Antonio Gala festeja con 11 actrices el éxito de 'El cementerio de los pájaros'

Anoche, en el teatro de la Comedia de Madrid, Antonio Gala festejó los siete meses de representación de su obra El cementerio de los pájaros, y lo hizo de la mejor forma posible: reuniendo en el escenario, a modo de fin de fiesta, a once de las mejores actrices de ese momento, once mujeres que han trabajado con él en distintas ocasiones. En sus bocas puso veintidós de sus sonetos de amor. El listón estaba alto y las once divas lo sabían.

Y el amor sonó en labios de Amparo Baró, María Asquerino Conchita Velasco, María Fernanda D'Ocón, Lola Cardona, Mari Carrillo, Aurora Bautista, Irene y...

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Anoche, en el teatro de la Comedia de Madrid, Antonio Gala festejó los siete meses de representación de su obra El cementerio de los pájaros, y lo hizo de la mejor forma posible: reuniendo en el escenario, a modo de fin de fiesta, a once de las mejores actrices de ese momento, once mujeres que han trabajado con él en distintas ocasiones. En sus bocas puso veintidós de sus sonetos de amor. El listón estaba alto y las once divas lo sabían.

Y el amor sonó en labios de Amparo Baró, María Asquerino Conchita Velasco, María Fernanda D'Ocón, Lola Cardona, Mari Carrillo, Aurora Bautista, Irene y Julia Gutiérrez Caba, Encarna Paso y Amparo Rivelles como si cada una acabara de inventarlo.Antonio Gala me recibe en su casa de Macarena, esquina Triana. Un rincón andaluz que sólo lo parece por lo soleado, por la blancura casi de cal de las paredes. Por lo demás, ésta es la casa de un artista con ribetes de ermita. Se diría que Gala afila, en solitario, la pluma y el puñal de su prosa y su verso.

"Como yo ya he decidido de alguna manera que empiecen a aparecer los poemas que están escritos desde el año 1956, por que yo no he dejado nunca de escribir poemas.... parecía que lo más lógico, para esta fiesta, para el oído del espectador, era algo rimado; pues hemos sacado los sonetos. Y lo de las actrices, es que son una familia, que pueden picarse la una con la otra, pero ahí están en el escenario, todas, que es un reparto escalofriante que nunca se volverá a repetir". Y añade que cada una de las actrices que le recitan está convencida de que le han tocado los dos mejores sonetos de su autor. "Lo cual quiere decir que van a hacer lo imposible para superar a las otras. Y eso me parece muy bueno, muy importante para el público".

De Antonio Gala lo primero que te sorprende es lo bien que lleva la envoltura, el frasco. Todo él es un texto tan perfecto, tan !in fisuras, que no te da tiempo a preguntarte qué es lo que subyace debajo de su fascinante andamiaje verbal. O si te lo preguntas, renuncias a indagar en él porque sabes que el bosque de palabras impecablemente hilvanadas, las lianas barrocas por las que se desliza con envidiable maestría, no sólo van a impedirte encontrar la fogata medio apagada bajo cenizas, sino que pueden confundirte hasta el ridículo. Gala es un virtuoso del monólogo y en ese umbral hay que quedarse, permitiéndole que trace mágicos resplandores de artificio. Pero está tan arraigado en él el vicio de hablar bien, de escribir bien, que no sabes si las palaIbras nacen de sí mismas o de una necesidad más profunda. De cualquier modo, cuando lleva unos minutos tejiendo frases te sorprendes a ti misma mirándole Como la serpiente contempla a su hipnotizador, o como la flauta contempla a la serpiente.

"Yo no había escrito nunca sonetos porque me parecía la forma más disciplinada del poema, que sólo se pueden hacer de una manera. Y no sólo había detestado el soneto, sino el poema de amor. Y, de pronto, en el año 1968 se me impuso, y lo acepté, porque yo todo lo que he hecho en mi vida ha sido por impulsos, y sentí eso de una manera obsesiva, y escribí mi libro de poemas de amor. De este libro yo creo que surge, como imagen del amor, un goce doloroso. Para este recital se han elegido veintidós sonetos que forman la historia de un amor completo, de cómo nace, cómo se desarrolla, cómo acaba. Eso que nos pasa siempre...".

"Y el amor, además de dejar sonetos, ¿qué deja en su vida?", le pregunto. "Yo creo que el amor, como la poesía, es una vía de conocimiento. Me parece que no está mal que con estos sonetos celebremos los siete meses de El cementerio... porque me parece que el amor, como la libertad, es algo que se teme y se desea al mismo tiempo, y por tanto, es algo que produce angustia".

Dice que, al adjudicar los sonetos, ha tenido en cuenta el registro, la interpretación de cada una. ¿Y por qué no hay ningún hombre? ¿Hubiera sido distinto? "Creo que los sonetos hubieran tenido que recitarlos o todos hombres o todos mujeres. Fundamentalmente, mi teatro es un teatro para actrices y me parecía que hacer que recitaran mujeres tenía una unidad".

"Las mujeres, ¿aman de una forma distinta?" "Bueno, depende, pero, en líneas generales, se podría decir que la mujer ama de una forma un poco distinta, quizá le da más importancia al amor. De ella podríamos decir que ama full time, entre otras cosas porque la consecuencia del amor para la mujer es visible, palpable, real: el hijo que puede tener". "No siempre", le digo. "En todo caso, es una posibilidad que gravita sobre ella, hasta el punto de que una mujer enamorada real, auténtica y óseamente parece que lo desea. Lo que sí es cierto es que los hombres y mujeres tienen repartidos de antemano dos papeles, indistintos, que son el de amante y el de amado; siempre hay alguien que ama más que el otro, y eso es una trayectoria que dura toda la vida, una predisposición, que no tiene nada que ver con la belleza o el éxito aparentes".

Antonio Gala se va a Argentina a estrenar Petra Regalada, y lleva unos días recibiendo llamadas de adivinos que le advierten de que hay un viaje que le traerá complicaciones. El lo toma por la cosa política: "Porque yo no he estado en Argentina desde el golpe militar, soy una persona clarísimamente significada en la defensa de la libertad, y quien la estrena es Cype Linkowsky, que es alguien no menos significado. Por otro lado, pienso que es una obra muy especial para este momento en Argentina". Todo ello no le da miedo, sin embargo, y el resto de la charla lo agitamos sobre cotilleos de tarot y otros augures. La sala, pálida y precisa, con todo en su sitio y una elegancia depurada; el secretario, que trajina silenciosamente en el piso de arriba; la colección de bastones, erectos como espíritus, y el propio tono de piel de Antonio Gala, tostado, irreal... Parece que, fuera de aquí, sólo existe un ejército de palabras, que avanza, avanza, como la arboleda de Macheth, en espera de que el escritor las bautice.

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