Crítica:MÚSICA CLÁSICA

Madurez para Falla y Milhaud

De nuevo un concierto de José Ramón Encinar (escuchado el pasado 11 de diciembre en el Teatro Real de Madrid) significó interés en la programación y calidad en los resultados musicales. Y de nuevo hay que decir que su eficiencia no se limita a concertar con corrección a los componentes del Grupo Koan, sino que logra una cohesión de conjunto madura.El hombre y su deseo, de Darius Milhaud, era una novedad. Recordaba Enrique Franco en el programa de mano cómo Milhaud proclamó mayor vecindad artística con Claudel que con Cocteau, quien se asimila habitualmente al ...

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De nuevo un concierto de José Ramón Encinar (escuchado el pasado 11 de diciembre en el Teatro Real de Madrid) significó interés en la programación y calidad en los resultados musicales. Y de nuevo hay que decir que su eficiencia no se limita a concertar con corrección a los componentes del Grupo Koan, sino que logra una cohesión de conjunto madura.El hombre y su deseo, de Darius Milhaud, era una novedad. Recordaba Enrique Franco en el programa de mano cómo Milhaud proclamó mayor vecindad artística con Claudel que con Cocteau, quien se asimila habitualmente al grupo de los seis. El hombre y su deseo es uno de los frutos de la colaboración entre Milhaud y Claudel: se trata de un ballet escrito en 1918. La partitura original incluye voces solistas, pero se ofreció la versión de concierto, instrumental, en una realización espléndida.

En El retablo de maese Pedro, Encinar no se dejó llevar por las versiones discográficas al uso y atendió, por una parte, a las características del que acaso sea el intérprete principal -el Trujamán-, papel que confió a un niño, como requiere Falla en un reparto ideal, y, por otra parte, a su visión fundamentalmente escénica de la obra. Resultó de ello un tempo más vivo de lo habitual, que quizá pudo parecer imprudente al principio por las dificultades que iba a entrañar para los cantantes, pero, al ser éstas superadas, nuestro aplauso se ha de unir a los largos que tributó el público.

Miguel Pinzolas, luchando quizá tanto contra los nervios como contra las dificultades de su papel, fue un Trujamán idóneo, con la virtud de una dicción que, salvo en los momentos de fragor orquestal, permitía la perfecta inteligibilidad. Luis Álvarez, con voz baritonal hermosa y redonda, compuso un magnífico Don Quijote, y el tenor Tomás Cabrera hizo muy bien su Maese Pedro.

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