DECIMOQUINTA CORRIDA DE LA FERIA DE SAN ISIDRO

Rejoneo de alta escuela

El rejoneo que tenemos es el que ayer se vio en Las Ventas, perfecto y de alta escuela. Están ya lejos y olvidados aquellos "números del caballito" que consistían en pegar galopadas siniestras al hilo de las tablas, venga vueltas y vueltas, con el toro detrás, y clavar al aliguí. Esa prehistoria duró muchos años, hasta que Ángel Peralta la hizo oficio y los portugueses aportaron el toreo.Lo malo de la perfección es. que está a un paso de la atonía. Salvo imprevistos, el rejoneo es ahora un espectáculo amable, que transcurre sin sobresaltos. De cualquier forma, en estos fastos de rejoneo total ...

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El rejoneo que tenemos es el que ayer se vio en Las Ventas, perfecto y de alta escuela. Están ya lejos y olvidados aquellos "números del caballito" que consistían en pegar galopadas siniestras al hilo de las tablas, venga vueltas y vueltas, con el toro detrás, y clavar al aliguí. Esa prehistoria duró muchos años, hasta que Ángel Peralta la hizo oficio y los portugueses aportaron el toreo.Lo malo de la perfección es. que está a un paso de la atonía. Salvo imprevistos, el rejoneo es ahora un espectáculo amable, que transcurre sin sobresaltos. De cualquier forma, en estos fastos de rejoneo total se puede contemplar su antología, y permite admirar a qué extremos ha llegado su técnica. Esos quiebros de Joao Moura, por ejemplo, citando con el caballo convertido en estatuta, junto al toro: y dándole ventaja, parecían imposibles hace apenas una década, y todo permite suponer que la competencia entre rejoneadores producirá otras innovaciones.

Plaza de Las Ventas

28 de mayo. Decimoquinta corrida de San Isidro. Toros de Antonio Ordoñez, para rejones, bien presentados, con casta, que dieron juego. Alvaro Domecq, Manuel Vidrié, Joao Moura y Javier Buendía, una oreja en cada toro; por colleras, Domecq-Vidrié, oreja, y Moura-Buendía, vuelta al ruedo.

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Ante un público entusiasta que abarrotaba la plaza, en el que abundaban mujeres y niños, los cuatro lucieron sus mejores habilidades y redondearon una tarde brillante. A Dornecq le salió todo como la seda, torerísimo, medido, e igual a Vidrié, aunque acaso éste tuvo mayor mérito, pues mientras el toro anterior había sido bravo, el suyo salió manso. A fuerza de templar y consentir, se hizo con él, y logró que le embistiera entregadito y sin problemas. A Buendía no se le apreció tanta seguridad como a sus compañeros, posiblemente porque aún necesita madurar, mientras que Moura se desbordaba a sí mismo ejercitando un .toreo de fantasía, a veces barroco, pero siempre acomodado a las características del toro. Sus querencias sabe Moura aprovecharlas para acrecentar la emoción de las suertes.

Por colleras, volvían locos a los Ordoñez -género de casta y clase-, lo cual tiene una discutible ética. Jinete a jinete se hacen quites, se cruzan, se alternan al reunir, clavan sin piedad, con gran appirato, de galopadas e indudable armonía, pero a fin de cuentas el que sufre tanto -vaivén y sangría es el toro, al cual no se le deja- ni siquiera la posibilidad de reaccionar y no sabe por dónde le viene tanto pincho y tanto disgusto.

Los caballos, como siempre, una maravilla. Saludaban corteses, exhibían con sobria galanura su bellísima estampa. Caballos valientes, caballos toreros de toda gama, desde el vibrante que montaba Domecq, al de Moura, que quiebra, finta, cita, tal que torero de a pie; sólo que a cuatro patas. Además, los caballos tienen de bueno que te montas y aúpa vas divino. El público lo pasó en grande, pero sin duda se divirtieron más los propios jinetes. Tienen una vocación que se palpa. Pues cada uno de ellos cortó una oreja, quedaron empatados, y a estas horas aún estarán discutiendo quién lo hizo mejor. Debieron dirimirlo echando una carrera, calle Alcalá, arriba.

Se hacía lenguas de lo visto la gente al abandonar la plaza, más que nadie don Mariano, que es el aficionado que mejor sabe contar ,las corridas. Igual que siempre, a la salida toreó de salón para los amiguetes que se habían quedado fuera del coso, escuchando el espectáculo.

Les explicaba, agitando un pie, cómo el caballo de Buendía po.nia la pezuña sobre el toro ya muerto, y para reproducir los pares a dos manos de Vidrié, primero piafaba, después se pegaba una carrera por la esplanada de Las Ventas, en persecución de quienes acudían presurosos al metro, ajenos a esta realista narrativa. Los amiguetes le aplaudían, arrobados. Se fue a casa,en un trotecillo, fustigándose el anca. Estaba impresionado don Mariano con la alta escuela de los rejoneadores, pero aún más con la de los caballos, cuya estampa e inteligencia le tenían sorbido el seso. Cuando se sentó a cenar relinchó y pidió el pienso. Su señora llamó a urgencias de la Seguridad Social.

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