Crítica:JAZZ

Bo Diddley, protagonista de sí mismo

El lugar -la sala Morasol de Madrid- se iba llenando bajo el goteo poco tumultuoso, pero continuo, de unas gentes variopintas, con intereses, edades y aspectos diversos y con una relación con el gran protagonista de la noche, Bo Diddley, el rythm and blues hecho carne, el primer ídolo de sí mismo y de los Stones, que para unos era recuerdo y para otros historia. De modo y manera que cada cual vería aquella feria con anteojos distintos.Lo que todo el mundo hizo de la misma manera fue esperar 45 minutos a que empezara la actuación, minutos aprovechados para comprar simpáticos vales an...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El lugar -la sala Morasol de Madrid- se iba llenando bajo el goteo poco tumultuoso, pero continuo, de unas gentes variopintas, con intereses, edades y aspectos diversos y con una relación con el gran protagonista de la noche, Bo Diddley, el rythm and blues hecho carne, el primer ídolo de sí mismo y de los Stones, que para unos era recuerdo y para otros historia. De modo y manera que cada cual vería aquella feria con anteojos distintos.Lo que todo el mundo hizo de la misma manera fue esperar 45 minutos a que empezara la actuación, minutos aprovechados para comprar simpáticos vales anaranjados canjeables por consumición, recorrer la platea cinco u ocho veces, consumir varios cigarros y empezar a impacientarse. Justo entonces aparecieron los ayudantes-músicos de Bo Diddley: un guitarrista en ropas vaqueras, un bajo de pelo ensortijado y actitudes afeminadas más un batería que recordaba muchísimo a uno de los replicantes Nexus 6 de Blade Runner (el calvo y de labio inferior prominente y algo baboso).

Así las cosas, los tres individuos tocaron un poco y ya se pudo apreciar que eran competentes sin más. Algo presumible. Pero enseguida salió Bo Diddley con su guitarra Spid rectangular, sus gafas, su sombrero negro con gran piedra semipreciosa, gordo, navegando dentro de una camisa malva que emergía a su vez de un chaleco marrón clarito que hacía juego con los pantalones.

Todo un poema. No es raro que, con tal imagen, este señor de 55 años -nacido en Misisipí y que ahora nos saluda con el puño derecho en alto, procediendo a enchufar su guitarra, a divagar un poco y a llenar el sitio con esa voz y ese ritmo y ese sonido- esté grabado en el subconsciente colectivo del amplísimo muestrario generacional reunido a su calor. Stones, Yardbirds, Petty Things, Swings Blue Jeans... Todos los grupos ingleses de rythm and blues de los sesenta le deben algo a un Bo Diddley.

Es una fuente inagotable de referencias, y cuando cantaba, muy bien, Road Runner, Hoocuie Coochie man, I'm a man, Mona, Don't judge a book by lucking at the cover, Hi Bo Diddley y muchas más, llegaba a dar lo mismo que él se lo creyera porque sí hay que creérselo. Hizo el número completo, con morcillas cómicas ya mencionadas en los libros.

Es un pedazo de historia muy asombroso que surge del pasado; que sabe, porque lo creó, lo que es un ritmo, lo que es moverse, cantar, tocar y ser un clásico.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En