Delicado equilibrio entre lo mejor y lo peor

Una vez superadas las dificultades políticas y económicas que han mantenido a nuestro país como "un capítulo aparte" de Europa Occidental, hay que centrar nuestro entendimiento con las naciones vecinas a, través del lazo histórico más real y profundo: nuestra identidad cultural común. No es tarea fácil, porque la historia moderna de España ha generado una imagen plena de aspectos negativos y de malentendidos pintorescos, que han acabado por elevar a una dimensión mítica nuestra peculiar diferencia.En este contexto, una oportunidad como la que ofrece Europalia tiene para España una importancia ...

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Una vez superadas las dificultades políticas y económicas que han mantenido a nuestro país como "un capítulo aparte" de Europa Occidental, hay que centrar nuestro entendimiento con las naciones vecinas a, través del lazo histórico más real y profundo: nuestra identidad cultural común. No es tarea fácil, porque la historia moderna de España ha generado una imagen plena de aspectos negativos y de malentendidos pintorescos, que han acabado por elevar a una dimensión mítica nuestra peculiar diferencia.En este contexto, una oportunidad como la que ofrece Europalia tiene para España una importancia y una significación difícilmente comparables, que eventualmente se acrecientan al ser Bélgica el país arifitrión, pues a nadie se le escapa los siglos de historia común, escenarios de grandezas y de miserias.

¿Cómo condensar adecuadamente una historia cultural como la española? En semejante empresa debe primar desde luego la estrategia didáctica y diplomática sin menoscabo de la verdad objetiva. Quiero decir que hay que establecer un delicado equilibrio entre lo mejor y lo peor conocido fuera de nuestra cultura, entre lo que a nosotros nos interesa y lo que de nosotros interesa, ya que se trata de un montaje diseñado y financiado de común acuerdo por dos países.

El éxito de la empresa se medirá, en última instancia, por la aceptación popular lograda entre los europeos, que son los espectadores a quienes va dirigido este festival cultural.

En el programa diseñado predominan, como era lógico esperar, las exposiciones, que en un número superior a 30 tratan de los más diversos aspectos de nuestra historia, de nuestro arte y de otras muchas facetas de la creatividad cultural española. Entre ellas, destacan indudablemente las dedicadas al camino de Santiago -Santiago: 1.000 Años de peregrinación europea-; Esplendores de España y las ciudades belgas (1500-1700); Goya y Picasso, Miró y Dalí. Junto a ellas hay otras manifestaciones verdaderamente interesantes, aunque quizá de menor relumbrón aparente, pero es evidente que este no es el momento para llevar a cabo un comentario y una valoración pormenorizados de las mismas.

Tampoco es posible hacerlo con las otras mil actividades de teatro, cine, música, danza, recitales, fiestas, que se sucederán a lo largo de tres meses.

¿Qué impresión se puede adelantar entonces? En primer lugar, felicitarse porque se haya tenido esta oportunidad en un momento históricamente tan oportuno y, naturalmente, porque el Gobierno español haya comprendido que por nada se podía faltar a la cita. En segundo, porque el programa elaborado recoja una oferta muy diversificada, que oriente sobre la complejidad y riqueza de nuestra cultura, que es además una cultura viva, pues también la que se hace hoy mismo puede interesar por igual a nuestros vecinos. En tercero y último, porqué Europalia-85 va a ser un laboratorio excelente para verificar de cara al futuro inmediato, sobre datos reales, cómo se debe plantear la exportación de nuestra imagen cultural.

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