Crítica:CINE

Ocho planos en uno

Convencidos de que el asesinato puede ser un arte y de que los seres superiores gozan del privilegio de permanecer impunes, dos amigos asesinan a un tercero para que el juego y la provocación alcancen un sofisticado grado de placer. Uno de ellos es más débil que el otro, lo que resulta siempre necesario para que el progreso dramático de la acción cobre un pulso mínimo.Los asesinos, que ocultan el cadáver nada menos que en el arcón sobre el que improvisan una alegre cena, provocan así el llamado suspense, entreteniendo al espectador de forma que éste, si quiere, hasta puede pe...

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Convencidos de que el asesinato puede ser un arte y de que los seres superiores gozan del privilegio de permanecer impunes, dos amigos asesinan a un tercero para que el juego y la provocación alcancen un sofisticado grado de placer. Uno de ellos es más débil que el otro, lo que resulta siempre necesario para que el progreso dramático de la acción cobre un pulso mínimo.Los asesinos, que ocultan el cadáver nada menos que en el arcón sobre el que improvisan una alegre cena, provocan así el llamado suspense, entreteniendo al espectador de forma que éste, si quiere, hasta puede permanecer en vilo. Es el mismo planteamiento de la obra teatral de Patrick Hamilton, que Hitchcock adaptó a la pantalla en 1948 respetando en su integridad la unidad de tiempo y acción exigida por el teatro tradicional.

La soga

Director:Alfred Hitchcock. Guión, Arthur Laurents, basado en la obra teatral de Patrick Hamilton. Fotografia: Joseph Valentine y William V. Skall. Música: Leo F. Forbstein. Intérpretes: James Stewart, John Dall, Farley Granjer, Sir Cedric Hardwicke, Joan Chandler, Constance Collier. Drama, norteamericana, 1948.Locales de estreno: Arlequín y Palafox.

Incluso conservó el forzado desenlace aclaratorio y el largo discurso del profesor de los asesinos, que debe matizar, ante la realidad de un auténtico crimen, su teoría sobre la posible belleza o impunidad de éste. Ni Hamilton ni Hitchcock llevaron muy lejos esta teoría, engarzada sólo débilmente con los divertidos planteamientos de Thomas de Quincey: más bien se trataba de una divulgación superficial.

Es desde este ángulo donde La soga mantiene parte de su interés original. Aunque de nuevo versa sobre la fascinación por el crimen perfecto, el mayor logro de este filme se centra en su respeto por la unidad temporal. Quiso incluso Hitchcock que el filme se rodara en un único plano, pero las condiciones técnicas de la época exigían cambiar la bobina de película virgen cada 10 minutos, lo que redujo su ambición a ocho planos que se intentó disimular empalmándolos en cruces de personajes, cámaras tapadas brevemente por la espalda o el pecho de alguno de ellos o fijándose en detalles que paralizaban mínimamente la acción.

Ya en Náufragos se planteó Hitchcock el reto de mantener la narración en el único decorado de un bote salvavidas, y en La ventana indiscreta, en el del apartamento de un paralítico. Es indiscutible su habilidad para mover la cámara en tan estrechos márgenes, lo que conduciría probablemente al aburrimiento en manos de un director menos experto. Es una cabriola que fascina a los estudiantes de cine y que tiene el encanto del guiño y la picardía. Puede ocurrir, sin embargo, que La soga no conduzca la emoción y el interés hacia metas más lejanas, y que tanto el muerto, su familia, los asesinos y el profesor le dejen completamente indiferente.

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