Crítica:CINE /'PANDORA'

Mítica reliquia

Es una sorpresa que se haya recuperado esta extraña película de 1951 que, evidentemente, rompió la narración norteamericana al uso y bombeó el sueño del amor fou surrealista. La mayoría de las reposiciones se consagran a lo contrario: al cine seguro, tradicional, conocido. Pandora y el holandés errante es, en cambio, un filme insólito y maldito, de escaso éxito en su momento, pero en el que aún se puede reencontrar su primitiva magia. Que se haya perdido esplendor en las imágenes porque su tan brillante color o sus efectos nocturnos revelen las deficiencias técnicas de la época n...

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Es una sorpresa que se haya recuperado esta extraña película de 1951 que, evidentemente, rompió la narración norteamericana al uso y bombeó el sueño del amor fou surrealista. La mayoría de las reposiciones se consagran a lo contrario: al cine seguro, tradicional, conocido. Pandora y el holandés errante es, en cambio, un filme insólito y maldito, de escaso éxito en su momento, pero en el que aún se puede reencontrar su primitiva magia. Que se haya perdido esplendor en las imágenes porque su tan brillante color o sus efectos nocturnos revelen las deficiencias técnicas de la época no elimina la sugestión de esta leyenda, o de este cruce de leyendas, que devuelve el mito de la pasión y del destino como motores de la vida y la muerte del hombre.Ella, una fascinante Ava Gardner, es Pandora, la primera mujer, según los griegos, que esparció los males por el mundo al abrir, por curiosidad, la caja que los contenía. Él, un sobrio James Mason, el holandés castigado por su crimen que debe vagar por el tiempo sin encontrar la muerte hasta que el amor de una mujer le redima. Ambos se reconocen en una costa mediterránea -España- en los años treinta. La atracción que Pandora despertó en los hombres, y que con frecuencia les llevó a la muerte, será vivida por ella cuando comprenda que daría su vida por la del críptico holandés, oculto en su barco, pintando el eterno rostro de una mujer que es ella misma. Otros personajes enturbian la acción, pero sin interrumpir el lazo que une en el misterio a Pandora y su holandés errante.

Pandora y el holandés errante

Guión y dirección: Albert Lewin. Fotografía: Jack Cardiff. Música: Alan Rawsthorne. Intérpretes: Ava Gardner, James Mason, Migel Patrick, Sheila Sim, Harold Warrender, Mario Cabré. Drama. EE UU, 1951. Local de estreno: Alphaville.

La torpeza narrativa de Albert Lewin, consejero y guionista de la Metro y director de seis largometrajes (El retrato de Dorian Gray se emitió el pasado año en televisión), queda compaginada por su búsqueda de nuevas imágenes, inspiradas directa o indirectamente en la libertad fantástica de múltiples cuadros. La estructura de las secuencias, por su parte, tiene a menudo un estímulo atípico, sorprendente, al que no afecta la dureza con que a veces utiliza la cámara. El mito, el color, los ingenuos efectos especiales se traducen a las estatuas, el charlestón en la playa, la música y el paisaje.

La posible ingenuidad del filme nace de sus pretensiones literarias. Con una visión sobre Europa que no oculta cierto americanismo, Lewin pretende una película culta a la que sobran frases recargadas, voces en off y referencias culturalistas. A algunos puede irritar. Todo es cuestión de que cada espectador coloque en la balanza los distintos aspectos del filme y, decida por su cuenta. Pandora puede cautivar o resultar una reliquia.

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