Editorial:

Encuentro en Mallorca

LA CONVERSACIÓN que el presidente Felipe González ha sostenido con el presidente de México, Miguel de la Madrid, ha dado frutos positivos para la política exterior de España en dos cuestiones de suma importancia. En prímer lugar, ha ofrecido una ocasión a Felipe González para insertar más claridad y energía en la posición de España sobre Nicaragua. Es cierto, como ha dicho el jefe del Gobierno español, que el Gobierno sandinista (en el discurso aperturista de Daniel Ortega al tomar posesión de su cargo, en su esfuerzo por mantener el diálogo con la Iglesia, en la amnistía votada por la Asamble...

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LA CONVERSACIÓN que el presidente Felipe González ha sostenido con el presidente de México, Miguel de la Madrid, ha dado frutos positivos para la política exterior de España en dos cuestiones de suma importancia. En prímer lugar, ha ofrecido una ocasión a Felipe González para insertar más claridad y energía en la posición de España sobre Nicaragua. Es cierto, como ha dicho el jefe del Gobierno español, que el Gobierno sandinista (en el discurso aperturista de Daniel Ortega al tomar posesión de su cargo, en su esfuerzo por mantener el diálogo con la Iglesia, en la amnistía votada por la Asamblea recientemente elegida, en el reconocimiento de ciertos imperativos geopolíticos) está dando pasos apreciables que deberían facilitar una solución política, basada en los trabajos del Grupo de Contadora. España, respetando, por supuesto, el carácter regional que ha tenido desde el principio la gestión iniciada en la isla de Contadora, puede contribuir a que esta gestión desemboque en un resultado positivo. Precisamente en un momento en que crecen los obstáculos en ese camino, es fundamental que Europa reafirme su respaldo a Contadora. Las palabras de Felipe González a este respecto tendrán, sin duda, un impacto serio en Europa, y cabe esperar que no sólo en Europa.La segunda cuestión abordada en la conferencia de prensa que siguió a la entrevista con De la Madrid es la de las armas nucleares. En mayo del año pasado Felipe González se había solidarizado con la declaración solemne firmada por los jefes de Estado y de Gobierno de México, Argentina, Tanzania, Suecia, Grecia y la India, en la que se pedía la suspensión "de los ensayos, la producción y el emplazamiento de armas nucleares" como un primer paso hacia "su reducción sustancial para alcanzar luego el objetivo de un "desamne general y completo". Es importante y positivo que España, precisamente en estos momentos, haya reafirmado su apoyo a estos principios. Y con doble motivo en vísperas de la reunión en Nueva Delhi de altos dirigentes de países no alineados, a la que se dirige De la Madrid, y en la que se adoptarán, con toda probabilidad, nuevas iniciativas en favor del desarme nuclear.

Sin embargo, es obligado reconocer la existencia de cierto desfase entre las declaraciones generales hechas en Mallorca y aspectos de la política concreta del Gobierno González en la cuestión nuclear. México jugó un papel decisivo en la elaboración y adopción, en 1967, del Tratado de Tlatelolco, en virtud del cual la desnuclearización de América latina está garantizada, en términos generales, mediante un pacto, un instrumento de derecho internacional, ratificado por los diversos Estados. El caso de Europa es diferente. Sin embargo, para avanzar hacia el desarme nuclear -y Felipe González acaba de reiterar que tal es su deseo- no basta con esperar a lo que puedan decidir norteamericanos y soviéticos. Lo lógico es que cada país, cada Estado, dentro de sus condiciones específicas, tan diversas, realice los pasos posibles para evitar al máximo la difusión e incremento de las armas nucleares.

Felipe González ha dicho en Mallorca que mientras él tenga capacidad de decisión no habrá en España armas nucleares. Palabras bonitas, pero que no garantizan necesariamente nada, pues son precisos instrumentos jurídicos y políticos, estructuras que garanticen al máximo esa no nuclearización de España. Y que aten a todos los Gobiernos, a menos que se produjese un cambio total de la opinión del país. Estamos, en ese orden, en una situación muy endeble, de la que conviene tener conciencia. El acuerdo bilateral con EE UU formula este punto del modo siguiente: "El almacenamiento e instalación en territorio español de armas nucleares ( ... ) quedará supeditado al acuerdo del Gobierno español". Es decir, que la posibilidad se admite.

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En diversas partes de Europa -concretamente, en Escandinavia y en los Balcanes- están en marcha iniciativas tendentes a la declaración de zonas desnuclearizadas, iniciativas aún no concluidas en las que toman parte países de la OTAN, del Pacto de Varsovia y no alineados. No se entiende por qué España no ha tomado ninguna iniciativa diplomática para declarar la península Ibérica como zona desnuclearizada. Con una perspectiva de ese género, es evidente que la firma por parte de España del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNPN) tendría un significado y un valor mucho mayores. El martes pasado, el ministro de Asuntos Exteriores de Portugal, Jaime Gama, declaraba en estas páginas que la firma por España del TNPN sería un factor estabilizador. Es una ocasión para ampliar el tema: tal firma por parte de España tendría un efecto mucho mayor si va acompañada de una iniciativa de España y Portugal para declarar -mediante un tratado internacional- la península Ibérica como zona sin armas nucleares. Ello exigiría, asimismo, negociar con el Reino Unido el caso de su base en Gibraltar.

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