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El modelo vasco como alternativa a la negociación tutelada

Toda la Prensa, general y especializada, ha mantenido diariamente, en las pasadas semanas, en sus titulares los avatares de la concertación social. Todo el país ha seguido, con el ánimo en suspenso, los pasos de esa peculiar contradanza que han trenzado durante muchos meses cuatro poderes de muy diversa índole: el Gobierno, CEOE, CC OO y UGT.Mucho habrá que reflexionar sobre lo acontecido y sobre sus consecuencias. Retengamos ahora, como indicio de un grave fenómeno precisado de análisis, la complejidad y las dificultades de la laboriosa negociación, tan prolongada, tan tortuosa y tantas veces...

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Toda la Prensa, general y especializada, ha mantenido diariamente, en las pasadas semanas, en sus titulares los avatares de la concertación social. Todo el país ha seguido, con el ánimo en suspenso, los pasos de esa peculiar contradanza que han trenzado durante muchos meses cuatro poderes de muy diversa índole: el Gobierno, CEOE, CC OO y UGT.Mucho habrá que reflexionar sobre lo acontecido y sobre sus consecuencias. Retengamos ahora, como indicio de un grave fenómeno precisado de análisis, la complejidad y las dificultades de la laboriosa negociación, tan prolongada, tan tortuosa y tantas veces al borde del fracaso definitivo.

No menos problemática es la negociación colectiva ordinaria, la de los convenios colectivos sectoriales y de empresa. Ya hemos dejado escrito -pero en ello hay que insistir- que España ostenta un triste récord: el de la conflictividad laboral, en que nadie nos aventaja. Así se desprende de las series estadísticas de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) relativas al quinquenio 1977-1981 si, buscando unidades contrastables, ponderamos el número de jornadas perdidas con la población activa de cada país. La negociación laboral discurre en España entre asperezas y derrumbaderos.

Excede de este comentario -y atañe a los sociólogos del trabajo- la pretensión de analizar los motivos de esta disfuncionalidad de nuestras prácticas laborales. Cabe resaltar, no obstante, la multiplicidad de los mismos. Confluyen, sin duda, la crisis económica, que constriñe los márgenes de lo negociable y debilita a las organizaciones profesionales; la transición laboral de la dictadura, que no ha de concluir mientras el tradicional intervencionismo no sea superado -en la práctica y no sólo en el Boletín Oficial del Estado- por una autonomía colectiva consolidada y operativa de empresarios y trabajadores; las reducidas tasas de sindicación y asociacionismo patronal, que dificultan la racionalización de los ámbitos de los convenios colectivos y restan interlocución a las fuerzas sociales; el modelo mediterráneo (maximalista en objetivos e ideologizado en fines) en que se inscriben sindicatos y asociaciones empresariales, etcétera.

No hay solución mágica

Estos y otros problemas no admiten una solución mágica. Pero su dificultad no excusa del empeño en superarlos, para el que sirven de punto de referencia la experiencia internacional y el proceso que desde 1982 se viene dando en Euskadi.

Es valor admitido a partir de la posguerra por la comunidad internacional la idoneidad de los modelos de relaciones laborales para el logro de un orden social justo y estable. Acuerdos internacionales, corno los convenios números 98 y 154 de la OIT y la Carta Social Europea, apuestan por la concertación paritaria y los convenios colectivos, para la regulación de las condiciones de empleo y las relaciones entre trabajadores y empresarios, y por la resolución de los conflictos, colectivos mediante procedimientos establecidos y aplicados por las propias fuerzas sociales. Se afirma, en suma, que los Estados deben cuidarse de suplantar, mediante medidas intervencionistas en lo laboral, la autonomía colectiva de empresarios y trabajadores; esforzándose, en cambio, en potenciarla al máximo en cuanto vía segura hacia la estabilidad social.

Por este camino llevan décadas avanzando, como también hemos escrito recientemente, los países europeos en que se ha logrado un mayor grado de bienestar social: la República Federal de Alemania, Suecia, Bélgica. En todos coincide una misma mecánica: la creación de organismos permanentes, por iniciativa de las confederaciones empresariales y sindicales, e integrados de modo paritario por ellas mismas, para institucionalizar el diálogo permanente, y a través de él negociar acuerdos interconfederales y convenios colectivos o solucionar los conflictos colectivos laborales. Las fórmulas y los alcances difieren, pero en todos los casos funcionan con gran éxito a partir de acuerdos suscritos en fechas tan lejanas como 1938 (Suecia), 1944 (Bélgica) o 1954 (República Federal de Alemania).

Dos años y un acuerdo

Estas experiencias inspiraron la creación del Consejo de Relaciones Laborales de Euskadi en 1981, que en menos de dos años de existencia práctica (una vez desbloqueada su ley constitutiva por el Tribunal Constitucional) ha producido su primer gran fruto: un acuerdo interconfederal -sin precedente alguno en España- para establecer unos procedimientos privados de conciliación, mediación y arbitraje de los conflictos colectivos, que tienen el mérito de establecerse, practicarse y administrarse por las propias confederaciones vascas, sin injerencia de ninguna clase de la autoridad laboral. Este tipo de procedimientos -y no los oficiales- han demostrado una alta eficacia en los países referidos y han desempeñado un papel fundamental en el éxito de la negociación colectiva y en el logro de la paz social en los mismos.

Pero no trata este comentario de profundizar en el acuerdo recién logrado -sobre el que habrá que volver-, sino de aportar referencias dignas de reflexión para mejorar la eficacia de nuestra negociación colectiva. La conclusión del Acuerdo Económico y Social (AES) ha sido traumática, y se hubiera frustrado sin la continua compulsión efectuada por el propio Gobierno del Estado, pésimo síntoma de la salud de nuestra concertación. A buen seguro, las dificultades serían menores si las confederaciones empresariales y sindicales gozaran de un mayor grado de interlocución y de hábito de dialogar, que no se consiguen con una práctica esporádica de la negociación, sino permanente. A su vez, ésta se posibilita mediante instancias paritarias como el Conseil National de Travail de Bélgica, por cuya senda avanza nuestro Consejo de Relaciones Laborales.

El fomento de la negociación colectiva pasa, en definitiva, por el paritarismo, encarnado en órganos permanentes de encuentro. Así lo avala la experiencia. Esta es la vía en que tenernos en Euskadi puestas nuestras esperanzas.

Rafael Puntonet es presidente del Consejo de Relaciones Laborales del Gobierno vasco.

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