La construcción de una gran pirámide de cristal en un patio del Louvre divide a los franceses

Hacía un siglo que los franceses no se divertían y apasionaban tanto discutiendo de un proyecto arquitectónico como ante la decisión del presidente de la República de reordenar el Louvre y autorizar la construcción de una gran pirámide de cristal en el patio principal del museo, la Cour de Napoleón. Habría que remontarse hasta la enorme polémica que provocó la torre Eiffel para encontrar tanto amor y tanta furia mezclados.

ParísAndré Chastel, del Colegio de Francia, afirma que el Louvre es el peor conservado, el menos vigilado y el más sucio de todos los museos internacionales. "...

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Hacía un siglo que los franceses no se divertían y apasionaban tanto discutiendo de un proyecto arquitectónico como ante la decisión del presidente de la República de reordenar el Louvre y autorizar la construcción de una gran pirámide de cristal en el patio principal del museo, la Cour de Napoleón. Habría que remontarse hasta la enorme polémica que provocó la torre Eiffel para encontrar tanto amor y tanta furia mezclados.

ParísAndré Chastel, del Colegio de Francia, afirma que el Louvre es el peor conservado, el menos vigilado y el más sucio de todos los museos internacionales. "El Louvre", escribía recientemente, "es una obra maestra de incoherencia, en la que los cuadros están distribuidos sin orden ni razón y se pasa del siglo XIX a la prehistoria sin la menor explicación". El museo es uno de los más grandes y antiguos del mundo: fue la Convención Republicana, cuatro años después de la revolución, la que decidió convertir el enorme palacio de la monarquía -un palacio que los propios reyes consideraban disparatado e inhabitable- en pinacoteca abierta al disfrute e instrucción del pueblo llano. Desde entonces, conquistas, compras, donaciones, guerras y rapiñas fueron aumentando su patrimonio, hasta el extremo de que hoy se estima que contiene 300.000 objetos de arte, de los cuales sólo la décima parte es visible.Una de las primeras decisiones de Mitterrand cuando fue elegido inquilino del Elíseo fue ordenar que el Ministerio de Finanzas , que usurpaba desde hace más de un siglo un ala del palacio, la que da a la calle de Rivoli, mudara sus reales a zona menos molesta. La decisión, que parece simple pero que exigía cierta valentía (la prueba es que ni Pompídou ni Giscard d'Estaing se atrevieron a tomarla), fue acogida con gritos de satisfacción y alegría por los conservadores del Louvre y por todas las cabezas pensantes del país. Al fin, el museo podría contar nada menos que con un 80% más de superficie para exposiciones. Pero Mitterrand no se quedó ahí: no se puede consentir que el primer museo de Francia sea el más incómodo del mundo; hay que reordenarlo y habilitar zonas de descanso, salas de vídeo, itinerarios rápidos, vestíbulos de entrada; en fin, todo lo que exige un museo moderno.

Arquitecto chino

Los expertos son unánimes: los espacios de exposición y los de servicios deben ser igual de grandes. Se convocó un concurso y una sociedad, Sodeteg, estableció las necesidades. Luego, en lugar de abrir una nueva convocatoria pública, Mitterrand se dirigió a uno de los arquitectos más famosos del mundo, el chino-americano Ieoh Ming Pei -autor, entre otros, de la librería Kermedy, de Boston, y del ala este de la National Galery, de Washington- y le encargó directamente el proyecto."Éste fue el gran error", se queja Michel Guy, antiguo secretario de Cultura y acérrimo oponente del proyecto presentado por Pei. "¿Cómo iba a limitarse un genio como él a excavar galerías, que era lo que se le pedía? No, tuvo que poner su firma: la famosa pirámide". La famosa pirámide que, según los planos del arquitecto chino, cubriría el gran agujero abierto en la Cour de Napoleón, una inmensa forma geométrica de 19 metros de altura y 33 metros de base lateral, completamente en cristal transparente, que encaminará la luz hacia el subsuelo y reflejará en su superficie el agua de los estanques y fuentes cercanas.

Apego al pasado

La polémica estalló con toda su fuerza el pasado mes de febrero con la aparición de un panfleto, Paris mystifié, que critica ferozmente la idea. Pei se apresuró a llegar a París para defenderse. El arquitecto, que está asociado con un estudio francés en el que trabajan otros 30 colegas, se extrañó un poco del apego al pasado de los franceses: "Me encuentro con personas que hablan de Luis XIV como si hubieran cenado con él la víspera. Si fuera únicamente norteamericano no lo comprendería, pero afortunadamente la cultura china es muy vieja y puedo entenderlo". Pei asegura que quienes asocian la pirámide con una casa de muerte no tienen ni idea: "Esa forma geométrica forma parte de todas las culturas y de todas las regiones del mundo. Además era imposible pensar en un cubo o una semiesfera de esas proporciones".El autor del proyecto se niega en redondo a pasar la prueba que exigen sus enemigos: colocar en la Cour de Napoleón, antes de iniciar las excavaciones, una maqueta tamaño natural. "No serviría de nada, porque la pirámide sólo tiene sentido en su contexto". El alcalde de París, Jacques Chirac, que en principio había aprobado la idea, preferiría ahora ver la enorme maqueta antes de decir su última palabra. Con todo, Chirac, que conoce el gran prestigio de Pei, no se atreve a criticarle muy alto: "Mucha gente encuentra escandaloso colocar una obra ultramoderna en un lugar clásico. Personalmente yo no comparto esa opinión".

Los críticos estiman que hay tiempo para reexaminar todo el proyecto.

Al fin y al cabo, reordenar las colecciones de pintura, aprovechando el espacio que dejara libre el Ministerio de Finanzas, exigirá como mínimo 10 años. ¿Por qué entonces darse tanta prisa en comenzar las excavaciones?, se preguntan. Mientras tanto, Mitterrand permanece callado y las obras no han comenzado. Quizá habrá que esperar hasta las legislativas de 1986.

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