La paranoia del SIDA

Pánico nacional en Brasil ante el avance del síndrome de inmunodeficiencia adquirida

En los últimos seis o siete meses, los brasileños pasaron a convivir con una especie de paranoia: el pánico a contraer el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA). Los números se confunden, y si los brasileños, por tradición, desconfían de las cifras oficiales -empezando por los índices de inflación-, con mucha más determinación se niegan a creer en lo que dicen las autoridades respecto a los enfermos del SIDA. Creen que es más.

El pasado jueves la Secretaría de Salud de São Paulo reveló que en aquel Estado son 364 los casos de SIDA comprobados, con 158 muertes. El 14 de agosto el...

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En los últimos seis o siete meses, los brasileños pasaron a convivir con una especie de paranoia: el pánico a contraer el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA). Los números se confunden, y si los brasileños, por tradición, desconfían de las cifras oficiales -empezando por los índices de inflación-, con mucha más determinación se niegan a creer en lo que dicen las autoridades respecto a los enfermos del SIDA. Creen que es más.

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El pasado jueves la Secretaría de Salud de São Paulo reveló que en aquel Estado son 364 los casos de SIDA comprobados, con 158 muertes. El 14 de agosto el núme ro de muertes en São Paulo era de 132. En todo el país, 384 (colocando a Brasil en cuarto puesto entre los países más afectados por la enfermedad, después de Estados Unidos, Haití y Francia). Sin embargo, esas cifras de hace tres semanas fueron rápidamente superadas. Brasil ya tiene 426 casos comprobados, y sólo en la ciudad de São Paulo se confirma un nuevo caso por día desde el pasado mes de junio. Las autoridades aseguran que, en ese ritmo, São Paulo tendrá más de 500 enfermos antes de que termine el año. Pero para buenaparte de la población esos números son conservadores. En Río de Janeiro, por ejemplo, la cifra oficial indica que a finales de agosto había 58 casos confirmados de SIDA. Es evidente que la suma elemental presenta contrastes: si en agosto había oficialmente 384 casos en todo el país, ahora la suma entre los casos de Río y São Paulo superan con creces ese total, para no hablar de los demás Estados. Desconfiando de los números, los brasileños prefieren confiar en versiones, y de esa manera aumenta el pánico. Desde los primeros meses de este año, cuando la paranoia empezó a crecer sin frenos, los hábitos de parcelas considerables de las poblaciones de Río y São Paulo cambiaron de manera radical. Tradicional punto de concentración de gays y travestidos, la galería Alaska, de Río de Janeiro, en el final de Copacabana, vive días de abandono. Su teatro está vacío, el cine que exhibía películas porno está cerrado, los camareros pasean entre poquísimos clientes en los cuatro bares antes colmados de gente hasta alta madrugada.Al otro extremo de la playa de Copacabana, en el barrio de Leme, las discotecas frecuentadas por jóvenes prostitutas viven días de soledad. Las calles de Ipanema no ofrecen más el espectáculo nocturno del trottoir de los travestidos. Mucha gente se pregunta dónde ha ido a parar esa población de las noches de Río, ciudad que siempre tuvo un intenso movimiento nocturno, surgen estudios de antropólogos y psicólogos tratando de explicar que el pánico a la enfermedad produjo un cambio radical en el comportamiento, quizá excesivamente liberal, de los brasileños. La monogamia volvió a la moda. Y en el caso de los homosexuales, en vez de la rotatividad empiezan a aparecer parejas estables. El principal centro de la enfermedad está en São Paulo. El pasado miércoles las autoridades de aquella ciudad se veían presas de gran preocupación por la detección de casos de SIDA entre la enorme población de presidiarios de São Paulo (son casi 8.500, y un solo presidio, considerado el más grande de América Latina, alberga a 6.000 detenidos). A la vez declararon haber localizado seis travestidos enfermos de SIDA, que pueden haber contaminado a un número indeterminado de hombres, en su mayoría casados.

Rastreo imposible

Para un número tan elevado de enfermos, cuyo crecimiento se da en proporciones alarmantes, el Estado de São Paulo cuenta con 55 camas en hospitales especializados. Río de Janeiro puede internar a menos de 40. De esa forma, los enfermos de SIDA en Brasil sólo llegan a los hospitales durante crisis más graves o para morir. Fueron registrados 24 casos de hemofílicos que contrajeron la enfermedad a través de sangre contaminada, y en la ciudad portuaria de Santos fue encontrado un donador que se presentaba tres veces por semana en los bancos de sangre. Él tenía el SIDA y es absolutamente imposible rastrear las personas que pueden haber sido contaminadas.Historias como ésa rápidamente hicieron que los hospitales brasileños enfrenten ahora un problema grave e inesperado: falta sangre para transfusiones de emergencia. Como en todo país pobre del Tercer Mundo, en Brasil-donar sangre significó siempre una fuente paralela de ingresos: los bancos de sangre pagaban a los donantes. Al no haber ningún examen preliminar, eran comunes, principalmente en los hospitales de la seguridad social, enfermos que contraían infecciones (hepatitis, por ejemplo) a través de transfusiones. Ahora el pánico es recibir sangre contaminada de SIDA. Los donantes voluntarios desaparecen porque piensan que las agujas pueden estar igualmente contaminadas. Y los rigores de pruebas previas hicieron que la mayoría de los bancos de sangre particulares cerrasen sus puertas.

La paranoia, por otro lado, puede ser medida a través del número de pruebas, casi siempre voluntarias, en laboratorios. Un gran laboratorio de análisis de São Paulo recibía, en el primer semestre de este año, 10 personas por semana que trataban de saber si habían contraído el SIDA. Desde julio, el número se multiplicó por dos. El laboratorio se niega a informar sobre la proporción de enfermos reales, pero fuentes médicas de São Paulo indicaron que sólo en la semana entre el 7 y el 14 de septiembre fueron detectados en ese laboratorio seis casos de SIDA.

En Río de Janeiro, el médico Fernando Sion afirma que la población está llena de pavor e indica que la centralita telefónica puesta a disposición de la población recibe en Río 30 llamadas por día, mientras que en São Paulo el número de llamadas llega a nada menos que 480 (20 por hora).

"Al principio", afirma el sociólogo Claudio Monteiro, de São Paulo, Ias llamadas eran de personas pertenecientes a los grupos básicos de riesgo: homosexuales, hemofílicos y drogadictos. Pero ahora recibimos llamadas de todo tipo. Padres, madres, adolescentes". Hubo, en los últimos cuatro meses, siete suicidios: personas que suponían haber contraído el SIDA. Dos de los suicidas eran adolescentes. De los siete, cuatro efectivamente habían adquirido el virus. Tres murieron de puro pavor.

Pánico total

Las autoridades federales de salud, por su parte, todavía no han decidido qué medida práctica tomar para hacer frente al crecimiento veloz de la enfermedad en Brasil. Primero argumentaron que el país tiene 100.000 casos de sífilis, 100.000 tuberculosos, y el hambre (con sus secuelas) todavía es la más mortal de las enfermedades. Pero luego cambiaron de parecer y ahora estudian los presupuestos que serán destinados exclusivamente al atendimiento de la nueva enfermedad. Se calcula que hasta mediados de 1986 Brasil habrá registrado 1.000 casos de SIDA. Si las autoridades todavía no tienen claro cómo hacer frente a la enfermedad, los brasileños parecen haber encontrado su camino: el camino del pánico total. Actrices se niegan a besar a actores homosexuales o bisexuales, centros gays son desactivados, adolescentes entran en pánico a cualquier síntoma que pueda ser confundido con el SIDA (ganglios inflamados, diarreas, fiebre), enfermeras se niegan a atender a homosexuales en los hospitales. Los tiempos de libertad de costumbres entraron en crisis en el país de la alegría.

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