CUARTA CORRIDA DE LA FERIA DE SAN ISIDRO

No se comen nada

JOAQUIN VIDAL Llegaron los jóvenes, los que se iban a comer el mundo, y pudimos comprobar que no se van a comer nada. Queda pendiente la cuestión de si no quieren o no pueden. Aún faltan más jóvenes, porque esta feria fue pensada para ellos, pero ayer encabezaba el cartel Emilio Muñoz, que va para figura, y su actuación resultó decepcionante.Doblemente decepcionante, pues traía de Sevilla el crédito de su triunfo en la feria de abril, legitimado por una cornada seria, y había esperanza en que lograría confirmar la calidad técnica y artística que exhibió aquél día. Sin embargo su toreo de ayer ...

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JOAQUIN VIDAL Llegaron los jóvenes, los que se iban a comer el mundo, y pudimos comprobar que no se van a comer nada. Queda pendiente la cuestión de si no quieren o no pueden. Aún faltan más jóvenes, porque esta feria fue pensada para ellos, pero ayer encabezaba el cartel Emilio Muñoz, que va para figura, y su actuación resultó decepcionante.Doblemente decepcionante, pues traía de Sevilla el crédito de su triunfo en la feria de abril, legitimado por una cornada seria, y había esperanza en que lograría confirmar la calidad técnica y artística que exhibió aquél día. Sin embargo su toreo de ayer fue tan desangelado y torpe, tan falto de confianza y hasta de ilusión, que el éxito sevillano pudo quedar en entredicho para quienes no lo presenciaron, o hacerles pensar que Emilio Muñoz había cambiado.

Plaza de Las Ventas

17 de marzo. Cuarto corrida de San Isidro.Toros de Fermín Bohórquez, desiguales de presentación, ásperos, de feo estilo. Emilio Muñoz. Pinchazo hondo trasero y dos descabellos (silencio). Metisaca y bajonazo infame (protestas). Tomás Campuzano. Estocada caída y rueda de peones (vuelta). Bajonazo (oreja protestadísima).El Soro. Estocada caída y descabello (silencio). Bajonazo (pitos)

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Pero la realidad es otra: los que habían cambiado eran el toro y el público. El toro de Sevilla es distinto al de Madrid, y el público también. El toro de Sevilla es un al recortadito, de fuerzas justas, que embiste atemperado, y la habilidad del torero se circunscribe a adaptarse, según sus gustos y capacidades. El toro de Madrid, en cambio, es de trapío, hay que atemperarlo, atreverse con él primero, dominarlo después.

Y luego está el público. A todo torero sevillano en La Maestranza le jalean con oles y jipíos el lance, la simple apostura, un gesto, y así se va haciendo el ambiente de fiesta, lidia adelante. Por el contrario, en Madrid los aplausos hay que ganarlos, no importa que sean o no del foro los artistas, pues aquí nadie les mira a los diestros el padrón. Lo mismo cabría decir de El Soro y Valencia. Los péndulos que el mozallón de Foyos le hacía al sexto toro, en el coso de la calle Játiva habrían provocado el delirio, mientras que en el de Las Ventas suscitaban protestas.

U corrida de toros es en Madrid diferente -aunque cabría definirla, con más propiedad, auténtica-, y eso es lo que mortifica a los taurinos, que ingenian estrategias para neutralizar las exigencias de los aficionados. Por fortuna carecen de imaginación y en cualquier caso no se les consiente, pues en tales fintas subyace un propósito de desnaturalizar la fiesta, lo cual no es negociable. De ahí el respeto que impone Madrid a todos log toreros con su corte -quien la tenga-, y de ahí que muchos espadas con fulgurantes carreras hayan estrellado en el albero de esta plaza sus ambiciones. Toros y público les salen al paso. Madrid da y quita. Madrid es la cátedra y sólo su examen tiene validez para quienes aspiran a alcanzar la categoría de figuras.

Los Bohórquez salieron mansotes, ásperos y deslucidos. Tanto peor para la brillantez de las suertes, pero tanto mejor para que los jóvenes maíadores dieran su medida. Según queda dicho, la dieron baja. Emilio Muñoz estuvo torpe con el capote y con la muleta vulgar. Vulgar en un toro, el primero, porque al otro, que tenía genio y le pegó dos peligrosos arreones, se lo quitó rápidamente de en medio con un bajonazo infamante. El Soro aún fue más vulgar que su compañaro en todos los tercios -incluido el de banderillas- y los alardes tremendiltas con que intentaba suplir la dificultad del toreo no se los admitió el público.

Al lado de ellos, Tomás Campuzano parecía maestro. Instrumentó una faena decorosa en su primer toro, y en el otro, un pavo, cornalón y astifino, tuvo el mérito de aguantar y exponer lo suficiente como para descubrir cuál era el lado bueno de la embestida. Resultó ser el izquierdo y, consecuentemente, instrumentó series de naturales, pero no acertába a templarlos. Además, mató de bajonazo. El presidente, en un nuevo alarde de incompetencia, le concedió la oreja, que la mayoría del público protestó con ira. El triunfalismo. del palco no pudo enmascarar el rumbo negativo que lleva la feria. No obstante la esperanza continúa, pues aún hay más jovenes en cartel. Hoy unos, mañana otros, y así.

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