Crítica:

La Trinca cantó en castellano el humor catalán

Vini, vidi, vinci. Eso es lo que hizo la Trinca en el estreno de su espectáculo Quesquesé se merdé, que tuvo lugar en el Palacio del Progreso, de Madrid, tal día que el miércoles 2 de febrero. Cuando los almendros bien protegidos empiezan a florear, La Trinca, el grupo músico-humorístico por excelencia, la máxima expresión del catalanismo iconoclasta, se vino encima de la audiencia madrileña a fin de plantearse su gran reto: hablar y cantar en castellano para aquellas gentes que, por circunstancias puramente geográficas, no acaban de entender bien el catalán. Y el éxito, exaltado...

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Vini, vidi, vinci. Eso es lo que hizo la Trinca en el estreno de su espectáculo Quesquesé se merdé, que tuvo lugar en el Palacio del Progreso, de Madrid, tal día que el miércoles 2 de febrero. Cuando los almendros bien protegidos empiezan a florear, La Trinca, el grupo músico-humorístico por excelencia, la máxima expresión del catalanismo iconoclasta, se vino encima de la audiencia madrileña a fin de plantearse su gran reto: hablar y cantar en castellano para aquellas gentes que, por circunstancias puramente geográficas, no acaban de entender bien el catalán. Y el éxito, exaltado incluso por miembros de la Casa de Cataluña en la capital, no pudo ser más redondo.Hace ya bastantes años, y bajo secreto de confesión, La Trinca comentaba a quien esto escribe su deseo, ya imperioso, de cantar en castellano fuera de Cataluña. Anteriores experiencias, como la del teatro Martín, donde recurrieron al auxilio de un a modo de subtítulos para hacer inteligibles sus gracias, habían demostrado sus límites.

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Su idea era además bastante simple: no se puede obligar a la gente a entender un idioma que no entiende. Máxime cuando los contenidos de La Trinca (excepto los declaradamente localistas, y ésos tampoco vendrían a cantarlos en su lengua habitual) no son, en puridad, exclusivamente catalanes.

Gratificación profesional

No es tanto cuestión de dinero (ya ganan más que de sobra), sino de gratificación profesional, de quitarse de encima la frustración que supone no llegar a una enorme cantidad de personal que ha mostrado aprecio por su trabajo debido al hecho de tener prohibido el acceso a una lengua en la que ellos mismos se expresan con bastante soltura.

Y éste es el punto donde pienso que La Trinca, con este paso, nos ha ayudado a todos. A comprender que el castellano no puede ser una lengua impuesta ni tampoco prohibida. Que el castellano, exclusivo para algunos más menesterosos, es la vía de comunicación privilegiada de que disponemos los pueblos de este país. O que el humor de La Trinca no es menos catalán por expresarse en español.

Finalmente, la sensación de salida era la de que habían/mos establecido un cachito de puente para la institucionalidad y aún ficticia solidaridad y conocimiento mutuos entre los pueblos del Estado que no lo habíamos logrado en muchos años de apoyo activo a las reivindicaciones nacionales de los pueblos de España.

Pero basta de doctrina, con ser ésta fundamental en tamaña ocasión. Sí, porque al menos es cosa de contar si lo de La Trinca (a seiscientas pesetas) mereció la pena como espectáculo. Empezando por la entrada, que en un estreno es cosa importante, reseñar la nutridísima presencia de famosos, entre los que se encontraban, entre otros, Gutiérrez Mellado, Fernando Rey, todos los medios de comunicación y otras gentes de mal vivir.

Demencia y calidad

Al poco dio comienzo la función. La Trinca, guapamente trajeados sus miembros, se situó frente a unos lienzos blancos que subían y bajaban, donde, con habilidad suma, se escondía el grupo acompañante, capitaneado por el casi mítico Joan Albert Amargós.

A partir de ese momento ya todo fue demencial, pero tan bien pensado y con tanta calidad como en ellos es costumbre. La Trinca la emprendió con el golpe del 23 de febrero, con Darwin, los atributos diferenciadores de ambos sexos, la censura, el papel de water, las elecciones, las manifestaciones y, en general, con todo lo divino y humano.

Eso lo hicieron a base de pasodobles, habaneras, boleros, Bach o lo que les diera la gana. Se cambiaron de traje múltiples veces (y éste es un detalle de mucha consideración en las variedades), escenificaron varios números con tan buen gusto como gracia y acabaron con una suerte de Festa Mayor que era una macedonia de canciones (en catalán esta vez) condimentada con la presencia de zancudos, gigantes y cabezudos que arrojaban confetti, claveles rojos y buscapiés.

La audiencia, que se lo pasó bien, no era la más propicia para grandes exteriorizaciones de júbilo, pero esto es algo que se arreglará en días sucesivos. La Trinca se la ha jugado en su tierra y ha ganado aquí y allá. Nos han traído cultura y el humor catalanes para que podamos entenderlos. No queda más que darles las gracias.

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