Tribuna:

Los niños de la guerra

Los niños de la guerra, para los periódicos, son los exiliados en Rusia o por ahí, que ahora quieren volver. Los niños de la guerra, para Jiménez Martos (que fue quien se inventó la denominación generacional), y para mí, somos nosotros, o sea que estamos aquí mismo, los que nacimos cuando el mogollón nos tragamos largos rosarios o largas Internacionales en los refugios antibombardeo, como sin enterarnos de nada, pero al loro de todo, y aquí estamos. Los niños de la guerra -Claudio Rodríguez, Carlos Sabagún, Eladio Cabañero, Antonio López, Ángel García López, algunos más-, ...

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Los niños de la guerra, para los periódicos, son los exiliados en Rusia o por ahí, que ahora quieren volver. Los niños de la guerra, para Jiménez Martos (que fue quien se inventó la denominación generacional), y para mí, somos nosotros, o sea que estamos aquí mismo, los que nacimos cuando el mogollón nos tragamos largos rosarios o largas Internacionales en los refugios antibombardeo, como sin enterarnos de nada, pero al loro de todo, y aquí estamos. Los niños de la guerra -Claudio Rodríguez, Carlos Sabagún, Eladio Cabañero, Antonio López, Ángel García López, algunos más-, llevamos la guerra dentro, qué se le va a hacer, y la idea de España como guerra. Como guerracivilismo eterno y permanente.La guerra como estado natural y cotidiano de España. Ocho siglos de judíos, moros y cristianos. Unos años de gabachos. Dos guerras carlistas miniadas por Valle Inclán, al que leímos en seguida. Una guerra civil de tres -trescientos mil- años. Nosotros no hemos estado en la Rusia del éxo do, como los que ahora vuelven o quieren volver, con toda justicia y necesidad, pero hemos vivido la España nevada de los cuarenta, con colas y hambre y frío, como una Rusia de signo contrario, y hay quien denuncia en nosotros el resentimiento, como lo denunciaron en Azaña.

La princesa Tessa de Baviera (me lo contaba la otra noche), a quien llaman "la Pasionaria de derechas", me dice entre risas amistosas:

-Lo que al personal le parece mal, de ti, o sea que no le gusta, es el resentimiento.

Y me dio un beso en la mejilla para aliviar. Tessa de Baviera se pega las grandes bañadas en las piscinas del Mindanao, que es la piscina de moda de este preverano -qué rayos va a ser la terraza de Teide, que es de toda la vida, qué rayos va a ser la terraza de Teide, que es un clásico de toda la vida hay que estar al loro, tíos, si se es cribe en los papeles- La dere cha/derecha sólo podía acusar a Azaña de resentimiento: "Ese pa santillo que nos quiere hacer masones". ¿Resentimiento de qué? Don Manuel Azaña, sí se educó en el jardín de los frailes, en los jardines teológicos de España, como los niños teológícos de casa grande. Aparte de que el resentimiento

es una fuerza legítima que mueve la Historia. Proudhorn, Lasalle y los otros no hicieron sino racionalizar el resentimiento de las obreras de Manchester, que hasta fueron acusadas de masturbación cuando la máquina de coser del señor Singer, que las obligaba a un pedaleo unánime en los grandes talleres, generaba en ellas, según los calvinistas, ínconfesables orgasmos. El resentimiento ha sido nuestro Renacimiento.

Resentimiento/ Renacimiento. Lo que nos ha permitido acceder al mundo y a la vida como renacidos y no como resentidos. Veo Renacer, del catalán Bigas Luna, que es un post/Godard, en estreno, cine Azul, y me pregunto por qué este hombre, que tiene hoy la escritura cinematográfica más vanguardísta y sólida de España, como demostró en Bilbao (me lo presenta Pineda en el estreno y veo que es, cronológicamente, un-niño-de-la-guerra), se mete a denunciar la industria de Dios en USA (ya denunciada por Juan Ramón en los 20/30 como un baseball teológico), y finalmente nos cuenta, alegórico, que el milagro y la trascendencia es posible. (Diego Galán ha hecho lúcida crítica del filme en estas páginas). Hay quien me dice a la salida, en la hamburguer de al lado (Gran Vía) que el filme es un encargo del Opus, del Vaticano, de los masones. Por encima/debajo de todos estos roneos, veo la duda existencial de un niño de la guerra, como yo, que utiliza su intrépida y dominada escritura cinematográfica para comunicarnos ambiguamente lo que le pasa: está entre Godard y los jesuitas del colegio. Como otros están entre el pilarismo y el fraguismo o el centrismo o el socialismo.

Todos somos María Luisa Sevilla Larrasquitu, niña de 55 años nacida en Bilbao y domiciliada en URSS, que quiere volver, y cuya ficha ha dado este periódico. Nosotros no estuvimos allí, pero hemos llevado la URSS por dentro. Los niños de la guerra somos híbridos, centáuricos, machihembrados y andróginos morales. Hasta en el PSOE se nota.

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