Tribuna:

Deudas

Hay lesiones rebeldes, pero ninguna, si se exceptúa el codo de tenista, es comparable a la de la perturbación de identidad. Con esto, el lector habrá inducido en seguida que me estoy refiriendo al V Centeñario del Descubrimiento. ¿Descubrimiento?, ¿encuentro?, ¿genocidio?, ¿civilización? El asunto de ese lado está ostensiblemente mal. No hay modo de lograr, si se pretende excavar la historia, un fruto comestible. Pero el problema es todavía más arduo si se le suma Europa, nuestra insoslayable condición europea y el postulado de asumir tal calidad.Los trastornos de identidad resultan caros. Y n...

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Hay lesiones rebeldes, pero ninguna, si se exceptúa el codo de tenista, es comparable a la de la perturbación de identidad. Con esto, el lector habrá inducido en seguida que me estoy refiriendo al V Centeñario del Descubrimiento. ¿Descubrimiento?, ¿encuentro?, ¿genocidio?, ¿civilización? El asunto de ese lado está ostensiblemente mal. No hay modo de lograr, si se pretende excavar la historia, un fruto comestible. Pero el problema es todavía más arduo si se le suma Europa, nuestra insoslayable condición europea y el postulado de asumir tal calidad.Los trastornos de identidad resultan caros. Y no podría encontrarse algo tan lleno de deudas como la actual situación de España avistando la fecha del Mercado Común; implantada, como efecto de un sueño, en el anillo de la OTAN y encima, por la otra borda, autorresponsabilizada de presidir una comunidad con 300 millones de bocas.

En el talante con que en estas fechas se mueve España puede verse a un ser atribulado por'débitos de los que no habla o en los que se le confunde la voz. El Mercado Común, por ejemplo, ha sido oficialmente un tema reprimido. Se firmó el acuerdo, llegó el verano y apenas hasta ahora ni una palabra más. Si se trata de la OTAN, la misma verborrea es el desconciertp mismo. Finalmente, en cuanto a Latinoamérica, el propio trastorno de identidad ha invertido los términos de la familia. En lugar de seguir España con una prestancia de madre patria, la tendencia es, en los últimos doce de octubre, a pedir nuestro empadronamiento allá.

¿Europa? ¿Los idiomas del assimil en la propia casa? Por lejos que queden los latinoamericanos, ellos guardan todavía el aroma del hogar. Y esto es, con Europa próxima, el nuevo descubrimiento. Casi parece, en términos elementales, que España buscara entrar en la CEE abrazada a los bártulos de un antiguo ajuar. No por gloria, sino por temor a quedar desguarecida. Como esos emigrantes españoles que iban a Alemania con ñoras y latas dé aceite, España parece reclamar de Latinoamérica un refuerzo de identidad. Aunque sea para después, poco a poco, ir vendiendo el suministro.

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