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Siempre se dijo que los napolitanos han conseguido ser los mejores actores del mundo porque con la comedia se ganaban el plato de comida diario. La fama lírica en España, la leyenda al modo napolitano, está aún por escribir, pero no ha dejado de impresionar al mundo por sus frecuentes y poco ordinarios modos de proceder. Barcelona, a lo largo de su historia, ha demostrado que no sólo era capaz de construir liceos, sino que además mantuvo un íntimo contacto con los compositores del momento. Las óperas, recién estrenadas en la Scala de Milán pateadas en París y cruelmente criticada...

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Siempre se dijo que los napolitanos han conseguido ser los mejores actores del mundo porque con la comedia se ganaban el plato de comida diario. La fama lírica en España, la leyenda al modo napolitano, está aún por escribir, pero no ha dejado de impresionar al mundo por sus frecuentes y poco ordinarios modos de proceder. Barcelona, a lo largo de su historia, ha demostrado que no sólo era capaz de construir liceos, sino que además mantuvo un íntimo contacto con los compositores del momento. Las óperas, recién estrenadas en la Scala de Milán pateadas en París y cruelmente criticadas en los foros alemanes, debidamente traducidas, encontraron en Barcelona un público afable y cortés. Los wagnerianos catalanes hicieron hueco en la contienda francoalemana y aún hoy viven de sus viejas glorias finiseculares.Hace años, Fausto se representaba con un árbol levantándose en medio del escenario, con raíces incorporades. Simbólicamente, el Liceo perdía sus orígenes para buscar en el futuro un nuevo modo de proceder, de entender sus espectáculos.

Han sido tres años de pérdidas, de quejas por parte de algunos, de críticas y de dudas por parte de otros. De fuertes deseos de combatir con una vieja tradición que, a pesar de los pesares, cabe reconocerlo, encerraba una buena dosis de respetabilidad. Aquellos muros sacrosantos de la Rambla han intentado abrir sus selectivas puertas al gran público, han incorporado nuevos profesionales, han procurado esconder, mal que bien, sus inevitables humedades. A un módico precio, si se comparan las cifras.

Y a cambio, discretos premios que el tiempo se encargará de confirmar. La confianza atribuida por los grandes de la ópera al Liceo se concreta este año en añadir a la lista de miembros de la AIDO, asociación selectiva de directores de teatros de ópera, a Lluís Portabella, en reconocimiento a la labor de la institución que dirige, para que aporte su experiencia a aquellos que, como él, están interesados en demostrar que la ópera no tiene por qué ser carísima y amarga de digerir.

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