Tribuna:TRIBUNA LIBRE

El cambio de expectativas y la crisis económica

Hemos penetrado en un mundo de expectativas cambiantes, donde las reglas de juego financieras sufren continuas mutaciones. Nuestra incapacidad para medir todo el alcance de las nuevas expectativas nos hace incurrir en múltiples errores, ya que no es fácil sustraerse a su poder de sugestión. La rápida oscilación de los tipos flotantes convierte el juego de las expectativas de mercado en un auténtico dilema. De ahí que no sea nada fácil el formular una política compensatoria adecuada.El juego de las expectativas es como el siroco del desierto, viento que ciega a sus víctimas antes de ahogarlas e...

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Hemos penetrado en un mundo de expectativas cambiantes, donde las reglas de juego financieras sufren continuas mutaciones. Nuestra incapacidad para medir todo el alcance de las nuevas expectativas nos hace incurrir en múltiples errores, ya que no es fácil sustraerse a su poder de sugestión. La rápida oscilación de los tipos flotantes convierte el juego de las expectativas de mercado en un auténtico dilema. De ahí que no sea nada fácil el formular una política compensatoria adecuada.El juego de las expectativas es como el siroco del desierto, viento que ciega a sus víctimas antes de ahogarlas en polvo. Sin duda, llega el momento en que deja de soplar, pero mientras tanto las posibilidades de extraviarse son harto considerables, ya que el paisaje no deja de cambiar en medio de la tormenta. Debido a ello, en la larga marcha por el desierto de la crisis es más que probable que nos estemos dejando arrastrar por espejismos sin cuento.

Un ejemplo de este proceso de ofuscación lo tenemos en la política cambiaria seguida en nuestro país. A lo largo de los últimos años se ha depreciado la peseta, para así compensar los diferenciales de inflación con los países más desarrollados. Pero cada depreciación de la peseta alimentaba, a su vez, la inflación interna, provocando nuevas depreciaciones, y así, sin quererlo, hemos caído en una espiral inflación-depreciación que empobrece progresivamente nuestra economía, mientras que el sistema financiero nada en la abundancia, gracias al aumento y revalorización de las reservas de dólares.

Algo parecido ocurrió cuando se intentó compensar la debilidad de nuestra balanza de pagos incrementando los tipos de interés, sin tener en cuenta el alineamiento de los diferenciales de interés y de los descuentos cambiarios en los mercados del exterior. El resultado final fue un aumento astronómico del descuento a plazo de la peseta, que compensó sobradamente el diferencial de interés, con lo cual no mejoró la balanza de capitales, pero sí se hundió aún más la inversión interna de capital fijo.

La insuficiencia del mercado

Con ello no pretendo abogar por un menor intervencionismo económico, pero sí a favor de una mayor cooperación internacional y una mejor adaptación de nuestras prácticas financieras a las que imperan en los mercados de capitales del exterior, como podrían ser la implantación de mercados cambiarios "a futuros" y la negociación en bolsa de valores extranjeros.A este respecto, es evidente que las fuerzas de mercado son incapaces de compensar por sí solas los desequilibrios económicos, como lo prueba el acuciante problema de la refinanciación de la deuda exterior, amenazada de descalabro en cuanto se produzca una recesión mundial. La conversión de la deuda en litigio en obligaciones negociables está reduciendo el coste de la refinanciación, pero para que la operación sea viable a largo plazo no queda más remedio que estabilizar los tipos de cambio por zonas de intercambio, lo que a su vez fuerza el alineamiento de los países en función de su nivel de desarrollo y de la naturaleza de sus exportaciones.

Si a pesar de todo los pagos por intereses resultan infinanciables, habrá que ponerse de acuerdo para fijar techos a los tipos de interés de créditos y depósitos bancarios, desviando la financiación mundial hacia los mercados bursátiles de renta fija. Pero lo que está claro es que a nadie le interesa el impago de la deuda exterior, ya que provocaría el hundimiento del comercio internacional, base imprescindible de nuestra actual prosperidad.

De todos modos, es evidente que la dinámica del comercio y desarrollo mundiales está forzando el cambio del sistema monetario y financiero; cambio que tendrá repercusiones políticas y económicas impredecibles. Mientras tanto no nos queda más remedio que aguantar los costes del ajuste, confiando que al final descubramos un camino que nos saque de la crisis económica y nos introduzca nuevamente en un mundo lleno de promesas.

La liberalización del mercado de trabajo y la reconversión industrial puede que acorten el período de ajuste, pero a falta de proyectos económicos rentables, resulta difícil pensar en una mejora de la actividad que promueva la creación de nuevos empleos. La recuperación de la inversión sigue siendo, pues, imprescindible, y para ello es básico que se estabilicen los tipos de cambio y de interés, para así reducir la volatilidad de las expectativas económicas.

El crear un clima financiero más estable es una de las prioridades del momento actual, a la que deben contribuir tanto los políticos como los economistas, en busca de una solución de compromiso que satisfaga los condicionamientos de mercado y las posibilidades de desarrollo del comercio internacional. Confiemos que en la conferencia sobre deuda exterior a celebrar en Washington esta primavera se encuentre una solución duradera para los problemas financieros mundiales.

Íñigo Tornos Zubiría es economista.

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