Crítica:

La inteligencia del espectador

El riesgo de la traición.Director: David Jones. Intérpretes: Jeremy Irons, Ben Kingsley, Patricia Hodge. Guión: Harold Pinter. Fotografía: Mike Talsh. Británica, 1983.

Estreno en el cine Amaya. Madrid.

En el año 1978, Harold Pinter dio a conocer Betrayal (Engaño), obra teatral centrada en las relaciones de la pareja. Cuatro años después, con guión del propio Pinter, David Jones convirtió esta historia de triángulo en un filme que obtuvo la candidatura para el Oscar precisamente en el apartado que premia el guión.

El riesgo de la traición es algo...

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El riesgo de la traición.Director: David Jones. Intérpretes: Jeremy Irons, Ben Kingsley, Patricia Hodge. Guión: Harold Pinter. Fotografía: Mike Talsh. Británica, 1983.

Estreno en el cine Amaya. Madrid.

En el año 1978, Harold Pinter dio a conocer Betrayal (Engaño), obra teatral centrada en las relaciones de la pareja. Cuatro años después, con guión del propio Pinter, David Jones convirtió esta historia de triángulo en un filme que obtuvo la candidatura para el Oscar precisamente en el apartado que premia el guión.

El riesgo de la traición es algo bastante parecido a Pauline à la plage (Pauline en la playa) o Les nuits de la pleine lune (Las noches de luna llena), de Eric Rohmer, en el sentido de rarificación de los efectos de puesta en escena. Claro que Rohmer es mucho menos virulento, más irónico y menos sarcástico, más comprensivo con sus personajes, siempre convencidos de que es su inteligencia la que dirige la vida, cuando todo depende de la fortuna. Esa última palabra, que corresponde a la famosa cita ciceroniana que algún día acabará por prologar un filme de Rohmer, se complica conceptualmente cuando cae en manos de Pinter.

En El riesgo de la traición los personajes procuran diluir su responsabilidad en el entramado de instituciones, en la aparente lógica de la familia, en el miedo a la soledad y, sobre todo, en el artificio verbal, como si el ingenio de las argumentaciones y la convicción con que se articulan bastaran para poseer la razón. Ver a Kingsley y a Patricia Hodge jugando con Jeremy Irons cuando es éste quien cree engañar a todos, descubrir que en la cadena de equívocos uno siempre acaba por ser la primera víctima, observar el rostro impenetrable de Kingsley cuando habla de la carta que le ha llevado a sospechar que su esposa tiene un amante, es uno de esos extraños placeres que proporciona un cine que confía en la inteligencia del espectador, que no subraya nada, pero tampoco pretende ser adalid de una utópica neutralidad expositiva. David Jones y sus formidables intérpretes están al servicio del texto de Pinter y procuran no distorsionar las ideas del autor, sino transmitirlas claramente.

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