Crítica:CINE

De qué vale el arte

Inglaterra en el siglo XVII. Un joven dibujante, vanidoso y con éxito, es contratado por la propietaria de una rica mansión para que reproduzca sus jardines y rincones. En realidad, lo que a la señora le interesa, ante todo, es mantener con él contactos sexuales clandestinos, dado que el propietario de la mansión está ausente. El muchacho se presta al enredo, confiando en que su talento artístico descubrirá los entresijos de la sociedad que pulula alrededor de la gran casa, y ello le compensará.Un reto utópico. Los hombres y mujeres que habitan la finca tienen otras opiniones sobre el pintor y...

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Inglaterra en el siglo XVII. Un joven dibujante, vanidoso y con éxito, es contratado por la propietaria de una rica mansión para que reproduzca sus jardines y rincones. En realidad, lo que a la señora le interesa, ante todo, es mantener con él contactos sexuales clandestinos, dado que el propietario de la mansión está ausente. El muchacho se presta al enredo, confiando en que su talento artístico descubrirá los entresijos de la sociedad que pulula alrededor de la gran casa, y ello le compensará.Un reto utópico. Los hombres y mujeres que habitan la finca tienen otras opiniones sobre el pintor y sus dibujos y no sólo le impedirán contar la verdad en los diseños (si es que eso fuera posible), sino que conseguirán complicarle en una historia que acaba en crimen. El pedante muchachuelo no podrá interferir la organizada vida de los aristócratas.

El contrato del dibujante

Guión y dirección: Peter Greenaway. Fotografia: Curtis Clark. Música: MichaelNyman. Intérpretes: Anthony Higgins, Janet Suzman, Anne Louise Lambert, Neil Cunningham, Hugh Fraser. Británica, 1982. Comedia. Local de estreno: Alphaville.

Barroca puesta en escena

El contrato del dibujante es una película sorprendente, extraña en un panorama cinematográfico en el que el tópico parece haber detenido la imaginación. No sé si es un filme apasionante o sólo distinto, pero, en cualquier caso, resulta difícil desprenderse de su barroquismo, del encanto de su forzada puesta en escena, de sus muy abundantes diálogos o cerradas peripecias. Peter Greenaway, el guionista y director, ha rehuido el reflejo minucioso de aquella época histórica para inventarse sus formas y realidades de manera que, ante todo, su película conecte parabólicamente con nuestro tiempo. El aire de teatro que tiene todo el filme es pretendido; su posibilidad de reflexión sobre la viabilidad del arte, el objetivo más buscado.Greenaway tampoco quiere resolver de forma fácil el simple enredo criminal que cierra su relato. A este respecto declara que, como en varias novelas de Agatha Christie, el asesino no tiene por qué ser sólo una persona, sino que podría ser el conjunto de esa comunidad, muy de su vida, pero firme para defenderse de cualquier extraño. Y el pintor lo es, tanto por lo que realmente tiene de advenedizo, como por su pretensión de desvelar la realidad a través del dibujo.

Ea fotografía, los anacronismos del vestuario, el misterioso decorado, la frialdad narrativa y lo insólito de la historieta conforman El contrato del dibujante como una película curiosa, que puede asombrar o dejar indiferente, pero que tiene un claro poder de fascinación.

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