Reportaje:

Siempre volveremos a Seveso

Los efectos del gas tóxico dioxina, que en julio de 1976 salió de la empresa ICMESA e invadió este pueblo de la Lombardía y sus alrededores, aún no han desaparecido

El magistrado ha alzado las manos, con las palmas abiertas, hasta la altura de la cara. Las ha mantenido así, durante unos instantes, intentando silenciar los clics de las máquinas fotográficas y apagar los fogonazos de los flashes. No lo ha logrado. Por encima de esta escena se puede leer una frase escrita en la pared - "La ley es igual para todos" - contemplar un Cristo con los brazos abiertos y observar a un joven, Gian Carlo Prada, trabajador de ICMESA, que permanece en el otro extremo de la sala, apoyado en la baranda de madera, con un gesto entre aburrido y perplejo.Ha vuelto ...

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El magistrado ha alzado las manos, con las palmas abiertas, hasta la altura de la cara. Las ha mantenido así, durante unos instantes, intentando silenciar los clics de las máquinas fotográficas y apagar los fogonazos de los flashes. No lo ha logrado. Por encima de esta escena se puede leer una frase escrita en la pared - "La ley es igual para todos" - contemplar un Cristo con los brazos abiertos y observar a un joven, Gian Carlo Prada, trabajador de ICMESA, que permanece en el otro extremo de la sala, apoyado en la baranda de madera, con un gesto entre aburrido y perplejo.Ha vuelto a Seveso. Gian Carlo Prada siempre recordará aquel sábado,10 de julio de 1976, cuando de la fábrica de ICMESA, en el barrio de Sant Pietro, al pie de la autopista de Milán, salió una nube de dioxina y lo impregnó todo. Jamás podrá olvidar que el lunes se reincorporó a su puesto de trabajo, en la sección de destilería, a pesar de que en la fábrica se había ya corrido la noticia de la fuga del gas tóxico. No podrá olvidar tampoco aquellas primeras asambleas, las negativas de la empresa a reconocer que algo irregular y peligroso había sucedido, la muerte de los animales de granja, cómo los árboles perdían las hojas y, por fin, una semana después, el reconocimiento de la catástrofe. Lo evoca todo con una cierta ironía, haciendo hincapié en aquellos inútiles servicios de descontaminación que recorrieron los campos con unos grandes aspiradores absorbiendo tierra o depurando el agua de las letrinas o de las cloacas. "¿Tú crees que aquello sirvió para algo?", se ha preguntado. Ha dejado la respuesta suspendida en el aire de la misma manera que, pocos meses después de la catástrofe, dejó la familia, la casa, a la anciana Paula o a Gulio encorvado sobre el banco trabajando la madera. Empezó por no poder conciliar el sueño, después se sintió embargado por la angustia y acabó temiendo circular por algunas de las calles próximas a ICMESA.

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Era un temor irracional a ser ase sinado por la dioxina. El médico le explicó que para eso no había ningún medicamento. No podía hace nada. Le recomendó que marchara del país. Fue entonces cuando lo dejó todo, suspendido en el aire Marchó hasta la sierra de Cazorla en la provincia de Jaén. Ahora trabaja como agricultor. Sin embargo volvió a Seveso para asistir al juicio contra los responsables de la catástrofe. La empresa le ha ofre cido cinco millones de liras (casi medio millón de pesetas) para que renuncie a ejercer su acción judicial. Pero Gian Carlo, al igual que los 120 compañeros de la empresa, lo ha rechazado. No está dispuesto a aceptar nada. Sólo quiere justicia. Se siente aún angustiado. Continúa temiendo cruzar la ciudad y se niega reiteradamente a pasar por el puente de la Vignazola. Desde allí se ve el tejado de la fábrica ICMESA. "La dioxina esta ahí, dispuesta a matarnos a todos", ha murmurado.

El museo del terror

El magistrado ha continuado con las manos levantadas y las palmas abiertas, balbuceando unos sonidos ininteligibles, que riendo detenerlo todo. Las cáma ras de televisión han seguido zum bando y los focos de luz barriendo la sala. El ahogado Arnaldo Borgonovo ha alzado la cabeza, se ha puesto de pie y ha apretado contra el pecho una cartera nueva de piel negra, después ha trenzado un gesto de cansancio, mientras la toga empezaba resbalarle por los hombros. Ayer estuvo en el despacho de Meda hasta última hora de la tarde, después marchó a Milán para asistir a una reunión de los abogados querellantes. No ha parado ni un solo, instante. Hoy vuelve a estar ahí. Cansado y con sueño.Siempre pendiente de Seveso. Empezó a ejercer de abogado hace cerca de 10 años. Antes trabajó en el negocio de su padre, conduciendo un camión. Le gusta detenerse en estos principios y recordar que se hizo a sí mismo. Después, cuando acabó la carrera, estuvo en Milán, sin cobrar ni una sola lira, como pasante del "mejor abogado del mundo", ahora en el despacho colectivo de Meda, en la planta baja de su domicilio, muy cerca de la vía del tren. Al principio, en el verano de 1976, por el despacho del letrado Borgonovo pasaron casi dos centenares de personas presuntamente afectadas por la dioxina. El tiempo y las indemnizaciones se han encargado en reducir a nueve familias el número de sus clientes. Se lamenta de que todo se haya reducido a una cuestión de dinero, que a sus conciudadanos no les preocupe nada más que el dinero. Alza la voz y con insistencia habla de la permanente amenaza de esta sociedad industrial, que no es capaz de controlar sus propios desmanes. Se detiene, esboza una sonrisa y reflexiona con cierta ironía. "¿Se imagina qué hubiera pasado si, en vez de suceder todo en el Norte, la catástrofe hubiera ocurrido en el Sur?. La mafia lo dominaría todo, incluidos los millones de liras entregadas por la multinacional". Ha continuado elucubrando. "¿Y si en vez de tratarse de una multinacional suiza, hubiera sido una empresa del propio país?. Nadie habría pagado nada. Nos hemos beneficiado de su seriedad". El letrado Borgonovo asegura que los terrenos contaminados por la dioxina deben de ser devueltos a Seveso para que en ellos se pueda construir un enorme parque. "Sí, un parque", insiste, "en el que se levante un museo. Un museo dedicado al terror y a la dioxina".

"La dioxina, la dioxina ... ", ha musitado en voz baja.

El límite del provecho

Ha cimbreado las manos, hacia atrás y luego hacia delante. Siempre con las palmas abiertas. Por enésima vez ha intentado frenar la avalancha de fotógrafos. Ha asomado los ojos por encima de las máquinas, buscando la mirada del ministerio público. Nicolo Franciosi lo ha visto ahí, sumergido entre los periodistas. Lo único que ha podido hacer por él es sonreírle, bajar la cabeza y soplar sobre una mota imaginaria de polvo que se ha posado encima de la cubierta del Código Penal. Es el único objeto que permanece sobre su pupitre. Seveso, para él, son 53 tomos de un sumario, que empezó a instruirse en 1976. Ahora ha empezado a invadirlo el polvo. Se niega a hacer ningún tipo de valoración. Explica con un cierto tono didáctico que a raíz del siniestro se sometió a investigación a 16 personas -prefiere no hablar del procesado número 17, Paolo Paoletti, asesinado por Primera Línea- y que ahora en el banquillo de los acusados sólo se sentarán cinco. Ha hablado de las amnistías, que tan generosamente se concedieron, y de la convicción de la sala de que algunos de los investigados no eran responsables de la catástrofe. En cualquier caso, del procedimiento judicial se han apeado todos los funcionarios de sanidad de Seveso y de la comarca. Pero se ha negado a comentar el hecho. Se niega también a reconocer que el caso haya perdido fuerza y que el principio de la ejemplaridad penal se haya quedado disuelto con el paso del tiempo. "Nada, nada", ha repetido. Ha intentado definir la catástrofe de Seveso con una sola palabra y ha hablado del "límite de la lógica del provecho". Esto es Seveso. Seveso, para este fiscal, es también una historia judicial jalonada de dilaciones y sobre la que gravita el peligro de una prescripción. Se duele de la, falta de medios de la Justicia italiana y asegura que todo el peso recae sobre los funcionarios que se ven obligados a multiplicarse por cuatro para conseguir cualquier cosa. El sumario de Seveso, afirma, no fue un caso diferente."El caso de la dioxina se llevará hasta el final", ha asegurado.

Los hijos de la dioxina

Finalmente, el inagistrado ha logrado hacerse oír por encima del ruido de los fotógrafos. A media voz a explicado que el aplazamiento del juicio está provocado por la huelga de los abogados de Monza. Ha añadido que la sesión se convoca para el viernes 17 de junio. Después ha ordenado desalojar la sala. Gactano Carro ha pensado que había que hablar otra vez de Seveso, que había que volver a llevar el tema de la dioxina a la primera página de los periódicos. Un alud de personas lo ha arrastrado hasta la puerta y lo ha dejado solo en el centro del pasillo, junto a la vidriera.Ha vuelto a Seveso, a la calle Dante, cerca del paso del tren, donde tiene un comercio de comestibles, su casa y tres hijos. Gaetano Carro aglutina en Seveso la primera asociación de padres cuyos hijos están afectados por la dioxina. Mario, el menor, enfermó en septiembre de 1976, cuando ya parecía que todo había pasado y el pequeño volvió a la escuela. Primero fueron unos escozores en la cara, después la aparición de un acné en el rostro y, finalmente en la espalda. Conocía el diagnóstico antes de llegar a la consulta del médico. Era el cloracne. Luego nació la asociación. Por aquella época, Carro era concejal del Ayuntamiento de Seveso en representación del Partido Socialista Democrático. Recuerda que un día llegó hasta su despacho una lista con los 23 primeros niños afectados por la dioxina. Se puso en contacto con ellos y luego, cuando abandonó el ayuntamiento, continuó aglutinando sus inquietudes y preocupaciones, desde el otro lado del mostrador, mientras pesaba los tomates o alargaba un paquete de raviolis. El pasado 11 de abril se acercó junto con otros familiares al Palacio de Justicia de Monza para presentar un escrito en el que se solicitaba la comparecencia como abogado querellante. No es la única asociación de afectados que existe en Seveso. No conoce el número exactamente, pero calcula que en el pueblo deben existir unos 200 afectados por la dioxina. Él sospecha, sin embargo, que este número podría ser de 500. Nadie lo sabe. Le preocupa la falta de concreción y de datos y le preocupa también Mario. Al principio de su enfermedad, tuvo que soportar las burlas de sus compañeros de escuela, de idéntica manera que los vecinos de Seveso tuvieron que aguantar los comentarios despectivos e irónicos de los demás italianos. Los negocios se resintieron. Aún hoy padecen los efectos de la marginación y de: la dioxina.

"Sí, son los residuos de la dioxina", ha añadido con indignación.

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