Editorial:

Los rockeros y África

EL 'ROCK' paga a África una parte de la deuda cultural que tiene con lo que Senghor llamó la negritud. La cantidad recaudada por el festival gigante es enorme: 12.000 millones de pesetas. Se sabe, o se sabía de antemano, que es insignificante para el estado de necesidad absoluta de una región que no es, a su vez, más que una simple parte de la miseria del mundo. Todo el dinero que cae sobre esas zonas es inmediatamente devorado por el hambre actual, y muy poco tiene la posibilidad de convertirse en inversión para paliar la del futuro. Una gran parte de este dinero cae en las fauces de l...

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EL 'ROCK' paga a África una parte de la deuda cultural que tiene con lo que Senghor llamó la negritud. La cantidad recaudada por el festival gigante es enorme: 12.000 millones de pesetas. Se sabe, o se sabía de antemano, que es insignificante para el estado de necesidad absoluta de una región que no es, a su vez, más que una simple parte de la miseria del mundo. Todo el dinero que cae sobre esas zonas es inmediatamente devorado por el hambre actual, y muy poco tiene la posibilidad de convertirse en inversión para paliar la del futuro. Una gran parte de este dinero cae en las fauces de la corrupción, el caos, el despilfarro, la evasión de capitales, la compra de armas para sujetar a los hambrientos; y vuelve a parar a los países desarrollados que comercian con esos países y venden briznas de tecnología a cambio de materias primas y de mano de obra. Ese cuadro forma parte de la miseria misma, es la miseria. Toda idea de que se va a acabar con ella por sí sola, sin un movimiento profundo y un cambio de vida en los países desarrollados, parece utópico.El festival mundial es bastante más que esa aportación de dinero (que en sí es importante) por lo que pueda suponer de recuperación de una conciencia activa. Había un declive universal, un indiferentismo, un abandono de lo que un día fueron grandes causas, y este movimiento las recupera, aunque sea momentáneamente. El viejo rockero, el canoso pop de hoy, fueron un día carbunclos para la conciencia joven. Africanizaron su cultura no sólo por una moda, sino por una solidaridad y por un enfrentamiento con las culturas de Occidente, que les parecían culpables. No fue una elección casual, como no lo es que los colegiales de la zona del hambre de Soweto hayan escogido como himno Another brick in the wall, de Pink Floyd. Todavía hoy el reggae es una vuelta más a África, pasando por el Caribe. La industrialización, el multinacionalismo deglutieron al cabo del tiempo los motivos de la lucha de aquellos niños prodigio de la canción. Lo que supone el festival de ahora es un salto por encima del tiempo y su mecánica para regresar a los orígenes. La televisión nos devolvió muchos de aquellos rostros ya alcanzados por el cansancio y por ese leve toque de la nada que es la elegancia de nuestros días: hecho hoy mismo y para hoy mismo, el tablado electrónico estaba cargado de nostalgia que quizá alcance en sus despachos de poder a quienes entonces escuchaban tendidos sobre la hierba y esperando su momento. El momento ha llegado, y se les está pasando...

La palabra éxito referida a este concierto no se puede medir por lo recaudado, por lo impecable de la organización o por el alud de público: lo que importa es la capacidad que pueda tener para despertar una vieja resistencia -la toma de conciencia, se decía en el argot de la época- y para mantenerla despierta sobre la época del sálvese el que pueda, del regreso del racismo y la espesa capa de la indiferencia. Nos devuelve al tiempo de los ideales.

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