Tribuna:

El fraude forma parte del actual espectáculo taurino

El fraude podría ser -como es- una lacra del espectáculo taurino, pero de tal modo ha tomado carta de naturaleza que forma parte sustancial del mismo. El toro romo, el toro que se cae, el toro que sólo soporta un puyacito leve, el toro que parece dormido no son la excepción, sino la norma en la mayor parte de las corridas de toros y novilladas que se celebran en España.Los que habitualmente vamos a las plazas y a las ferias lo sabemos, y lo intuye también el público que ve los festejos por televisión, pues en todos ellos el espectáculo consiste en que unos voluntariosos diestros intentan pegar...

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El fraude podría ser -como es- una lacra del espectáculo taurino, pero de tal modo ha tomado carta de naturaleza que forma parte sustancial del mismo. El toro romo, el toro que se cae, el toro que sólo soporta un puyacito leve, el toro que parece dormido no son la excepción, sino la norma en la mayor parte de las corridas de toros y novilladas que se celebran en España.Los que habitualmente vamos a las plazas y a las ferias lo sabemos, y lo intuye también el público que ve los festejos por televisión, pues en todos ellos el espectáculo consiste en que unos voluntariosos diestros intentan pegarles derechazos a unos toros que ruedan por la arena.

Lástima es la palabra más oída en las corridas televisadas. El narrador, que normalmente se siente obligado a justificar la triste comedia que se desarrolla en la arena y a enaltecerla con triunfalistas adjetivos, no para de decir: "Lástima que el toro no tenga fuerza para corresponder al arte del torero", o "Lástima que los indudables buenos propósitos de los tres espadas se estrellen en la escasa fortaleza de los toros", o "Lástima que el toro no pueda lucir su bravura por culpa de la debilidad de remos". Y entre tanto, la banda de música, tachin-ta-chín, desde los primeros derechazos y desde los primeros tumbos, ajena a la lástima, como si fueran verdad las entusiasmadas adjetivaciones del narrador. Narrador y banda constituyen un conglomerado tercermundista con el que se intenta encubrir el deleznable episodio que aparece en la pantalla para horror y vergüenza de los espectadores.

Los taurinos se complacen mucho con estas corridas televisadas, que calcan a las que no se televisan. En discusión, y como demostración de que el fraude no existe, suelen preguntar: "Pero, Dios mío, ¿a quién beneficia?, ¿quiere explicarme usted? ¿A quién beneficia que se caigan los toros y la corrida resulte, por tanto, deslucida7 Es su argumento supremo. Ellos mismos saben (y la afición comprueba) que la ventaja del torero consiste en debilitar el toro, por supuesto en mermar su agresividad y en eludir al que tiene casta. Los procedimientos que emplean son variados y efectivos, pero lógicamente no pueden aplicarlos con exactitud científica y lo normal es que se les vaya la mano.

Algunos caracterizados representantes de los estamentos taurinos comparecieron no hace ni una semana en el Senado, y jugaron a la paradoja intentando explicar que a los ganaderos, a los empresarios, incluso a los toreros, no les interesa en absoluto que se afeiten las reses. Y aprovecharon para difundir la especie de que si hay males en la fiesta se debe a la demagogia de algunos críticos taurinos. Actuaron con prepotencia, como el que se sabe en la impunidad, y el conde de Mayalde llegó a pedir a las autoridades que averiguaran si, en realidad, se manipulan las astas de los toros. Sin embargo, cuando el conde hacía esta propuesta, ya había recibido una denuncia por presunto afeitado él mismo en su condición de ganadero. Y tanto la sanción, si es ejecutiva, como sus declaraciones son particularmente graves, porque se da la circunstancia de que es, nada menos, que el presidente de la Unión Nacional de Criadores de Toros de Lidia.

Aun con fraude, el del afeitado o cualquier otro, la corrida de toros se desarrolla con riesgo, no cabe duda. Pero es, en tal caso, un riesgo atenuado; una acción punible y díscriminatoria para los toreros cuya ética (o falta de medios en otros casos) les impide recurrir a corruptelas. Y es, sobre todo, una desnaturalización del propio espectáculo, que consiste en la lidia del toro bravo.

La Comisión de Presidencia del Gobierno e Interior del Senado, que por iniciativa de su presidente, el socialista Juan Antonio Arévalo, investiga todas las circunstancias que rodean el fraude, ha alcanzado en sólo unas semanas unos resultados positivos que no tienen precedentes.

Escándalo

Ha empezado a librar la batalla contra la corrupción en la fiesta y su primer éxito ha sido airear los nombres de los ganaderos sancionados por afeitado. Entre ellos están Eduardo Miura, que es la divisa de máximo prestigio; Manolo Chopera, al que se considera el más importante de los empresarios taurinos; el mencionado conde de Mayalde, presidente de los ganaderos. Por el número de los sancionados y la fama de los mismos, la lista es un verdadero escándalo.

Ahora tienen que salir a la luz pública los ganaderos que faltan en ella, los instigadores, los cómplices, los encubridores, los que desde su autoridad hicieron dolosa dejación de funciones; el precio, el modo, el lugar. Y, por supuesto, la investigación sobre otros fraudes distintos al del afeitado, porque entre las características del toro de lidia no figura la invalidez y, sin embargo, inválido aparece en la mayor parte de las corridas.

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