin embargo, en los mismos años, el sector privado se lanzaba a fondo en la tecnología de punta. Y se hacían célebres el Silicon Valley, en Califomia, o la Ruta 128, cerca de Boston. Los norteamericanos, el rey dólar a la cabeza, exploraban con pasión el universo de los ordenadores. Con objetivos a menudo prosaicos: los jóvenes empresarios, deseosos de ganar mucho dinero, inventaban, por ejemplo, los juegos de vídeo (uno entre ellos se llamaba Missile command).

Otro descubrimiento importante del sector civil fue el aparato de rayos infrarrojos ultrasensible. Las industrias aeronáutica y automovilística necesitaban nuevos materiales que fuesen a la vez sólidos y ligeros para fabricar medios de transporte menos hambrientos de petróleo. (. ..) Así, durante una década, son los empresarios y los científicos nortearnericanos quienes han concebido los materiales, los procesos y las ideas que se iban a convertir en los materiales esenciales del programa de Iniciativa de Defensa Estratégica: la miniaturización, la electrónica ultrarrápida, etcétera. ¿Cómo asombrarse de que los soviéticos tengan tanto miedo de la guerra de las galaxias? Saben que los norteamericanos les aventajan y que difícilmente podrán alcanzarlos.

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