Crítica:CINE

Mito con pies de barro

La naranja mecánica es, como El graduado, una película en su tiempo muy sobrevalorada, hasta el punto de que fue considerada por algunos como una obra maestra del cine moderno, y sin embargo no resistía entonces, y mucho menos ahora, ya que el paso del tiempo la ha erosionado mortalmente, un análisis medianamente serio.Su director, Stanley Kubrick, es un cineasta a veces de talento -por ejemplo, The Killers es un filme de estilo negro realmente intenso, admirable, mientras Paths of Glory o Teléfono rojo, volamos hacia Moscú, son películas que, en las antípodas l...

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La naranja mecánica es, como El graduado, una película en su tiempo muy sobrevalorada, hasta el punto de que fue considerada por algunos como una obra maestra del cine moderno, y sin embargo no resistía entonces, y mucho menos ahora, ya que el paso del tiempo la ha erosionado mortalmente, un análisis medianamente serio.Su director, Stanley Kubrick, es un cineasta a veces de talento -por ejemplo, The Killers es un filme de estilo negro realmente intenso, admirable, mientras Paths of Glory o Teléfono rojo, volamos hacia Moscú, son películas que, en las antípodas la una de la otra, están unidas por una poderosa fuerza polémica común- y casi siempre de extraordinaria brillantez, pero con frecuencia esta su brillantez le sirve de cobertura de oro para el fondo de superficialidad de barro en que algunas de sus películas más famosas se apoyan. El resplandor y La naranja mecánica son, en este sentido, sus dos obras más engañosas: todo en ellas parece sutil e incluso trascendental, pero no hace falta rascar mucho para descubrir que bajo su campanuda epidermis sólo hay puro vacío.

La naranja mecánica

Director: Stanley Kubrick. Basado en una obra de Anthony Burgess. Intérpretes: Malcolm McDoweIl, Patrick Magee, Adrienne Corri, Aubrey Morris, James Marcus. Anglonorteamericana, 1970. Reposición en Madrid: cines Madrid 2, Urquijo, y Vaguada M-2.

La naranja mecánica es un filme formalmente artificioso. Kubrick, apoyado en un guión bien construido, ordenado con oficio, pero en el que no hay ahondamiento ni verdadera construcción de personajes -sólo algunos tímidos intentos en el que interpreta, de manera poco convincente, el gran Patrick Magee, muerto no hace mucho tiempo- quiere darnos a los hombres de este tiempo algunas claves para el entendimiento del inmediato futuro. Y, al revés, mediante un juego de plástica sobre este futuro, proporcionarnos algunas claves para entender el presente. A mi juicio, no consigue ni una cosa ni otra.

El uso del efectismo, que en cine equivale a confundir la forma con la fórmula, hace de este filme de ambiciones metafisicas -metafísica de Readers Digest, por supuesto- un simple fuego de artificio de enunciados visuales y sonoros sin ideas, o con seudoideas, debajo. Como simple relato de una aventura sería aceptable, pero como visión del mundo -que es lo que inútilmente pretende- es sólo una estupidez vestida con los oropeles de la inteligencia falsa, puesto que la verdadera se basta con su propia austeridad.

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