Crítica:FESTIVAL DE SÁNTANDER

3.000 personas en el concierto más popular

El programa de presentación de la Sinfónica de Radiotelevisión de Moscú, en el que con el segundo concierto de Rachmaninov se interpretó la Quinta sinfonía de Mahler, convocó un auditorio de más de 3.000 personas, que dieron a la plaza Porticada un aire popular ya característico del festival santanderino.La gran pianista catalana Alicia de Larrocha demostró en la parte solista del segundo concierto de Sergio Rachmaninov la potencia de su técnica, la precisión de su juego y la capacidad para un pianismo de voz grande e intensa, capaz de recogerse en acentos poéticos como los del segundo movimie...

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El programa de presentación de la Sinfónica de Radiotelevisión de Moscú, en el que con el segundo concierto de Rachmaninov se interpretó la Quinta sinfonía de Mahler, convocó un auditorio de más de 3.000 personas, que dieron a la plaza Porticada un aire popular ya característico del festival santanderino.La gran pianista catalana Alicia de Larrocha demostró en la parte solista del segundo concierto de Sergio Rachmaninov la potencia de su técnica, la precisión de su juego y la capacidad para un pianismo de voz grande e intensa, capaz de recogerse en acentos poéticos como los del segundo movimiento, adagio sostenuto. Al mismo tiempo, Larrocha supo evitar cualquier exceso retórico, convencida de que bastante elocuencia acumuló ya en sus pentágramas el pianista y compositor ruso como para, encima, cargar la mano. Existen, por otra parte, testimonios sonoros del propio Rasmaninov, quien tendía -como hace Alicia- a soluciones sobrias y ceñidas a la letra de lo escrito, que, en este caso, refleja con precisión el espíritu. Bien asistida por el director Fedosieev y los sinfónicos moscovitas, el éxito de la concertista española fue clamoroso.

ENRIQUE FRANCO, Santander

ENVIADO ESPECIAL

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Si Rachmaninov fue un "romántico rezagado", por utilizar la ex presión de Aaron Copland, el caso de Mahler fue bien diverso: sus concepciones y su lenguaje, dota dos de gran personalidad -sobre todo en lo que a invención instrumental se refiere-, tardaron bas tante tiempo en divulgarse, lo que quiere decir que no se trataba de ninguna solución meramente conformista.

Los grandes defensores de Maliler -empezando por Schóniberg y Bruno Walter- supieron entender cómo el autor de los Kindertotenlieder, a partir de un material tradicional y cotidiano e incluso vulgar, construye sus grandes procesos sonoros en forma más narrativa que arquitectónica.

La gran forma sinfónica del ro manticismo -ampliada al máximo por Schubert en la Novena, y, más aún, por Anton Bruckner- hace crisis en Gustav Mahler. Si un Ricardo Strauss, a pesar de su poematismo a veces gigantista, mantiene el buen orden de sus desarrollos y el equilibrio de sus soluciones formales, la intención de Maliler es muy otra. Cierto que algunas referencias temáticas permiten a fa memoria el juego de construir las formas; no es menos verdadero que la estructura de una obra como la Quinta sinfonía se basa en otro tipo de valores evo-cativos, psicológicos, irónicos en el que habita todo el inundo anterior, el mundo de la Viena de Maliler y de Mann, de Freud y de su escuela, del expresionismo que disolverá Schömberg en la negación tonal primero y en la organización dodecafónica después. Ese mundo fascinante en el que combaten la más inquieta novedad y el conformismo más conservador fue vivido por Mahler en estilo dramático.

Estructura narrativa la de la Quinta sinfonía, que se mueve, como una elipse, en torno a dos polos: el scherzo y el adagetto. Parece menos importante el primero, desarrollo de los viejos aires vieneses en su temática y en su tímbrica, pero la Klangfarbenmelodie empieza a sonar ahí, como aparece un principio bastante elocuente de orquestación puntillista.

Cabeza de dos rostros

En el adagetto -que estrenara tempranamente Arbós con la Sinfónica, separado del resto de la obra- nos enfrentamos con el tan traído y llevado psicologismo de Mahler, sólo por lo que tiene -aparte su belleza evidente- de dubitación entre introversión y extroversión. En Mahler las significaciones ambivalentes y contradictorias son constantes y a ellas se debe probablemente parte del atractivo de su música.

El peligro puede estar en considerar la obra de Mahler más desde supuestos literarios que en su significación estrictamente musical, que el compositor buscó con tesón de artesano. Aquí tenemos la Quinta sinfonía: desde 1904, fecha de su estreno, hasta febrero de 1911, poco antes de morir, Maliler no deja de revisar y corregir la partitura. Era consciente, como dejó escrito, de que en la Quinta sinfonía comenzaba un estilo nuevo que, a su vez, exigía una nueva técnica.

Los profesores de la Sinfónica de RTV de Moscú son individual y colectivamente excelentes, porque suman flexibilidad y disciplina. Quizá no apure tales valores el director VIadimir Fedoseev. Su seguro oficio y sólido conocimiento no parecen estar acompañados de una inspiración conceptual. Sus criterios son sumarios y tendentes a la brillantez inmediata. Falta todo el proceso investigador, y en la Quinta sinfonía de Mahler el director debe entrar armado de un bisturí para diseccionar, y de la más alta capacidad poética para comprender y explicar.

El público estalló al final del concierto en grandes ovaciones, ante las cuales la orquesta soviética interpretó fragmentos de Wagner y Chaikowski.

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